Nahuel Illia, se encontraba perdido en un abismo, sumergido en la obscuridad total. Sin saber cómo llegó allí y sin saber cómo salir. Su memoria le fallaba, no podía recordar con claridad donde estaba, solo sentía que estaba en algún lugar pegajoso, un horrible olor lo aprisionaba y escuchaba un sonido molesto y perturbador. Un zumbido que él sabía que hacía mucho le molestaba, pero ahora era diferente… era agradable.
En ese estado de inconsciencia notó que su cuerpo, por alguna razón, mutaba. No se sentía asustado, pero por su naturaleza curiosa trató de recordar que pasó y de a poco logró hacerlo. Fue recordando a media que la metamorfosis iba progresando.
“Yo era un encargado de turno en una planta procesadora de tómate y recuerdo haber tenido mucha gente a cargo, y por lo tanto me enfrentaba continuamente a muchas personas con distintas personalidades. Algunos eran buenas, otras malas, el secreto para ser un buen jefe creo que está en saber llevar a las personas de acuerdo a su personalidad, conocer sus puntos fuertes y débiles, y con esa información es posible lograr hacer lo que uno les pide para que elaboren una buena tarea.
Y ese fue mi principal problema, un muchacho nuevo que entró desde hacía ya un año o un año y medio. Su nombre era Jerónimo Cárdenas, era un tipo muy enigmático, raro y hasta antipático. Recuerdo que siempre le preguntaba por una simple razón de cordialidad cómo estaba su día o algo por el estilo y su respuesta, que al principio me pareció graciosa como a los demás fue “mal, pero no importa”. Durante todo el tiempo que estuvo en la fabrica jamás ví que se relacionara con nadie, o tratara de formar una mínima relación de amistad o de compañerismo por lo menos. Jerónimo era un misterio y me llenaba de curiosidad”.
Solo un subordinado de Nahuel conversaba de vez en cuando con él, de temas que a la mayoría de las personas le podían dañar su sensibilidad o en su defecto podrían ser inverosímiles e infantiles. El subordinado, Joel Zavala, quién era el electricista a cargo en ese turno, mantenía una relación de amistad con Nahuel. Y sus charlas siempre terminaban en lo mismo sin importar como iniciaran.
– ¿Y que tal anda hoy Jerónimo? – preguntó Nahuel- ¿Mal como siempre? – dijo respondiéndose a si mismo burlándome de Jerónimo.
– Si , siempre está igual- respondió con cierta empatía.- Yo creo que él es un muchacho muy sufrido. Muy solo, y encima tiene que soportar las burlas y bromas de los demás. No es mala persona, solo es raro. No se merece el trato que tiene aquí. Por un lado lo mejor sería dejarlo de molestar. Más de una vez he tenido la sospecha que el sufre de un retraso mental, Asperger o alguna condición así. Y creo que puede ser peligroso.
Eso era lo que Nahuel quería escuchar, que pasaba con Jerónimo. Su curiosidad se aflojo como la de un niño que a las doce del 25 de diciembre encuentra su regalo a los pies del árbol de Navidad y se pone inquieto por ver que hay debajo del papel celofán.
– ¿Peligroso?, ¿porque?, ¿que te ha dicho?
– No me gusta mucho hablar de estas cosas Nahuel – dijo moviéndose en la silla, mostrando incomodidad al hablar de ese tema – solo opino que a veces es mejor no preguntar y no hablar de ciertas cosas.
– ¿Te das cuenta que esto solo aumenta mi curiosidad y que al no contarme, o mejor dicho solo mostrarme la punta del glaciar y esconder el otro ochenta por ciento de información hace incluso que llegue a desesperarme por saberlo?
– No entiendo que objeto tiene hablar de él existiendo tantos temas de conversación. Hablemos de fútbol, mujeres, carreras, lo que sea pero no de él. ¿Puede ser?
– Está bien Joel, puede que tengas razón, pero te prometo que te dejo de molestar si me decís por lo menos los temas que conversan.
– Ok – suspiro profundamente – se ve que no hay de otra cosa que hablar, pero antes te aclaro que si bien tengo una cierta atracción sobre estos temas no estoy obsesionado como él.
– ¿Obsesionado? – preguntó Nahuel – ¿Con qué? – parecía que estaba apunto de ganar un premio con la emoción que sentía en ese momento.
– A él le atrae lo sobrenatural. Pero no simples leyendas urbanas como conocemos todos. Él lo hace con bases científicas, investiga todo lo que descubre. No me preguntes cómo, pero lo hace, me ha mostrado información especifica y detallada de internet. Muy rara, de solo ver los inicios de pantalla me dan escalofríos. Son imágenes horribles que me causan pesadillas atroces. Me persiguen cada vez que veo mínimamente lo que él trae para mostrarme.
– ¿Y si te hace daño porque lo miras?
– Por una simple y primitiva razón viejo amigo – respondió Joel, dejando escapar un leve suspiro, entrelazando sus dedos y mirando el suelo – Me da vergüenza admitirlo, ni a mi esposa se lo he dicho… pero tengo miedo.
– ¿A que le tenés miedo.? – dijo sonriendo, mostrando una mueca arrogante, que se borró al instante porque Joel lo fulminó con la mirada – Perdón – agregó Nahuel.
– No te preocupes. Yo también sé que es infantil. Que un tipo de veinticinco años le tenga miedo a alguien por leer contenidos macabros de internet es estúpido. Pero lo tengo y es mucho, es como cuando era niño y presentía que había algo debajo de cama y que en cualquier momento iba a salir un brazo de allí, me tomaría el rostro y me arrastraría a la obscuridad. Es un pánico enorme, pero lo soporto. Porque presiento que el día que deje de hacerlo algo le va a pasar a mi familia.
– ¿Es para tanto?
– Te cuento un caso… él tiene una gran obsesión por los insectos – Nahuel parecía no entender – ya sabes arañas, abejas, avispas. Bueno, el punto al que quiero llegar es que ayer trajo un libro muy viejo, parecía de más de quinientos años, las páginas no eran papel, si no que eran de tela. Lo primero que hizo cuando llegó fue enseñármelo. – Joel mostró una mueca de asco, como si estuviera a punto de vomitar – vi que en ese libro habían muchos tipos de insectos, eran descomunales y terribles. Con grandes garras, pinzas y cosas así. Él notó mi cara de asco. ¿Y sabes lo que me dijo? – preguntó Joel dando hincapié a la curiosidad y al misterio al cuál Nahuel no podía resistirse.
– ¿Que dijo? – Nahuel respondió emocionado.
– Que esos insectos eran su familia y que él era la puerta para que vinieran a este mundo. Yo pensé que ya había perdido la poca cordura que le quedaba.
– ¿Y que hiciste?
– Solo me fui, me dio mas miedo escuchar su voz en mi cabeza. Pero creo que eso fue mi subconsciente jugándome una mala pasada. Seguro fue lo otro que agrego mientras me mostraba las imágenes.
– ¿Que más te dijo?
– Me dijo que esas criaturas eran mucho más desarrolladas que los humanos. Se comunicaban telepáticamente y querían eliminarnos usando a algunos como colmenas y así poder pasar a este mundo. Cuando el humano muera por perder nutrientes, como sacrificio por su acto, se trasformaría en uno de ellos. Al principio serían miles de humanos, pero una vez que existan muchas de esas cosas ya no seremos necesarios. Solo se salvarían las personas que formen parte de su “familia” – dijo Joel haciendo comillas con los dedos – Según Jerónimo ellos van a heredar la tierra y él va a salir beneficiado porque los insectos lo adoptaron y él es ahora parte de la familia.
– Está bien jodido de la cabeza. Me asusta por su propia integridad y la de los demás.
– Y eso no es todo – prosiguió Joel – él siempre está cerca mío. Aparece con un zumbido, como si tuviera alas – el semblante de Joel era perturbador – ya sé que parece que estoy loco, pero ya que estoy te lo comento, siempre se mueve sutilmente de a poco y cuando me doy cuenta lo veo por el rabillo del ojo y está ahí mirando lo que hago. Hasta me ha preguntado si quiero formar parte de su familia y yo amablemente le digo que no. Y si te lo cuento es porque siento que me está acosando y quisiera que vos le pongas un freno.
– Eso puede ser porque en su antiguo trabajo era electricista, por eso te sigue. Y ya voy a hablar con él para que se quede en su máquina. Pero creo que estás exagerado, te terminó afectando la cabeza.
– Si crees que me estoy chiflando, podes pensar lo que quieras – el tono de voz de Joel cambió, parecía enojarse. Sin embargo se dió cuenta de esto y como no quería tener un cruce, cambió de tema – además de eso Nahuel, me sorprende lo inteligente que es.
– ¡Como podes decir eso si su máquina siempre falla!
– Pero no es por él. No lo has notado que carga una energía negativa. Cada vez que cambia de puesto, adónde sea que valla, sin importar, el equipo falla.
– Todos lo hemos notado eso Joel.
– Si, creo que si – observó pensativo. Se levantó de silla, puso su mano en el picaporte y antes de irse se volvió para decir – Sabes algo más… creo que si era su voz en mi cabeza.
– Lee la mente – dijo Nahuel arrogante. Y se hechó a reír.
– Reíte todo lo quieras – Joel cerró la puerta azotándola y se marchó sintiéndose un poco humillado y confundido.
El resto de la semana paso sin traspiés y Joel dejó de ir a la oficina Nahuel. Se pasaba todo el tiempo en el taller, lejos de la línea y lejos de su compañero. Se sentía ofendido. Por otra parte Nahuel se sentía culpable, pues por su arrogancia se había burlado de su amigo. Sin embargo se convencía a si mismo de que Joel era el que estaba equivocado. Él era el estúpido. Hasta lo había admitido… “cómo un tipo de 25 años puede tener miedo de otro que solo habla cosas sin sentido”.
En ese momento Nahuel se encontraba en su puesto de trabajo. La empresa había decidido instalar cámaras para ver si los empleados se comportaban, colocando una por sector. Una de ellas apuntaba directamente a Jerónimo, que estaba en su equipo. Una máquina que se encarga de armar los paquetes con cajas de salsa ya envasada.
Jerónimo miro a la cámara, estuvo así por varios minutos, parecía no pestañear en la imagen. Observaba fijo y de cierta forma Nahuel sentía que lo observaba a él. Su mirada lo atravesaba y podía ver todo lo que había en su interior. Un frío espeluznante corrió desde su cuello por toda la espalda. Nahuel comprendió entonces que Joel quizás no mentía y sus palpitaciones comenzaron a subir. Para borrar la imagen del monitor, que lo acusaba con un mirada recriminadora, tragó saliva y cerró los ojos.
Por unos segundos lo logró, se calmó, ya no sentía que Jerónimo lo acosaba. Sin embargo cuando los volvió a abrir notó que solo había una imagen en el monitor. Parecía que solo una cámara funcionaba y era la de Jerónimo.
Su cara redonda estaba en la pantalla, con un ademán de maldad pura, sin expresión y sin emociones. Nahuel comenzó a tocar los comandos de la computadora pero no funcionaban, por más que lo intentaba la computadora no se reiniciaba y no se prendían las otras cámaras. En un momento de furia, por no poder solucionar el problema y sentir que Jerónimo lo miraba, golpeó el aparato. Fue en vano, porque la imagen no se iba, de cierta forma se hacía hasta más inquietante.
Pensó en desenergizar el equipo, de pronto la cámara tomó un primer plano del rostro de Jerónimo y este, por una fracción de segundo, sonrió levemente, burlándose de Nahuel.
Las manos le temblaban al igual que el cuerpo. La vejiga lo abandonaba y en cualquier momento, sino se apresuraba, se orinaría encima. Se levantó a toda velocidad de silla y salió corriendo al baño, los pies le fallaron y casi cae al suelo, por suerte tenía el escritorio atrás de la espalda y logró colocar las manos sobre él antes de caer.
Llegó al baño y mientras orinaba escuchó un sonido leve, pero al mismo tiempo inagotable. Era similar a un panal, un zumbido estremecedor que al acercarse era más y más fuerte, casi ensordecedor. Parecía la alarma de una máquina ruidosa que no lo dejaba pensar, ni siquiera escuchar las palabras en su propia mente. Luego de un segundo todo ese sonido cesó y por la puerta una sombra se proyectó en dirección al interior del baño y por detrás Nahuel. Era Jerónimo… que pasó silbando lentamente hasta el mingitorio.
Debido al miedo y sl momento incómodo, Nahuel lo saludó titubeando.
– Hola Jerónimo, ¿cómo estás?
– Mal, pero no importa – respondió inexpresivo.
Se limpió lo más rápido que pudo y salió del baño disparado como si un fantasma lo acosará.
La semana siguiente ese grupo de trabajo tenía que hacer turno noche y Nahuel, por una razón que desconocía, se sentía muy asustado. No pudo ni siquiera articular palabra en su casa antes de emprender el viaje al trabajo. Se despidió muy secamente de su esposa y se marchó. En el viaje intentó recordar un sueño que tuvo cuando estaba durmiendo la siesta. Solo podía rememorar un zumbido espeluznante que lo hacía temblar.
Pensó – Es solo mi imaginación, igual a lo que vi en pantalla, seguro que fue alguna falla técnica. Lo otro se explica como una simple coincidencia, es imposible que Jerónimo pueda manipular las cosas a su antojo o leer la mente. ¡Eso es! estoy tan pendiente a él por mi curiosidad que me creo las estupideces que Joel me cuenta cuando hablan.
Se siguió calmando a si mismo por veinte minutos más, hasta que por fin llegó al trabajo y marcó tarjeta. Se dirigió a su puesto de trabajo e intercambió un par de novedades con el encargado del turno tarde, Germán Delina, un tipo gordo, carente de inteligencia y muy olvidadizo.
– ¿Y que tal la tarde compañero? – preguntó Nahuel.
– Todo normal – respondió Germán – un poco más de lo mismo, problemas con la paletizadora, con el tiempo del té, que lo chicos siempre se demoran mas – agregó sonriendo.
– Menos mal. No se porqué pero venía con la idea de que algo malo había pasado.
– ¿Que ahora sos telequinético? – preguntó y soltó una carcajada. – ¿Te estás juntando mucho con Jerónimo?
– ¿Si te cuento algo queda entre nosotros?
– Si, decime – dijo Germán sonriendo, pero al ver que Nahuel estaba blanco como un fantasma y que su expresión era de pánico se puso serio y oyó.
Nahuel contó todo lo que le pasó el último día de la semana pasada, su cuerpo temblaba y en algún momento del relato, Germán también sintió miedo, pero se asusto más cuando Nahuel le contó su pesadilla de la tarde.
– ¿Un zumbido? – Preguntó Germán.
– Si, un zumbido ensordecedor, peor que diez calderas funcionando a toda marcha.
– Te va a parecer extraño, casi hasta demencial, pero me olvidé de decirte algo que sucedió hoy en el pozo.
El pozo es un lugar que está provisto de dos tableros, uno con un arranque estrella triángulo que sirve para succionar el agua que está bajo tierra y otro tablero más pequeño que comanda dos bombas que proveen de agua a la fábrica y boyas que realizan el funcionamiento automático de las mismas.
– ¿Que fue lo que pasó? – Preguntó Nahuel con un nudo en la garganta.
– Recién llega Alejo – el electricista de turno de Germán – tuvimos un problema con el tablero de las boyas, estaba infestado de avispas.
– Y quémenlas, siempre hacemos lo mismo.
– No es tan así Nahuel. Estas son enormes, son de un tipo raro de avispas. Nunca ví nada semejante. Solo dos picaron a Alejo y se broto enteró. Su brazo parece un tomate.
Nahuel no se asustó por eso, no le tenia miedo a los insectos, se olvidó completamente de su temor y le preguntó a Germán.- ¿Pero funciona el pozo o no?
– Si, ahora está andando. Alejo hizo un par de malabares y se las sacó de encima. Por lo que me dijo se fueron todas y ahora todo funciona correctamente.
– Bueno Germán, ya es la hora – dijo Nahuel mirando su celular.
– Ok, nos vemos mañana.
El turno ingresó con normalidad. Jerónimo pasó al frente de la oficina de Nahuel y miró de reojo. Éste lo ignoró al verlo y puso su mente en blanco, pues en el fondo de su subconsciente sospechaba que algo raro pasaba.
Al otro día, mientras todo funcionaba con normalidad, Joel entró corriendo en la oficina de Nahuel, su cara de preocupación era alarmante, parecía un tipo que acababa de chocar y huía del accidente.
– ¿Que pasó? – pregunto Nahuel.
– Me acaba de llamar mi señora, se descompuso mi hijo chico y está yendo al hospital. Me voy a tener que ir.
– Si no hay problema compañero, anda tranquilo. ¿Sabes lo que le pasó?
– Algo… pero no lo sé muy bien realmente. Solo escuché a mi señora decir que lo picó una avispa grande o algo así. Me voy, cualquier cosa te llamo.
Y así como entró a la oficina, Joel se fué de la fábrica. En la mente de Nahuel quedó la palabra “avispa enorme”. Debía ser una coincidencia. Quizás era una plaga que había llegado a Mendoza y se habían distribuido por toda la provincia. Si… eso debía ser, pensó Nahuel. Lo más probable es que al día siguiente, cuándo se levantara a almorzar con su familia, en el noticiero hablarían de esto y seguro, para tranquilidad de todos, ya estarían controlando el problema.
Se consolaba a sí mismo con esa idea, también trató de recordar cuando fue la última vez que necesitó un electricista en su turno. Hacía casi un año, cuando una fuerte tormenta azotó Mendoza y varios árboles cayeron. Esa vez se quedaron sin agua porque uno de los árboles dañó el transformador con el que operaba el pozo.
Entonces cayó en la cuenta de algo… desde esa vez nunca necesitó otro electricista. Temía que llegara a necesitar uno esa noche, porque para su desgracia el electricista suplente que quedaba si Joel se iba, era Jerónimo.
Quitó la idea de su cabeza, le pareció estúpida. Se centró en su trabajo y para despegarse un poco salió a caminar por la fábrica, pasó por todos los puestos, saludando a los operarios, hasta que llegó a Jerónimo.
– ¿Como le va compañero? – preguntó Nahuel.
– Esta noche digamos que bien – respondió Jerónimo sin sonreír ni hacer un gestos.
– Bueno, me alegro – dijo Nahuel. – ¿Y las máquinas andan?
– Y… son máquinas, cuando andan, andan y cuando no, no.
La respuesta le dio muchísima gracia a Nahuel que no soportó y soltó una risita ahogada.
Jerónimo lo observó y Nahuel escuchó en su mente, en forma clara y concisa, “vamos a ver quien ríe último”. Se asustó, sus piernas lo traicionaron y casi cae de espaldas. Logró compensar el equilibrio con un soporte de cañerías de vapor. Se reincorporó y se fue lentamente sin decir nada.
Apenas se sentó en su escritorio entró José Carrasco, el calderista de la fabrica, un norteño que arrastraba ciertas letras por su tonada.
– Nahuel, nos quedamos sin agua. Se paró el pozo.
Nahuel saco su celular, verificó la hora… 4:30. No podía esperar una hora y media a que entrara el otro turno, para ese momento se quedarían sin agua.
– Bueno José, tené el teléfono en la mano, voy a ir al pozo con Jerónimo. Está atento porque seguro te voy a llamar – no porque haga falta, si no porque tengo miedo pensó.
Salió de la oficina, tomó las herramientas de Joel y se fue con Jerónimo al pozo. El camino era brusco, sinuoso, con dunas y serruchos. No había ninguna luz en el camino, solo la luna en cuarto menguante, que apenas dejaba visualizar unos pocos metros de recorrido.
Llegaron al pozo y se percataron que no había luz, sólo existía una obscuridad abstracta e intangible, que con ayuda de la escasa luz de la luna formaba imágenes de pesadillas en las sombras deformadas que se presentaban a su alrededor. Nahuel tuvo un dejavú, creyó ya haber estado allí, en esa situación. Pero lo ignoró completamente, quería revisar rápido los tableros e irse.
– ¿Cuál reviso primero?- preguntó Jerónimo.
– No se compañero. No entiendo nada de esto – respondió Nahuel amablemente.
Luego de unos segundos, Jerónimo logró restablecer la luz, pero no el funcionamiento de bombas. Cuando los rayos artificiales de luz impactaron sobre sus rostros, Nahuel vio que la cara de Jerónimo estaba mutada, con rasgos más definidos, queriendo cambiar. Parecía que se estaba deformando.
Apartó la mirada al tablero para ver las maniobras que Jerónimo hacia con sus manos. Sin embargo, sus manos también estaban transformadas, parecían salir finos pelos de ella, como los de las arañas o más bien como la retaguardia de un puercoespín. No podía decir con certeza, pero en la mente de Nahuel creyó confundir en la obscuridad el tono de piel de Jerónimo, le pareció verdoso.
Observaba como la metamorfosis avanzaba lentamente segundo a segundo. Y no lo soporto más, apunto la linterna al suelo y allí observó dos avispas enormes rostizadas. Nunca vio nada parecido. Su tamaño era como la mano de un hombre adulto abierta, el aguijón parecía una aguja de tejer y el color verde era impactante, brillaba tanto con la luz de la linterna, casi era enceguecedor.
Sintió repulsión, se percató que las avispas despedían un olor a podrido muy potente que lo hizo reclinarse y soltar unas arcadas fuertes que lo llevaron al vomito. Luego de limpiarse vio a Jerónimo casi convertido en un monstruo…
– Ya esta, terminé.
– Bueno, vamos – tragó saliva e intentó no perder la calma.
Se subieron al auto utilitario, pero antes de darle arranque escuchó una vibración muy potente, era un zumbido, igual que su sueño. Arrancó el auto y se alejó lo más rápido que pudo. El camino no ayudaba, era pedregoso y el auto rechinaba cada vez que golpeaba en seco contra algo, parecía desarmarse y el único pensamiento que se cruzaba por la cabeza de Nahuel en ese momento era que la fábrica estaba solo a dos kilómetros.
De repente, frente a la débil luz alta del vehículo, vio como una nube negra y espesa se elevaba zumbando. Frenó el auto y se detuvo para llamar a José, en algún lugar de su subconsciente lo hizo con la intención de distraerse, para convencerse a si mismo que todo estaba bien.
Tragó saliva y por unos segundos vió como la nube avanzaba lentamente, algunas fracciones se desprendían y chocaban estrepitosamente contra el auto. A medida de que el enjambre de avispas llegó al auto comenzó a vibrar cada vez más fuerte. Tanto así que por un segundo creyó que estaba temblando.
Miró a su derecha al momento que José contestó y vió que Jerónimo le sonreía, con una mueca burlesca, similar a la de un cazador que tiene en la mira a su presa y ésta ya no puede escapar.
– “Hola” – dijo una voz, del otro lado del teléfono.
José no oyó nada, solo un zumbido que le dañaba los tímpanos.
– ¡Hola!, ¿Nahuel? ¿Arrancó bien el pozo? – dijo José casi gritando desde el otro lado de la línea. Pero nadie respondía – ¿Que es ese ruido? – preguntó… pero nadie le respondió, solo le pareció oír un grito ahogado. Lo ignoró, pues nunca hubiera creído lo que estaba pasando.
Se hicieron las seis de mañana y ninguno notó que faltaba la presencia de Nahuel o Jerónimo. Cuando el encargado del turno mañana, Alejandro Méndez llegó y preguntó por ellos, le contestaron que habían ido al pozo.
Alejandro recordó el problema que tuvo hacía unos días y salió en ayuda de Nahuel, púes temía que no hubieran encontrado una solución. Al avanzar un kilómetro por el camino de tierra enmohecido, notó que las luces de su auto destellaban sobre un gran montículo verde que reflejaba la luz. Se bajó y caminó alumbrando con su linterna. El bulto verde se movía exageradamente. Alcanzó a ver partes blancas de un auto abollado, como si una lluvia de granizo hubiera destruido el vehículo. El zumbido y el olor eran espeluznantes a medida que se acercaba. Entonces lo vió… el auto de la empresa era ahora un nido de avispas, avispas enormes, avispas del tamaño de un hombre… y ahora venían a por él.
Escrito por Sr. Zantata para la sección: