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Bellísimo amor

Tu perfume a pasado se impregnó en mis sentidos desde el mismo momento en el que llegué a tus pagos. No puedo comprender como una ciudad tan antigua pueda albergar tanta belleza y color de aires modernos y converger en un viaje en el tiempo en un mismo instante. El anagrama que se deja entrever en tu nombre, se redescubre a cada paso de reconocerte. Creo en el amor a primera vista; creo que volvería a vos mil veces, ¡bellíssima città di Roma!

Ya desde el aire pude avizorar lo que me esperaba… El sobrevuelo de los Alpes me anticipaba el panorama de lo que descubriría en un par de minutos y que marcaría mi futuro para siempre.

Entre tus senderos cubiertos de misterios y leyendas, el florecer de marzo y el perfume de la albahaca fresca, me embriagué de tus encantos. La calidez de tu gente, el sonido de la urbe y el asombro permanente me llevaron hasta tus más perdidos secretos.
En un primer contacto con vos, descubrí que no en vano tenés el mote de la ciudad más cristiana de Europa. Bastó hacer cinco pasos desde mi habitación del hotel para que la majestuosidad de tus templos, basílicas e iglesias me hicieran sentir la más pecadora de los mortales1. Suntuosos santuarios cristianos se entremezclan con tu pasado pagano. Poco a poco, adentrándome entre tus serpenteantes calles el ayer va apareciendo ante mi atónita mirada. El poderío del Imperio Romano se deja notar en la variedad de monumentos que cruzan tus parajes. Il Pantheon di Agrippa uno de los edificios más bellos y mejor conservados de la antigüedad, otrora templo circular dedicado al culto de las siete divinidades celestes romanas convertido en el siglo VII en la basílica cristiana Santa María della Rotonda (o ad Martyres) deja entrever, con su estructura griega, la influencia y la dominación que ejercían. Los ojos rancios de los renacentistas se volvieron a la experiencia y al redescubrirlo, fue musa inspiradora de otros tantos templos italianos por su estructura y su forma de construcción.

Las más impresionantes edificaciones pasaron delante de mis ojos… Crucé la Porta di San Giovani in Laterano tantas veces que mi memoria no puede recordar; me perdí entre los espectáculos, la música y los artistas en la Piazza del Popolo y en la Piazza Navona. Recordé historias de novelas atravesando el Tevere por el ponte Sant’Angelo. La prosa de Dan Brown me había contado ya de este castillo al que mi imaginación había creado de una manera tan similar que llegó a estremecerme. Tanto detalle, tanta perfección… Verdaderamente, digno de admiración arquitectural y artística.

Pero, mi gusto particular por la historia romana y la insistencia de las inscripciones latinas, me condujeron hacia el corazón mismo de la Città Eterna. La entrada al Foro por su lado oriental, nos da la bienvenida con el Anfiteatro Flavio o Colosseo, como lo conocemos familiarmente… Muestra digna, todavía en pie de la cultura imperial cual fastuosidad y omnipresencia puede ser apreciada desde el avión, antes del aterrizaje. Rodeándolo, indagándolo, investigándolo y sin perder el asombro, me dejé caer en el mágico sueño de gladiadores y emperadores, de batallas ganadas y perdidas, de sangre, de lucha, de grandeza y poder. Reviví cada párrafo de los libros de historia, traté de recordar el nombre de cada uno de tus gobernantes, en vano… Te estaba creando en carne viva. Y mis vísceras se estremecieron al nadar en el gen mismo de nuestros antepasados. Las ruinas reflejaban el paso del tiempo y el fin de tu época de oro… Pero la grandeza de tus cimientos aún podía reanimarlos en mi imaginación: La Via Sacra y la Curia, il Arco di Constantino, di Giano, di Tito; el Palatino, el Circo Massimo… todo tenía su justificación. Cada piedra, roca, columna y vestigio adquiría su soberano significado.

El ocaso marcó el cierre de mi viaje al pasado y otra vez en el futuro, las luces con las que cubriste tus arterias me mostraron la otra Roma, la que también vive de noche. La primavera se anticipaba y de flores habías cubierto todos tus espacios verdes. Ni una sola nube habría podido opacar la grandeza del Vittorino, monumento en honor al Padre de la Patria Vittorio Emmanuelle II, situado en lo más alto de la Piazza Venezia que blanquecino y reluciente, enarbolaba con orgullo la bandera tricolor italiana.
Mezcla de clasicismo y barroco y sin dudas, una de las más célebres del mundo, la Fontana di Trevi aparece en el trazado urbano como un regalo inesperado. Situada a unos pocos pasos del Quirinale, esta obra magnífica empotrada en el Palazzo Poli fue el escenario de innumerables muestras de amor del 7mo Arte (“La Dolce Vita” – Federico Fellini, 1960; “Elsa y Fred” – Marcos Carnevale, 2005) como de la música moderna (“Thank you for loving me” – Bon Jovi, 2000) Lanzar la moneda, beber su agua entre miles de otras tradiciones, me llevaron a rogar por mi retorno, como deseo más ferviente.

Mi viaje terminaba y no sin añoranza, recordé el discurso de Cavour al Parlamento de Torino en marzo de 1861, del cual me hago dueña de sus palabras exactamente unos 150 años después, afirmando que “Roma es la única ciudad de Italia que no tiene sólo recuerdos municipales sino toda la historia desde los tiempos del César hasta hoy. Es la única ciudad cuya importancia se extiende infinitamente más allá de su territorio, una ciudad que está destinada a ser la capital de un gran Estado”.

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