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El conflicto eterno

Un domingo de catarsis solitaria, Ludmila se encontraba practicando aquello que más ama en la vida, mas su cabeza no se lo permite. No puede concentrarse, la rutina de la práctica  resulta ser impotente frente a las formulaciones de la cabeza, pues esta está ocupada en otra cosa.

Esta ocupada en entender porque está sufriendo tanto, porque desde el centro del cuerpo hay una vieja sensación indeseada de vacío y pena. Ese lugar donde todo lo vivido confluye subjetivamente cambiándonos el estado de ánimo frente a esos recuerdos y momentos gravados en la memoria, en esa coordinación involuntaria de recuerdo y sentimiento, la razón se pierde, pues no entiende.

Sin embrago no se rinde, quiere entender, quiere comprender como es que el desenvolvimiento de los sucesos tuvieron como único fin ese infortunado desenlace. Ronda entre todos los hechos realizados y sin embargo no encuentra la lógica del resultado, se hizo todo lo que se debía hacer, lo que se podía hacer; mas todo fue en vano, por más impotencia se sienta. Lo indeseado, aquello a lo que se temía, se hizo un pesar presente. A la razón no le queda mas camino que bajar los brazos y darle rienda suelta a los sentimientos alojados en el corazón, para que estos fluyan, se desenvuelva, desenreden, aclaren y tal vez ahí ella pueda volver a actuar, y lograr, por fin, entender.

Vencida la razón, solo quedan los sentimientos, pero estos no son generosos con la situación. Duelen, hacen que la respiración pese, nos desganan, no podemos hacer nada. Vemos, o creemos ver, como todo a nuestro alrededor se derrumba a pedazos. Ludmila se sentía ajena a si misma, abandonada, olvidable, dispensable; una vez más volvía a estar  en la misma situación de siempre, triste y perdida. 

Fuente de imagen:
http://raaxx.blogspot.com.ar/

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