Cap 1: Amores lejanos
Cap 2: Miradas lejanas
Ahora que ha pasado un tiempo, y que veo todo en retrospectiva, no me arrepiento de nada. Una lágrima solitaria cae por mi mejilla cuando recuerdo todo lo vivido a su lado.
Su mirada no era la misma, y más allá de que seguía pareciendo ser el hombre del que yo estaba enamorada, había algo en su ser que no era lo mismo. Lo miré sencillamente y creo que me entendió porque me agarró de la mano y me llevó a una parte de las canchas en donde lo había nadie, lo besé como desesperada, sus labios me besaban también, pero había algo extraño, ya no eran sus labios los que me besaban, sino que estaba diferente. «¿Qué te pasa Ernesto?, Meses sin vernos y ahora estás raro, como que te hubiera pasado algo» Ya no me podía guardar la impresión extraña que me había causado. «Ahora no puedo hablar. Después charlamos» Y acto seguido, sin mirarme siquiera, se fue con mi corazón en sus manos. Y de pronto sentí algo en mi cara. Eran lágrimas, estaba llorando.
No sé de donde saqué la fuerza y las ganas de ir a competir, pero traté de borrarme su cara por el campeonato y, después de días de dura e implacable competencia logré ganar y clasificar al abierto en Colombia. Las noches me las pasaba en el bar del hotel, tomando vodka casi puro y pensando qué había hecho yo para que él me tratara de esa forma, si había metido la pata en algo, si me había dejado de querer o había encontrado a alguien mejor. La última noche, ya pasada en copas, le mandé un audio de WhatsApp, diciéndole que lo amaba, que estaba loca por él, y llorando entre medio. Me fui a acostar a la habitación y las lágrimas volvieron a brotar de mi cara, segura de más nada en la vida.
Al otro día me desperté con el ruido de que alguien golpeaba la puerta. «¿Quién es?» Grité media dormida aún, y la respuesta fue muy diferente a la que yo pensaba «Soy Ernesto, tenemos que hablar». Le abrí en bata y con el pelo revuelto, me miró y me dio el mejor beso que me habían dado hasta ese momento. «Gané el abierto y me voy a Colombia» me dijo al oído mientras que me abrazaba. Nos acostamos en la cama, nos empezamos a besar, y parándolo en seco le dije «Antes de lo que vayamos a hacer, tenemos que hablar de todo, tenemos que hablarlo y vos lo sabes mejor que yo». Me miró con esos ojos que tanto amo y tanto amé. Me dijo que se había dado cuenta que lo nuestro no podía funcionar, la presión en el mundo del tenis, nuestro mundo, era muy fuerte, y no podía darse el lujo de estar en una relación. Su prioridad era su carrera deportiva. A lo demás no podía, no debía entregarse. Yo lloré y creí entenderlo. Y como despedida, sabiendo que casi seguramente era la última vez, y que me iba a ir con el corazón roto, hicimos el amor.
Lo besé segura de que era la última vez, lo besé y me subí al avión que me llevaría de vuelta a mi casa, a Mendoza. Yo no le había dicho que también me iba a Colombia, porque ni siquiera estaba segura de poder juntar la plata para ir. Faltaban meses aún, pero trataría de hacer lo mismo que él, de enfocarme en el tenis. Pero su ser estaba tan dentro de mí. Lo amaba. No había vuelta atrás.
De todo el país solo habíamos clasificado cuatro personas, dos mujeres y dos hombres y seguramente Ernesto ya se había enterado de que nos veríamos en Colombia. Por mi parte comencé un entrenamiento tan feroz como extenuante para estar lista y ganar el abierto. Decidí apartarlo de mi vida, tratar de enfocarme en el tenis, salir con otras personas, pero en cada piel que tocaba, estaba la suya, en cada caricia, sentía todo lo que habíamos vivido. “Es imposible, no puede ser” me dije.
Llegó el día de mi cumpleaños, faltaba menos de un mes para irme a Colombia y, gracias a ayudas de amigos, rifas y colectas, logré juntar el dinero para viajar. De pronto tocaron el timbre, y al abrir, era de un servicio de mensajería privada, con un paquete para mí. Extrañada firmé el recibo, y, al abrirlo, descubrí una raqueta de tenis, una caja de bombones y una carta, era de él. La carta decía:
“Quisiera decirte tantas cosas que en estos meses he venido guardando, tantos besos que tendría que haberte dado, y no haberte hecho llorar ni haberte dado la espalda. No soy bueno queriendo, pero tu amor ha sido lo único bueno que he podido sacar de esto. Soy un boludo, lo sé, mi carrera vale más que esto, o al menos eso me decía para no correr al aeropuerto y comprar el primer pasaje de avión que saliera a Mendoza. Feliz cumpleaños preciosa, perdóname por ser el que no se animó a quererte”
Ernesto.
Y cuando terminé de leer la carta, las lágrimas cayeron a borbotones, la raqueta era la última y más avanzada que había salido, muy lejos de la que yo tenía. En muy poco tiempo nos volveríamos a ver. Debía hablar con él en persona, aunque fuese por última vez…