Claroscuro: Prólogo
Claroscuro – Capítulo 1: El partido
Claroscuro – Capítulo 2: Fernando
Claroscuro – Capítulo 3: El caserón de la calle Alberdi
Claroscuro – Capítulo 4: Gonzalo
Claroscuro – Capítulo 5: Miércoles
Claroscuro – Capítulo 6: Clara
Claroscuro – Capítulo 7: Quiebre
Claroscuro – Capítulo 8: Los cinco
Fernando fue el último en llegar a la casa de Gonzalo. Los cinco habían quedado en reunirse allí aquella tarde de domingo.
– Bueno – dijo Gonzalo –Hoy no nos juntamos a “pavear”, hoy ya van a hacer casi cuatro meses que no sabemos nada de Clara. Tenemos que ver que hacemos.
– ¿Qué queres que hagamos, Gonzo? Las últimas veces que fuimos, no nos atendió nadie. Y estoy seguro de que ella estaba adentro. – replicó Pablo casi fastidioso.
– Sí, yo vi una cortina moverse.- sumaba Fernando.
– Sí, todos sabemos que estaba adentro, pero por algo no nos quiso abrir.- continuó Gonzalo.
– Porque el tío nos odia. Para mí, Clara nos está cuidando…- dijo Juan sembrando un silencio que se apoderó de todo durante un instante. Instante que cortó Mauricio con la pregunta que todos se hacían:
– ¿Cuidando de qué?
El silencio otra vez reinó la sala de estar.
Después de varias hipótesis inconclusas, los cinco decidieron no darle más vuelta al asunto y comenzaron a ver televisión. No desistieron porque no querían hablar del tema. No, todo lo contrario; desistieron porque si seguían enroscando aquel tornillo de dudas, iban a terminar por robar la rosca; no había forma de encontrar una solución y eso los frustraba al punto de la desesperación.
Los cinco reparaban en la televisión sin mirarla, hasta que Pablo se percató de una escena. Y la solución a tantas hipótesis fue tan obvia y sencilla, que Pablo se puso colorado de bronca.
– ¡Gonzo, tráeme la guía!- gritó.
Los cuatro amigos restantes observaron con extrañeza a Pablo y después a la tv. A Pablo, a la tv. A Pablo a la tv. Y casi sincronizadamente, se dieron cuenta de la obviedad.
El programa de televisión mostraba a un protagonista perdido en alguna ciudad estadounidense. El hombre, al encontrarse extraviado, decide consultar una guía telefónica buscando un apellido que le resultara familiar. Pablo había decidido poner en práctica la táctica de la tv. El resto de los amigos lo entendió después de él.
Gonzalo corrió torpe y apurado hasta la mesa del teléfono. Desde una distancia de escasos metros, arrojó la pesada guía telefónica hasta las manos de Pablo.
– ¡Como era el apellido… el apellido del viejo!- hablaba fuerte Pablo.
Ninguno respondió. Y eso era porque ninguna sabía a ciencia cierta el apellido del tío de Clara.
– El apellido de Clara es Rosales…- acotó Juan.
– Busco a un Roberto Rosales entonces…a ver si tenemos suerte.- Pablo decía mientras abría la guía.
Los “Rosales” parecían multiplicarse con el pasar de las hojas. Los nombres “Roberto” acortaron la búsqueda…pero así y todo seguía siendo una exploración exhaustiva. Los cinco estaban sumidos en el pesado libro con la mirada fija. Diez ojos ven más que dos y ahí donde a uno se le escapará el detalle, estaría el otro para encontrarlo.
– ¡Acá! ¡Acá! ¡Roberto Rosales, calle Alberdi al…!- El grito de los cinco interrumpió el descubrimiento de Mauricio.
Fernando cogió el tubo y marcó el número que Mauricio le dictaba. Cuando hubo terminado, los cinco pegaron los oídos al intercomunicador.
El teléfono timbró 4 veces y no había respuesta. Ya pensaban desistir, hasta que la voz familiar de Clara los abrazó otra vez:
– Hola.
Los cinco gritaron el nombre -¡Clara! ¡Clara!- Fernando empujó con los codos al grupo y se asió con el teléfono, con una mirada y un gesto les indicó que guardaran silencio. El resto entendió que sería imposible hablar todos a la vez y se quedaron callados, escuchando con las cabezas en torno al tubo.
– ¿Quién habla? – Preguntó Clara y sola se contestó – ¿Fernando? ¡Fernando!
– Sí, soy yo. Estoy con los chicos ¡Clara, estábamos preocupados! ¿Por qué no abriste las veces que fuimos a verte?
– Fer, si mi tío dice algo se tiene que cumplir. No podía ir en su contra. Los extraño.
– ¡Y nosotros a vos!
– Igual, no tendrían que haber llamado…no sé si sea buena idea hablarnos, y mucho menos vernos.
– ¿Entonces esto es una despedida? No llamamos para despedirnos, Clara.
Se sintió un ruido en él tubo y Clara cambió su tono de voz. Ahora murmuraba:
– Fer, mi tío está acá…no puedo hablar mucho.
Y como si el aviso diera paso a lo que Clara anticipaba, la voz de Roberto se escuchó de fondo:
– ¿Clara, que estás haciendo? ¿Estas con el teléfono? ¿Cuántas veces te he dicho que eso solamente lo tengo que usar yo?!
– Fer…no aguanto más.- Clara gritaba en susurros.
Los cinco escucharon todo. Los cinco hacían silencio.
– ¡Clara!- la voz de Roberto se hacía cada vez más fuerte, como si se acercará a su sobrina –¡¿Con quién hablas, Clara?! ¿¡No serán esos pendejos de mierda!? ¡Veni para acá, Clara!
Los cinco amigos dejaron de respirar por un instante. El silencio y la tensión eran una tanza en el medio de la habitación, una tanza que parecía cortarse con el más mínimo movimiento.
-¡Tío, no!- Fue lo último que se escuchó de Clara antes de que la llamada se cortara por completo.
Fernando bajó el tubo y colgó. Apretó fuerte los ojos, tomó una bocanada de aire y dijo lo que todo el grupo de amigos pensaba:
– Nos vamos ya para la casona de la Alberdi.
Era domingo. El domingo donde todo iba a cambiar…
Continuará…