Claroscuro: Prólogo
Claroscuro – Capítulo 1: El partido
Claroscuro – Capítulo 2: Fernando
Claroscuro – Capítulo 3: El caserón de la calle Alberdi
Claroscuro – Capítulo 4: Gonzalo
Hacía varios días que los cinco jóvenes se juntaban a la tarde para sacar conclusiones apresuradas sobre Clara y su tío. Incluso ese mismo miércoles, antes de partir con destino a la casa de la muchacha, los amigos seguían debatiendo:
– ¡A que es un mafioso! – sostenía Mauricio.
– Naaa, cuanto te juego a que es algo mucho más choto de lo que nosotros creemos – decía Gonzalo.
– Seguro. Seguro la tienen cagando y nada más.- completaba Pablo.
– Para mí son vampiros o algo así…- El comentario de Juan, que volaba con su imaginación, dio lugar a las carcajadas limpias entre todo el grupo. Un momento de distensión que se necesitaba entre tanta conjetura infundada.
Juntando el coraje con las ansias, el grupo partió a casa de Clara. La ida fue cansina y sosegada. Todo lo contrario de lo que los cinco tenían en mente; ahí donde cada uno hubiese expuesto sus más eficaces hipótesis, había silencio.
Llegaron al gran pórtico de la casona y, como un grupo de espías entrenado, observaron con mucho cuidado que el Ford Escort no se encontrara estacionado en la puerta. No sabían de qué se trataba, pero tenían bien en claro que si el auto estaba en la entrada, debían emprender la retirada. Pero no había rastro alguno del vehículo.
Ocupando la totalidad de la vereda, empezaron a marchar. Firme y casi con desesperación, Gonzalo se adelantó al grupo y golpeó seguro el gran portal. Del otro lado, como si hubiese estado contando los minutos pegada a la puerta, Clara abrió rápido:
– Hola chicos. Pensé que no iban a venir.
– Hola Clara – Fue un saludo a coro.
– Espérenme un poco, ahí traigo la Coca. – La puerta se cerró detrás de la joven muchacha cuando salió de escena.
El miércoles era caluroso, demasiado para la fecha. Los amigos ocuparon las escalinatas a modo de asientos, ataviados por el sol.
Nuevamente pareciese que Clara tenía todo preparado y a la espera del aquel miércoles, puesto que en un par de segundos ya había retornado con la bebida para el grupo. Y otra vez fue a Juan a quien le entregó la botella para que sirviese.
– Clara, nos estabas contando de vos la última vez que te vimos.- Expuso Mauricio.
– Sí. No hay mucho más que contar de todas formas.- Clara era firme en las palabras. Le agradeció a Juan cuando este le alcanzo un vaso. Tomó un trago largo, preparó la garganta para un discurso, y retomó con voz segura:
– ¿Les dije que vivía en Godoy Cruz, no es cierto? Ahí vivía con mis papás. Mis viejos fallecieron hace un año. Fue un accidente. Yo soy hija única y no tengo más familia que mi tío. Que es con el que vivo ahora.
Cuando los amigos escucharon la parte del fallecimiento de los padres de Clara, se pusieron tensos. Esas cosas pasan en todos lados, pero nunca les había tocado estar tan cerca de una escena así. El ambiente quedó en suspenso, hasta que Fernando se dio cuenta que la joven estaba empezando a ponerse incomoda.
– ¿Ah. Y…tu tío? ¿Todo bien?
La frase que Fernando soltó fue sucedida por las miradas fijas de sus amigos que, lanzándole puñales con los ojos, le advertían la falta de tacto.
– Si ¿Por? ¿Ustedes lo dicen por cómo llegó la otra vez?
– Y, sí. Más o menos.- Pablo, ya habiéndose roto el hielo, tomaba confianza para continuar la charla.
– Él es así. No le gusta mucho la gente joven. Él es militar, es así, medio raro.
¡Es militar! El pensamiento de los cinco estaba sincronizado. Ninguno había atinado con la profesión del tío de clara.
– ¿Y por eso nos tuvimos que ir cuando el llegó? – Cuando a Fernando se le ponía algo en su cabeza, no paraba hasta conseguir resultados. Y ahora lo que tenía en mente era averiguar por qué Clara había actuado de forma tan extraña en los días pasado.
Los restantes cuatro amigos abrieron los ojos de forma exagerada. Conocían a Fernando y que los límites de sus preguntas se estiraban a razón de las respuestas. Mauricio hizo señas por lo bajo para que cesará de preguntar. Juan se tapó la cara. Gonzalo y Pablo rieron nerviosos. Pero a lo contrario de lo que los amigos esperaban, Clara contestó con soltura y sinceridad:
– Sí. No es buena idea que estén cuando está mi tío…
Y de repente una pausa en su respuesta. La cara de la joven cambió de aspecto para continuar hablando. Estaba cabizbaja, como escondiéndose entre sus largos cabellos. Tomo aire para continuar, pero esta vez la acotación no fue con soltura y con decisión. Fue con nerviosismo, casi por lo bajo. Sonó más a un desahogo que a algo que ella quisiera compartir. Se notaba hasta un rastro de tristeza:
– Si pudiera, ni yo estaría con mi tío.
Y fue ese agregado el que sembró aún más interrogantes al grupo de amigos. Clara, sin dudas, era una caja de interrogantes.