Los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan.
Stephen King.
Estaba cansado. Hacía un largo rato que estaba sentado observando por el microscopio. Tenía la vista cansada, el cuerpo agarrotado y la mente por explotarle. Se sentía un tanto perdido.
Miró por la ventana y suspiró resignado. La lluvia caía, bella, certera y sin repetirse en sus formas. Pensó que por lo menos le quedaban solamente dos horas para cumplir su jornada laboral.
En su casa lo esperaban sus gatos y su música, el único oasis de paz en el cual se podía sumergir Ansiaba llegar pronto, sacarse los zapatos y tirarse en el sillón escuchando Miles Daves, pero interiormente sabía que eso no lo sosegaría, no le traería calma. Nada lo hacía.
Su nombre era Hernán Ponce, trabajaba en los laboratorios de una gran empresa multinacional durante largas horas. Le estaba haciendo pruebas al elemento llamado Moscovio, el número 115 de la tabla periódica. Aunque no lo movilizaba el hecho de estar manipulando un mineral sintético.
Un rayo cayó cerca, la tormenta arreciaba. Hernan Ponce se preguntó qué pasaría si se expusiera al Moscovio a un elemento común. La idea lo despertó un poco, lo sacó de su apatía. Sin ninguna medida de seguridad tomó un poco del Moscovio que analizaba.
Debía hacer algo, no se podía quedar con lo visto, la situación demandaba algo más. Entonces miró la lata de bebida cola dietética que estaba bebiendo ¿Qué pasaría si echase un poco del líquido en la muestra del Moscovio? Era una acción con tintes necios, lo más probable que nada pasase, sólo eso. Pero de todas maneras siguió adelante con la idea.
El brebaje burbujeó al caer sobre el Moscovio. No pasó nada.
Hernán Ponce miró el desastre que había sobre la mesa de trabajo, debería ser un lugar impoluto, quedó todo pegajoso. Algo le dijo que lo intentara de nuevo.
Los relámpagos iluminaban el ambiente. Un estruendo lo sobresaltó, otro rayo había caído cerca, muy cerca. La electricidad se cortó, todo se quedó a oscuras. El Moscovio sobre la mesa brillaba con un fulgor verde, repentino y muy intenso.
Hernán Ponce miró extasiado la reacción, su rostro se iluminaba con el resplandor creciente, debía investigar qué había causado esa manifestación. Arguyó que la intervención de la bebida cola generó esa fosforescencia.
Se dispuso a tomar notas sobre el evento, entonces sintió un fuerte dolor en su cuerpo. Una abrasadora agonía lo poseyó, un tormento atroz le subió por las uñas de los dedos de los pies y fue creciendo hasta hacerle explotar los tímpanos.
No sabía si estaba soñando, pero se vio a si mismo corriendo por los pasillos del complejo científico. A medida que lo hacía algo pasaba con su cuerpo, iba perdiendo su forma original, crecía sin ningún límite mientras que sus músculos se ensanchaban.
Corría a una velocidad pasmosa, sus pisadas colosales sonaban en la oscuridad. Una pared se interpuso, sin pensarlo arremetió contra el muro y los escombros salieron en todas direcciones. Hernán Ponce se encontró en la calle, bajo la lluvia torrencial.
***
-Ha creado un nuevo elemento por accidente- Dijo para si misma la agente Elvira Alvarez, en un murmullo que aseveraba su teoría.
La habían mandado para investigar desde Inteligencia Militar al lugar de trabajo de Hernán Ponce; querían saber cómo el hombre se había convertido en ese monstruo monumental que estaba asolando la ciudad en esos momentos.
La metamorfosis de Hernán Ponce fue brutal y sobredimensionada; en un lapso de tiempo no mayor a una hora su cuerpo creció hasta una la altura de cien metros, su piel se volvió roja y sus rasgos faciales cambiaron y lo convertieron en un ser irreconocible.
La conjunción de la bebida gaseosa y el elemento 115, el Moscovio, habían mutado el ADN de Hernán Ponce y lo convirtieron en el ser apocalíptico que las fuerzas armadas intentaban contener.
Elvira Alvarez se comunicó con sus superiores y les comunicó la noticia.
***
La atención del mundo, a través de los medios de comunicación, estaba centrada sobre Cozo, el nuevo ente que estaba destruyendo la ciudad. El nombre Cozo surgió al principio del incidente, cuando un periodista le preguntó a un soldado contra qué se enfrentaban -A un coso gigante- contestó apresurado el militar al tiempo que se iba para el campo de batalla. Los noticieros lo cambiaron un poco y quedó Cozo.
El general Zavala estaba en el centro de mando, en lo que había sido un centro comercial. La actividad era febril, desde ese sitio se dirigían las fuerzas que luchaban contra la colosal bestia.
Se intentó contenerla con un ataque frontal, pero los misiles y las balas de los tanques rebotaban contra la gruesa piel y no le causaban el menor daño.
Batallaron contra Cozo y sólo lograron enfurecerlo más, lo que llevó a la casi destrucción total de la ciudad, con muchísimas bajas civiles. Cozo derribaba los edificios a puñetazos y lanzaba colectivos y otras cosas de gran porte a las fuerzas defensoras.
Un científico tuvo una idea, conjeturó que algo de humano quedaba en él y que se podía recurrir a lo que más quería parar tranquilizarlo. Entonces fueron en busca de su novia, Cecilia.
Ella se aterrorizó con la idea de acercarse a Cozo, pero el general Zavala la convenció de que seguramente Hernán la recordaría y eso iba a contribuir a detener esa masacre.
Cozo estaba sentado sobre unas construcciones derrumbadas, miraba sin mucho interés a los helicópteros que lo sobrevolaban. Cecilia, temerosamente, se le acercó hasta quedar a pocos metros de el monstruo. Le habló con un megáfono en un tono suave.
-Hernán, Hernán, por favor prestame atención- le dijo-Hay que detener toda esta locura ya mismo, por favor mi amor- Cozo la miró, entre extrañado y contento, algo parecido a una sonrisa se dibujó en su cara horrenda. En el centro de mando seguían la escena mediante monitores de TV. En ellos veían a la trémula Cecilia y a Cozo dominado por los cambios en su ADN.
Cozo bajó su rostro hasta quedar a la altura de la mujer. Cecilia se animó a tocarlo y extendió el brazo para hacerlo. Entonces el monstruo la engulló de un bocado.
En los monitores se alcanzó a ver Cecilia en las fauces de Cozo siendo destrozada por sus dientes.
Cozo había descubierto el sabor de la carne humana y le había gustado.
Continuará…