No me dediqué siempre a la astrología. Tenía cierta curiosidad, como la tenía también por los casos policiales y el camino semiológico de las pistas, para un forense. Ese camino, el de la semiología, es también interesante para entender por qué elegimos utilizar ciertas palabras, para construir un concepto, y descartar otras que significan lo mismo. Luego supe que de eso se trata principalmente el psicoanálisis, aunque hay algo superador: los arquetipos mentales.
Eso sí que es fascinante a los efectos de la estructura mental que permite la construcción de realidades. En el análisis de los arquetipos se basan muchos estudios y hay cientos de libros escritos. La estructura arquetípica mental no sólo explica el por qué las personas elegimos ciertas palabras, y no otras de igual significado, para exponer un concepto o idea, incluso para simplemente relatar un hecho. La arquetipicidad mental también explica el pensamiento criminal y por eso es fundamental para los forenses y detectives.
Así que el camino por el que llegué al estudio de la astrología no fue leer un librito de algún experto en los astros que hacía predicciones, sino el estudio, primero, de la semiótica; luego el psicoanálisis y, más tarde, los arquetipos mentales propuestos por Carl G. Jung, quién entre sus múltiples conocimientos contaba con la astrología como campo de conocimiento.
Podría uno pensar, y de hecho lo pensé, qué tan serio podía resultar un profesional de la psiquiatría que hacía las cartas astrales a sus pacientes para detectar el trauma mental y luego ayudarlos a superarlo. Bien, lo que hacía era discernir el arquetipo mental y, a partir de ahí, el comportamiento. Jung llegó a decir que la astrología era la psicología de los antiguos, la primera psicología.
Los antiguos no sólo utilizaban la astrología para entender fenómenos de tipo psicológico sino también médico. De modo que un médico, psiquiatra y astrólogo del S XIX hubiera sido una especie de dios en la edad antigua.
No sé si tanto como un dios, pero Michel de Nostradamus era el Jung de la edad media, aunque no llegó a la consideración de los arquetipos sino que más bien tenía percepciones extrasensoriales a raíz de un intenso trabajo meditativo que hoy podría explicarse mediante la activación de la glándula pineal.
Un poco más acá, Benjamin Solari Parravicini volcaba en dibujos y frases sus percepciones metafísicas. La única manera de entender el sentido del legado de Parravicini es con el estudio de los arquetipos en los que su mente codificaba.
¿Qué tiene que ver esto con los astros? Que cuando se decodificaban arquetípicamente eso que hoy se consideran “predicciones”, por el carácter premonitorio y por la correlación con hechos efectivamente ocurridos con posterioridad, estaban asociados a ciertas conjunciones planetarias que, desde las primeras civilizaciones, habían sido observadas por lo ineludible de su presencia; como lo eran los eclipses, la huidiza aparición de Venus como primera estrella de la mañana o la primera de la tarde; el imponente brillo de Júpiter sólo visible en algunos meses del año; y naturalmente la roja presencia de Marte.
Ese era todo el cosmos para los antiguos: el sol, la luna, Venus, Marte y Júpiter. El resto de las estrellas que veían era un gran misterio. No obstante, cuando aparecieron los telescopios, el cielo comenzó a poblarse de respuestas y también de llamativos interrogantes sobre las referencias de aquellos que hablaban, desde miles de años atrás, incluso en pinturas rupestres, de piedras de fuego caídas del cielo, de pájaros de metal, de planetas con anillos y de seres con alas que vivían en las estrellas.
¿Qué habían visto realmente esas personas? ¿Puede uno construirse un arquetipo mental conforme a imágenes nunca vistas con los ojos o nunca leídas en algún rollo antiguo? ¿Leonardo Da Vinci era un adelantado, un genio, tenía activada su glándula pineal o alguien le soplaba secretos al oído? ¿Einstein era realmente un físico o más bien un metafísico creyente que trataba de explicar el pensamiento de Dios para entender la mecánica de la naturaleza?
Porque puedo comprender que alguien juzgue como sugestión la idea de que las conjunciones planetarias preanunciadas pueden desencadenar algunos hechos concretos en la manifestación física de la materia. Pero en esa misma línea, si la sugestión funciona para manifestar tragedias, por qué no se utilizaba al revés, para cambiar las inminentes catástrofes anunciadas por seres que tenían una comprensión arquetípica de la realidad metafísica. Más aún, por qué los científicos se obsesionan con la materia hasta llegar al punto que no pueden explicar y entonces negar todo lo que está fuera del método que siguen.
Lo que pasó después fue extraño, porque mi mente empezó a funcionar de una manera veloz. A todo le encontraba una respuesta, ya sea desde la semiótica, desde la psicología o desde la astrología. Me corrijo, no a todo. Había un “no sé qué” yacente apenas bajo la superficie y no sabía cómo responderlo, ni siquiera sabía encajarlo en un concepto.
Eso fue el inicio de una búsqueda seria por entender fenómenos que estaban más allá de lo perceptible y qué tenía que ver el concepto de eso que se resume en la palabra “Dios” y de toda la construcción arquetípica a su alrededor. Porque ese “Dios” no fue lo mismo para todas las civilizaciones pero tenía una misma característica: no podría ser encerrado, ni visto, ni manifestado, aunque cada pueblo lo simbolizaba de diferente manera.
Se trataba del propósito primario de la existencia humana, con toda su mortalidad y finitud. Si éramos seres emocionales, astrales, espirituales… ¿Cuál era el sentido de meter esa magnitud etérea en un cuerpo que perece cuando todo lo demás es eterno? ¿Era eterno? ¿Existía todo lo demás? ¿Realmente había una energía trascendente? ¿Y si esa energía era trascendente, qué sentido tenía este tránsito mortal?
Supongo que todos se hacen esas preguntas en algún momento y la mayoría elabora alguna teoría personal o ninguna, simplemente niega otra posibilidad o asume su finitud en este mundo sin pensar en qué vendrá después y qué hubo antes, si es que acaso existiera algo más que el aquí y ahora, en cada uno de los aquí y ahora de las cuerdas temporales en los distintos planos de realidad que nuestros yoes están viviendo en cada una de esas realidades paralelas.
Me costó años aceptar esta posibilidad. Años de investigar, de leer, de pensar. ¿Para qué? No sé, porque ciertamente a veces me llama la atención que no muchas personas quieran saber las causas de por qué nos pasa lo que nos pasa, o por qué nacimos en la familia que nacimos, por qué enfermamos, por qué lloramos, por qué queremos siempre más aunque nada de lo que obtengamos podremos disfrutarlo cuando la existencia física termine, al menos en este plano.
¿Qué respuesta me daba la astrología, la semiología y la psicología a esto? Pocas. Y yo seguía pensando por qué esas masas energéticas en su órbita influían sobre nuestro campo electromagnético (global, social y personal); y por qué si somos energía no podíamos ponernos un escudo protector ante eso, como de igual manera podríamos evitar enfermarnos o curarnos con el poder energético de una hipotética semilla lumínica que nos habitaba.
Las respuestas a eso me las dio el estudio de la meditación kabalística con las letras hebreas. Yo sé que debe parecer que es inútil dedicar tiempo a pensar y estudiar estas cosas, que la vida es acción y no reflexión, que si uno se mete adentro de una habitación a estudiar se pierde de vivir. Es cierto, sin embargo el tiempo… el tiempo es otro interrogante, la mecánica cuántica y la teoría general de la relatividad no son compatibles y “la teoría del todo” aún no puede ser explicada desde las matemáticas o la geometría.
Si hay una causa primera y lo demás es su consecuencia, yo quería saber cuál era la función de eso que llamaban Dios y dónde estaba, si es que existía. Y si existía, por qué no intervenía en lo que las religiones llaman “la lucha entre el bien y el mal”. Más aún, de qué lado estaban los astros (parte de esa creación originada en un big bang expansivo del que también salimos nosotros), si es que estaban jugando el mismo juego y respondían a las mismas causas y consecuencias de las leyes que rigen a toda la creación hasta ahora conocida.
Y, yendo más al fondo, por qué no podíamos ver a los seres que habitan otros mundos, porque la propia naturaleza mortal de la creación física no debe tenernos como protagonistas absolutos. ¿De dónde viene esa certeza? Probablemente de mi configuración arquetípica mental, de un trauma de vidas pasada, de una percepción álmica, de mi glándula pineal activa, de una sensibilidad energética… Cada área del conocimiento podría darme una respuesta, incluso es válida aquella que me dice que es toda una idea que me permite sobrellevar el miedo ante la certeza de la muerte de este cuerpo que habito. También puede que esté loca, y no lo descarto.
Me pregunté si este planeta influye en, por ejemplo, los habitantes de Marte o de las lunas de Júpiter. Porque si la influencia de los astros se vincula al campo electromagnético de los cuerpos planetarios, nosotros somos uno más con campo electromagnético incluido y sin la energía gravitatoria de la Tierra, la luna sería una piedra más.
¿Qué tan importante, o no, es la Tierra en el marco cósmico? Si un meteorito destruyera Marte o Venus la Tierra no sería la misma ¿Qué sostiene esta creación majestuosa hasta límites insospechados en un funcionamiento energético perfecto?
La abstracción inmaterial tiene un encanto que trasciende ciertas leyes, aunque esas leyes sin duda existen y muchas de ellas las conocemos porque hubo quienes vivieron encerrados en un cuarto, en una biblioteca o en un laboratorio, tratando de entender lo que para nosotros está a disposición sólo con buscarlo.
Dedicaron su vida a eso para que nosotros disfrutemos gracias a ese saber y nos sentemos a mirarnos un poco el ombligo y filosofar sobre cosas que no entendemos, o a elucubrar teorías sobre situaciones que nos trascienden, o a explicar superficialmente aspectos profundos.
Estamos imantados por la pertenencia a una red energética llamada conciencia. ¿Conciencia de qué? De pertenencia a algo común que no podemos materializar pero que, aunque sea levemente, nos hace saber que es y que existe. Esa energía que nos mantiene con el corazón latiendo y los pulmones respirando más allá de nuestra voluntad conciente, de la misma manera que mantiene a la luna en órbita alrededor de la Tierra y a la Tierra y los demás planetas orbitando alrededor del Sol, y todo el sistema solar girando alrededor del sol central de la galaxia y la galaxia haciendo lo propio junto a otras.
En el inglés, “I am” se puede traducir como Yo soy o Yo estoy, lo refiere el contexto; en realidad lo decodifica el cerebro a partir de un contexto que también el cerebro construye arquetípicamente. Porque no es el mismo “ser” que “estar”.
Cuando Moisés, según la tradición oral y más tarde escrita, recibió las tablas de la Ley en el monte Sinaí para entregarlas al pueblo hebreo, preguntó a ese ser “¿Quién les digo que me dio esto?” Lo mismo le había preguntado cuando el mismo ser le había ordenado ir a comunicarle al faraón egipcio que llegarían las plagas si no liberaba al pueblo de la esclavitud. “¿Quién le digo que dice eso?”.
La respuesta siempre fue la misma: Soy el que soy; I am, en inglés, Ehyeh Asher Ehyeh, en hebreo (y cuyo verbo también significa al mismo tiempo “ser” y “estar”) Ser todo, estar en todo, inmanencia. Y lo que sea que “es” o “está”, es independiente de nosotros y del resto de la creación, porque es el origen que escapa a toda lógica; aunque en esa lógica todo funcione, igual los átomos de los billones de células de nuestro cuerpo, como las moléculas de los gases de Venus, como el hielo de los anillos de Saturno o como los diamantes que llueven en Neptuno.
Todo eso, suspendido energéticamente en un vacío lleno de actividad: el Ein Sof, el infinito que se curva en dimensiones. Los antiguos lo definían como una correspondencia: “Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera”.
Si el Ein Sof volviera a su tamaño original sería una cantidad de materia compacta del tamaño de una nuez. En esa nuez entramos todos, los billones de células de nuestro cuerpo y los billones de galaxias expandidos a partir del Big Bang. Einstein lo sabía y Stephen Hawking también. ¿Cómo llegaron a eso? Entendiendo el proceso de la creación desde el comportamiento de una partícula. ¿Qué hace que la partícula se comporte? Quizás en eso el iluminado es Borges cuanto dice “Dios mueve al jugador, y este, la pieza / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonía?”
Esta imagen es la del segundo fresco de la Capilla Sixtina, llamado «la creación de los astros y las plantas». Inspirado en el Génesis, Miguel Ángel pinta a Dios creando al Sol y la Luna, con ángeles a sus espaldas. En el Génesis no se habla de ángeles. ¿De dónde salieron en la mente creativa de Miguel Ángel? ¿Acaso son los ángeles los responsables de la influencia astral y el principio de correspondencia?
Todo esto para decir que, hasta el momento, entiendo los ángeles como las partículas elementales de la composición cósmica, a Dios como el vacío que sostiene esa particularidad y a la conciencia como la energía que activa cada partícula a partir de un arquetipo expansivo primordial. Y también sigo pensando que Borges es Dios.
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