Guaymallén, Mendoza. 14 de Marzo de 1994. 16:14 pm.
– No che… no hay caso. Para mí que la madre no lo deja.
– ¿Vos decís? Para mí que se quiere quedar jugando a los videos. Anoche me lo cruce, venia del video club. Había alquilado un cartucho nuevo.
– Uhhh, que puto.
– ¡Dale Gonza, salí! ¡Nos falta uno para el partido! – Mauricio gritaba desde la ventana, mientras que Fernando y Juan discutían cómo convencer a Gonzalo para dejar el Family Game, y salir a la calle a jugar un picadito.
Finalmente la puerta se abrió y Gonzalo se presentó frente a sus amigos:
– Tengo el Mario 3, después tendríamos que venir a jugarlo a casa.
– Si, después nos invitas a tomar la media tarde y nos jugamos la vida.- contestó Juan.
– Déjense de joder ustedes dos, viciosos. Y ahora enfilemos para la Costanera, que están los de la Alberdi esperándonos para un desafío. Y este es en serio. Este es por la Coca. Y no se ustedes, pero yo no tengo un mango y mi vieja no me va a dar nada. Así que este lo ganamos o lo ganamos.- Mauricio parecía el DT de la selección, dando órdenes a diestra y siniestra.
– Che ¿y el Pablo?- preguntó Gonzalo.
– Naa, sabes que no le gusta el fútbol. Ni pasamos por la casa de él – contestó Fernando.
Los cuatro amigos enfilaron por calle Rivadavia hacia el oeste, haciendo toques cortos con una avejentada pelota. En la Costanera lo estarían esperando tres compañeros del colegio de Mauricio para armar equipo, y también estaría la banda de la Alberdi. La Temible banda de la Alberdi. Eran más grandes que Gonzalo, Mauricio, Juan y Fernando, eran más en números y el amateurismo de su fútbol rozaba lo profesional. Pero no se podía decir que no a un desafío ¿Quedar como un cagón? Nunca. Pero era por la coca… ¿A quién le gustaba perder una coca en una apuesta? Era el último estandarte en dejar caer.
Cuando llegaron a la Costanera, se encontraron el panorama: los de la Alberdi tenían a sus mejores siete hombres en la cancha – con suplentes por si las dudas -, y hasta gente de sobra para hacer hinchada. En el equipo contrario estaban los cuatro amigos, más los tres compañeros de Mauricio para completar los siete, y todas las fichas puestas en su contra.
La pelota se puso en marcha y el partido empezó. Mauricio tomó rápido su posición de diez, conteniendo cada pelota, jugando con una habilidad de barrio innata. Fernando corría. Fernando siempre corría mucho, por lo que la posición de carrilero por izquierda se ajustaba muy bien a su perfil. Gonzalo se quedó abajo, en la defensa, para cuidar a Juan que estaba en el arco y no era el arquero más habilidoso. Los tres compañeros de Mauricio se acomodaron por toda la cancha.
El primer gol de los de la Alberdi no se hizo esperar, cañonazo al ras del suelo, nada que hacer para Juan. Toda la banda de la Alberdi gritó como si fuese una final. Todos menos una chica, una joven de unos doce, trece años que ni siquiera miraba el partido. Era una morocha de piernas largas, con un vestido primaveral que bailaba a la altura de sus rodillas, con breteles finitos que se enredaban en lo lacio de sus cabellos. Rápido la notaron Juan y Gonzalo.
Mauricio, que no le gustaba perder ni a las bolitas, acomodo el campo: -¡Gonza anda al arco, Juan poné huevo’ abajo, no los dejes pasar. Fer, corre. Vamos muchachos, que se puede!
El partido fue duro y extenso. En ese campo donde el offside y el entretiempo no existen, los muchachos de la Alberdi se llevaron los laureles; el resultado final fue 8 a 5 cómodo para el rival, que empezaba a reclamar el preciado trofeo: la coca cola.
– ¡Pija les vamos a pagar, no tengo un mango! – Gritaba Mauricio a sus compañeros de equipo.
Los de la Alberdi, escuchando que se podían quedar sin botín, se enfurecieron. Los siete jugadores más suplentes se abalanzaron sobre los cuatro amigos, en tanto que los compañeros de Mauricio desaparecían en el firmamento, como todo el soldado que huye.
-¿Qué dijiste, enano? – dijo el más grandote de la Alberdi.
Mauricio, haciendo uso de su metro cincuenta, arremetió contra el grandote: -¡Qué de acá te voy a pagar la coca! – y un ademán exagerado de agarrarse la entrepierna anticipaba las piñas.
Los cuatro se pusieron en posición. Iban a recibir trompadas como nunca, pero no iban a dejar en banda a un amigo. Al mismo tiempo, la banda de la Alberdi avanzaba como un grupo de vikingos sedientos de sangre. Pero alguien les interrumpió el paso.
– Ya está, chicos, ¿Qué están haciendo? ¿Se van a agarrar a trompadas por una Coca?
Aquella morocha de piernas largas, la del vestido primaveral, se paraba delante de la horda y agitaba los brazos sin prisa, pero con seguridad.
– Clara, nos deben una Coca. – decía el más grandote.
– Yo les invito la Coca y las facturas si quieren, pero no hagan un escándalo.
Era la primera vez que los cuatro amigos escuchaban la voz de Clara. Era el principio de un nuevo capítulo en sus vidas. Quizás el más importante.
Los “vikingos” se calmaron como por arte de magia. Se voltearon en conjunto, ignorando al cuarteto de amigos que seguían aguardando las piñas. Poco a poco se fueron alejando. Todos menos Clara, que esperando a que los de la Alberdi estuvieran lejos, se volteó para encarar a los cuatro protagonistas.
– Me deben una Coca. Espero que me la lleven cuanto antes. Vivo en el Caserón de la calle Alberdi. Me llamo Clara. – dicho esto se marchó, apresurando el paso para encontrar a su grupo de amigos.
En el barrio no hacía falta dirección, todos conocían el caserón de la calle Alberdi. Como no conocerlo, si se veía como una cuadra antes.
Ninguno de los cuatro amigos se inmuto. Estaban sorprendidos. Tal vez porque era una de las primeras veces que una mujer, ajena a sus conocidas, les hablaba de forma tan cordial. O tal vez porque Clara hablaba como una mujer de más edad, sin timidez, directa y sincera.
– Tenemos que llevarle la Coca. Al menos yo, tengo que verla de nuevo. – rompió el silencio Fernando.
– Y yo. – dijeron los tres restantes.
– ¿Pero, como vamos a pagarle la coca? Yo no tengo un mango. – Se animó a decir Gonzalo.
– Ni yo.- contestaron los otros tres.
– Vamos a buscar a Pablo. Tenemos que buscar a Pablo. Se tiene que enterar de esto.- afirmó Juan.
Continuará…
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