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Cuatro torcazas muertas

Hacía ya una semana que el teléfono no sonaba, Isabel suspiraba agradecida, yo cruzaba los dedos, era la tensa calma que antecede la tormenta.

– Gordo deja de psicopatear con eso, la vez que esta loca se deja de romper los huevos por unos días vos pareces extrañarla.

– Sabes que es así, vos no la conoces, es extraño que Víctor no haya llamado.

– Amor el nene ya esta grande, sabe usar el teléfono, si hubiera pasado algo ya hubiera llamado.

Recuerdo como si fuera ayer el día en el que el juez de familia le dio la custodia completa a Sandra. Por poco no termino en la comisaría.

El juez determino que siendo un niño de 4 años debía estar con su mamá, aunque ella fuera mentalmente inestable; y adicta a los fármacos. En su defensa debo decir que el hecho de haber formado pareja tan pronto no ayudo en mi pedido de custodia, pero bueno, las cosas se dieron así.

Creí que el calvario terminaría allí, ¡cuán crédulo fui! Denuncias de acoso, persecución; y lo peor de todo, Víctor en medio del fuego cruzado.

Ya pasaron dos años de la separación, y desde hace unos meses la situación mejoró, un poco al menos. Pero la conozco, se que algo trama y no se por donde vendrá el golpe.

En la noche, la puerta del cuarto se abrió violentamente de par en par. Dormía con un ojo abierto y de un salto salí de la cama, agarré uno de mis pesados botines de seguridad y recorrí la corta distancia que me separaba de la puerta de entrada…. nada. Me enjuague la cara y puse la cafetera para tomarme un café, era recién las 4 am, pero me sería imposible volver a dormir.

Me quedé mirando la nada, un difuso haz de luz se colaba por la ventana desde la calle. Una extraña silueta me llamó la atención, nada exagerado, solo una de esas cosas que bastan para interferir con el campo visual. Me acerqué a la ventana y en el borde vi una pequeña torcaza, seguramente se había estampado con la ventana.

La metí en el cesto de la basura, Isabel es muy sensible a estas cosas.

A media mañana, en el descanso salí a llamar a mi pequeño, hacía casi una semana que no hablaba con él. El teléfono sonó, sonó, y siguió sonando pero nadie atendió.

No alcancé a guardar el teléfono que empezó a sonar.

– ¡¡Gordo por favor vení a casa!!!

– ¿Qué paso amor? Estoy trabajando.

– Encontré una paloma muerta.

– La puta madre, si bebé, yo la metí en el cesto de la basura anoche.

– ¿Cesto de la basura? No gordo; una paloma acaba de reventarse contra la ventana de la cocina. ¿Qué está pasando?

– No te preocupes amor.

– ¿Que no me preocupe? ¡Gordo algo esta pasando!

– Isabel tengo que volver a trabajar, cuando llegue vemos que pasa.

Era raro, si, pero ella solía hacerse demasiado la cabeza, después de todo eran solo un par de pájaros.

De camino a casa fui tratando de encontrar una explicación al fenómeno. Al llegar me encontré con Isabel con los guantes, limpiando frenética los pisos, era su manera de descargar los nervios, solo me quedaba hacer como si no pasará nada y aguantar el irritante olor a cloro de mi hogar.

– ¿Vamos a comer?

– ¿A vos te parece que podemos comer en un lugar así?

– ¡¿Sí?!

– ¡Nooooo! No se puede.

– Si vos lo decís.

“Todas, todas están locas, quédate con la que tiene mejores tetas, porque ninguna se salva”, dijo mi viejo y no se equivocaba.

Me fui a comprar una pizza para cenar; y una cerveza, de las verdes. Comimos tranquilos, como si nada hubiera pasado e hicimos el amor, esa noche dormiría como un bebé. A media noche me despertó el llamado de la naturaleza.

Me acerqué a la cocina por un vaso de agua, mientras guardaba el vaso escuche un fuerte golpe contra la ventana. Era otra pequeña torcaza. El ave se estremecía moribunda en el borde. ¿Qué hacer? Si Isabel la veía se pondría histérica. Fui hasta la pieza para ver si dormía.

El ventanal de la habitación estaba abierto de par en par y Isabel batía los brazos mientras se balanceaba sobre el borde de la pared. Corrí hacia ella y cuando alcance a tomarla por el camisón salto al vacío.

– ¡¡¡Noooooooooooo!!!!

Su cabeza rebotó contra la medianera y casi como en cámara lenta cayó hasta el suelo. Baje corriendo mientras marcaba al 911. En el estrecho pasillo yacía su cuerpo estremeciéndose con violentos calambres a la vez que la sangre brotaba a raudales de su frente hundida. Su mandíbula fracturada dibujaba en su rostro una macabra sonrisa.

– 911 ¿cuál es su emergencia?

– Por favor manden una ambulancia a la calle Juan de Dios Videla al 300, de ciudad, mi mujer se acaba de tirar por la ventana. Por favor, que sea rápido, esta grave.

La ambulancia no tardo en llegar.

– La llevamos ya mismo al hospital Lagomaggiore, no llega al central.

No me dejaron subir a la ambulancia así que me subí a mi auto. Las malas noticias no tardaron en llegar.

– No había mucho que hacer perdió mucha sangre y masa encefálica, lo lamento mucho señor.

No entendí lo que pasaba. Isabel no era así, no tenía motivos para hacerlo. Mi teléfono comenzó a sonar, era Sandra.

– Sandra ¿Que paso? Es un muy mal momento

– …

– ¡Sandra! – grité

cuatro torcacitas

volaron de su jaula,

sobre la ventana

quedaron desplumadas.

Yo sabía que algo tenía que ver con todo esto, no sé como pero era ella.

El cirujano se acerco a mi, pero temblando salí corriendo y subí al auto, la policía salió tras de mí, lo se, era muy sospechoso, pero mi hijo estaba con esa loca desquiciada.

Tome el acceso a toda velocidad, la puta tonada retumbaba en mi mente.

¡Hija de puta atende el teléfono! Un perro se atravesó en mi camino y perdí el dominio del auto, casi me voy a la banquina, me tranquilice y arranque de nuevo.

Acelere, tenía que llegar antes que la policía diera conmigo, aceleré a fondo. El interior del auto se lleno de un humo espeso e irritante, las sirenas se acercaban, no podía detenerme, abrí las ventanas y seguí, no importaba. Algo golpeo el parabrisas, no podía ver que era, otro golpe y el vidrio se trizó, la cabeza reventada de una pequeña paloma que goteaba hasta el tablero, batía las alas y no podía ver nada. El limpiaparabrisas se atasco trate de agarrarla para sacarla pero el cinturón no me dejaba alcanzarla, lo desabroche. La sostuve por el ala y escuche las bocinas, y las luces me encandilaron.

***

Un chofer de colectivo había advertido a la policía de un coche que conducía en contramano por el acceso Sur, un Escort dominio BCG456, la policía logro identificar al conductor. Se trataba de Rafael Caldera, de 35 años, su mujer acababa de fallecer en el Hospital Lagomaiore, según las pericias había sido arrojada desde la ventana por su cónyuge.

Tres móviles se dispusieron para su captura, los oficiales declararon que todo el camino lo hizo zigzagueando. A la altura de la Avícola Lujan saco medio cuerpo por la ventana y se dejo caer, los móviles no alcanzaron a detenerse.

Las motivaciones del suicida nunca fueron esclarecidas, pero el análisis de su comportamiento en los días previos a los trágicos sucesos permitió trazar con detalle su accionar.

Cuando revisaron su teléfono móvil se encontraron con que en los días previos había realizado 300 llamadas al número de su ex mujer, Sandra Coniglione. La mujer se había mudado a una antigua casa familiar, ubicada en Fray Luis Beltrán, aparentemente huyendo de Rafael. Cuando la policía fue en procura de la mujer se encontró con una escena dantesca. Los cuerpos de Sandra y su pequeño hijo se encontraban en avanzado estado de descomposición, habían sido arrojados desde la terraza.

El ultimo mensaje recuperado del teléfono de la mujer era una confusa melodía que sonaba con las sirenas detrás, enviado minutos antes de que el hombre se arrojase de su auto en movimiento:

cuatro torcacitas

volaron de su jaula,

sobre la ventana

quedaron desplumadas

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