Claroscuro: Prólogo
Claroscuro – Capítulo 1: El partido
Claroscuro – Capítulo 2: Fernando
Claroscuro – Capítulo 3: El caserón de la calle Alberdi
El Check in del hotel lo hago rápido, tengo la destreza de adquirir ciertas habilidades cotidianas que no sirven de mucho. Subo por las escaleras hasta el primer piso. Abro la habitación y dejo caer la mochila sobre la cama y las bolsas en el suelo. Tiro la llave en el primer (y único) mueble que encuentro. Observo la habitación y me recuesto en la cama a descansar la espalda y a telefonear a mi familia, chequeo que todo siga bien por Europa. La llamada no es extensa, el contacto humano aún más corto.
Cierro los ojos, los aprieto con mis dedos y con una costosa abdominal, me reincorporo para acomodar los artículos de la mochila. Ropa interior, una muda de verano…
Golpeo mi frente con mi palma derecha y exclamo fuerte:
– ¡El traje! ¡Qué pelotudo!
Arriba de alguna silla, en mi departamento en Buenos Aires, está el traje listo de la tintorería. Debe estar cagándose de risa de mí por olvidarlo.
– Esto me pasa por hacerme el canchero y viajar con poco equipaje, y la puta que me parió.- me repito, como una sentencia, para mis adentros.
Volteo bruscamente el contenido del bolso sobre la cama, como si un traje de tres piezas se pudiera ocultar en el fondo de un bolso de mano. De entre tantos neceseres, saco el cargador del celular, lo enchufo y marco el número de la persona que puede ayudarme en este momento. El pulso suena tres veces:
– Juan ¿Qué pasó? Esperaba verte más tarde con los muchachos.
– Gonza, tírame una mano. Soy un pelotudo.
– Decime algo que no sepa.
– Dale boludo – me enojo a medias – Necesito que me acompañes al centro. Me olvidé el traje en Buenos Aires.
Del otro lado de la línea escucho como Gonzalo hace una interjección para reírse de mi infortunio.
– Me desocupo en una hora y te paso a buscar.
– Dale hermano, gracias.
Ambos cortamos al mismo tiempo.
El teléfono queda enchufado y me dirijo al baño. Tengo tiempo de darme una ducha. No creo que llegue a dormir siesta alguna, pero al menos hay un espacio para reparar un poco de cansancio bajo el agua.
La cabeza me da vueltas mientras el agua caliente golpea mi cuerpo. Me frustro cada vez que pienso en el traje, me río solo para calmar el infortunio. Y me pongo serio cuando el rostro de Clara aparece sin permiso alguno en mi mente.
Mientras seco mi cuerpo, robo algo del minibar. Algo que seguro me va a costar un ojo de la cara en un par de días… pero necesito calmar esta ansiedad.
– Como me voy a olvidar el traje…que pelotudo – es el pensamiento constante.
El celular suena. Gonzalo me avisa que esta abajo.
Dejo el teléfono cargando sobre la mesa de luz, salgo, cierro la habitación y dejo la llave en recepción. En el hall exterior me espera Gonzalo. Debe de haber venido caminando porque no veo su auto.
Nos abrazamos fuerte. Después de todo, es un reencuentro. Accidentado, sí, pero reencuentro al fin.
– Qué haces Gonzo- Le digo con ansias mientras le apretó el brazo izquierdo. – Este viejo, hijo de puta.
– Todo bien Juan. Andaba por acá cerca, así que me vino al pelo para almorzar.
– ¿Para almorzar?- pregunto.
– Si… ¿Te pensas que te voy a acompañar gratis, loco?
Ambos reímos.
Gonzalo fue el primer amigo real que tuve. Tal vez porque nuestras casas estaban pegadas y la diferencia de edad era mínima, o porque compartíamos los mismos gustos. Excepto por las comidas. Gonzalo es vegetariano. Algo que le costó (y le cuesta) infinidad de cargadas. Aunque todos sabíamos que es el más sano de los cinco. Conferido de una habilidad única para la discusión y el contra-argumento, Gonzalo es la persona infaltable en cada reunión de amigos. Un personaje principal, que hace aún más grande la heterogeneidad del grupo.
Nos ponemos en marcha mientras recordamos anécdotas y vivencias. Me río a carcajada limpia cuando hace uno de sus chiste y conserva sus facciones inmóviles. Nos paramos frente a una casa de ropa formal, una casa que ni sabía que existía. Sabía que tenía que llamar a Gonzalo.
No tardo más de media hora en elegir y comprar un traje. Nunca fui bueno para comprarme ropa, nunca lo disfrute.
– Bueno, vamos a comer algo – le digo a Gonzalo mientras salimos del lugar.
Me lleva hasta un restaurant que, se nota, frecuenta. Son casi las 3 de la tarde.
Pido la especialidad de la casa. Gonzalo unas verduras que jamás me atrevería ni a probar.
Cuando estamos ya bien llenos y en sobremesa, Gonzalo tira la pregunta que pensaba no escuchar. Al menos no de parte de él.
– Viste lo de Clara, ¿no?
– Sí, che- le contesto.
– Me tiene como el culo- se sincera Gonzalo.
– Y…no es para menos Gonza. Yo todavía no entiendo un carajo. Como puede ser que aparezca así, después de tantos años. De la nada misma. Después de lo que vivimos y de cómo termino todo…
– Te juro que hace mil años que no nombraba a Clara. Y ahora estos últimos días, es lo único de lo que hablamos con los chicos…va, con los chicos menos con Pablo que no le hemos visto hace un par de semanas por esto del casorio. Pero esta noche seguro vamos a debatirlo. Algo nos va a contar…
– Seguramente Gonzo, seguramente.
El silencio se apodera del lugar. El mismo silencio cortante que se apodero de la charla con Fernando horas atrás, cuando tocamos este tema. Un tema que visiblemente, para los cinco, era un tema cerrado.
Le hago seña al mozo y pago la totalidad del almuerzo. Nos ponemos a caminar hasta el hotel, traje en mano.
Gonzalo me despide con un abrazo y me recuerda lo de esta noche. Le digo que sí, que está todo arreglado.
Recojo la llave, subo al primer piso. El reloj marca las cinco y media de la tarde. Tengo tiempo de una siesta hasta la tarde noche que venga Fernando a buscarme.
Coloco el traje con mucho cuidado en el placard, prendo la tv a volumen casi nulo, y me tiro en la cama. Recojo el celular de la mesa de luz y lo chequeo. Tengo una llamada perdida de un número que no conozco con característica telefónica de Mendoza. Presiono remarcar:
– Hola, ¿Juan? ¿Sos vos?- una voz femenina me responde del otro lado.
– Hola… No sé con quién estoy hablando.- digo firme.
– Soy Clara. Pablo me pasó tu teléfono.
Un escalofrío me recorre la espalda. Como si hubiese visto un fantasma, mis pelos se erizan y mi corazón palpita el doble de lo normal. Me siento desmayar.
– ¿Hola?…Hola…- Insiste la voz de Clara del otro lado de la línea.
De mi parte hay silencio y nada más. Quiero hablar, pero no me sale una palabra. Los segundos en línea parecen horas.
– Hola ¿llamo en un mal momento? – Clara es la que insiste.
No me esperaba esto. Toda una estantería de posibles reencuentros se me acaba de caer encima. Esto está pasando y es ahora. Ahora mismo.
– Mejor llamo después…-se escucha Clara que se aleja del micrófono.
Aprieto los ojos, trago saliva y digo casi gritando:
-¡No, pará! ¡Clara!-
La llamada se corta.
Me quedo con el teléfono en la mano mirando atónito la pantalla. Clara está. Es real. Clara ha vuelto. Ha vuelto a mi vida.
Continuará…