/El corredor fantasma de Villavicencio

El corredor fantasma de Villavicencio

Viniendo desde Villavicencio, hay una recta de cuatro kilómetros de apreciable pendiente que llega hasta la Cruz de Paramillos. Y desde esta, bajando hasta Uspallata hay una serie de curvas y contra curvas por unos largos cinco kilómetros. Cuando uno se mueve de noche la Luna juega a las escondidas entre las cumbres de los cerros y los cañadones que uno va atravesando. En la oscuridad de la noche ni siquiera se pueden apreciar sombras sobre el negro profundo.

Esto me tocó vivirlo en dos momentos opuestos del ciclo lunar, con plenilunio y luna nueva. Ambas en una carrera que se organiza todos los años para diciembre.

La Fauna de la zona es abundante, y de noche se manifiesta desde la oscuridad: se la escucha. Y muy ocasionalmente, en un negro levemente menos profundo que el resto, se distingue.

La historia que me hace introducirles de esta manera es un rumor a punto de convertirse en leyenda urbana entre los corredores de montaña. En zonas de oscuridad cerrada, y de laderas cercanas se escuchan los rítmicos pasos de alguien que te sigue de cerca.

Mi encuentro con eso se dio luego de quedar sensibilizado por no distinguir la silueta de un mamífero, y ante el temor de que sea un puma apresuré el paso, y luego cuando estuvo a escaso dos metros, descubrí que era un zorro de tamaño medio, al girar este su cabeza hacia mí y percibir el dibujo de la cabeza resaltada por el brillo amarillento de los ojos gracias a la iluminación de la linterna frontal.

Cuando respiré aliviado, en medio de esa negrura, rodeado de una incipiente neblina, tomé un poco de agua de la mochila. Y retomé la marcha.

Fue sutil, apenas, pero empecé a percibir el eco de mis pasos. Mi cerebro construía el origen en un punto a unos metros detrás de mí. El gradual aumento de la intensidad hacía que subjetivamente sintiera que se acercaba.

Giré mi tronco iluminando con la linterna en todas direcciones y solo el paisaje conocido. Y el silencio se hizo repentino.

Un par de veces más se volvió a repetir el ciclo, salvo que en la última decidí que eran alucinaciones producto del esfuerzo, de la hora y los nervios del evento.

De reojo empecé a distinguir una leve figura traslúcida. No giré para verla, pero el corazón se me salía del pecho.

—¿Cuánto falta para Uspallata?—la voz de una mujer, agitada y muy cansada.

En esos estados de concentración, las respuestas a los estímulos extraños es lineal. Así que respondí.

—Más o menos unos veintitrés kilómetros.

—¡No puede ser!–resopló fastidiada, empecé a distinguir los rasgos, puesto que el brillo fantasmal que la rodeaba empezó a traslucir colores. No era ninguna de las competidoras.—hará un momento faltaban diez.

Aflojé la troté con la intención de caminar.

—¡No, por favor, no camines!¡Sigue trotando! El frío me está afectando mucho.

—Ok. No hay problema.

Mantuvimos el paso unos minutos, y en la medida que mi mente reaccionaba hilvané algunas preguntas.

—No te ví en la salida.

—Yo tampoco. Me parece que no pertenecemos a la misma carrera.

¿Pero si es una sola?, pensé.— ¿Hace cuánto estás corriendo?

—No lo sé. Pero he visto varios corredores en esta zona. Y he hablado con algunos. Por lo menos una docena….

—Esta es la octava edición—interrumpí, pero ella no pareció entender.

—Y he visto gente sentada viéndome pasar. Más adelante deberán aparecer las Minas, allí suele haber una multitud. Según lo que me decís.—sollozó un poco—¡Pero recién estaba viendo las arboledas de Uspallata! No sé cuánto llevo corriendo…

Más adelante, detrás del alcance de la linterna se cruzó una figura. El susto hizo que tratara de detenerme para fijar la vista y descartar alguna amenaza.

—¡No, por favor!¡No te detengas!

La miré, mientras sostenía la cadencia.

—Allí hay uno.

Una figura apenas distinguible por la niebla, sentada sobre un bordo de tierra. Cuando el haz de la linterna frontal alumbró su rostro, estaba surcado de arrugas.

Luego una curva y contra curva diviso adelante las estructuras cuadradas de las ruinas de las Minas. El cielo se había vuelto gris, y bañaba todo sendero con sus altos bordes de un brillo cerúleo.

Habían personas. Muchas. Junto a ambas paredes. De rasgos y ropas apenas distinguibles, pero de tamaños variados. Niños, adultos viejos. Un par de bicicletas. Bultos. Perros. No me detuve.

—Puedes detenerte, si quieres.—dijo ella retrasándose un poco. No le hice caso. No aflojé el ritmo. Tenía la boca seca, y el corazón empezaba a latir con fuerza.

Atravesé las dos estructuras de piedra cuadradas que están junto a la ruta tratando de divisar rostros entre esa multitud, viendo cómo mi compañera se retrasaba y seguía insistiendo en que podía caminar, y un aire helado bañándome el rostro.

Una anciana salió al paso unos metros más adelante subiendo ambos brazos, la esquivé. Algo malo empecé a intuir.

Escuchaba a unos tres metros detrás la corredora insistirme. Pero enfoqué mis ojos y la linterna en el suelo de delante. Todas mis entrañas se retorcían de la ansiedad, pero no aflojé el paso. Así pasaron varios centenares de metros.

El cielo y el paisaje retomaron la oscuridad habitual. El silencio volvió a acompañarme. La corredora quedó atrás. Y con el paso de los minutos apareció uno de los autos de la organización.

—¿Cómo vas?—me preguntó.

—Bien. A ritmo. ¿Viene alguien atrás mío?

—No. Sos el último ¿Por?

—Nada.—decidí no comentar nada, por miedo a que me sacaran de competencia, por cuestiones de salud. La hipoxia, el frío pueden provocar alucinaciones.

Seguí en ritmo, los kilómetros pasaron, y con las horas empezó a amanecer. En una recta muy larga que antecede a la villa de Uspallata, el cansancio me hizo sentir cierto fastidio.

Al pasar por las ruinas de una casa pintada con elementos modernos, tras una de las paredes vi la figura de una corredora mirándome. Su rostro estaba pálido. No frené mi paso, ya que más adelante estaba el auto de la organización.

Al pasar junto a él, le digo si vio a la chica en las ruinas. Me dice que no tenía idea. Arrancó el auto y se dirigió hacia allá. Troté muy despacio.

Luego de finalizar la carrera, mientras subía al colectivo, charlábamos sobre las impresiones del recorrido. Una de las chicas dijo:

—Faltando diez kilómetros, sentí que se ponía de subida, y pensé que había entrado en un loop infinito y que iba a correr para siempre hacia Uspallata.

Los otros soltaron la carcajada, pero yo me quedé serio mirándola.

—La imaginación te jugó una mala pasada—dijo el chofer del auto que cerraba la competencia— revisé las ruinas y no había nadie. Solo un par de zapatillas viejas. Eras el último. Es en serio,—dijo al ver mi rostro de incredulidad— aquí están todos los que empezaron.

—¿La viste?—me dijo uno de los chicos notando mi seriedad.—¿Una chica que te sigue?

Asentí.

—Cuando alguno de nosotros atravesó esa parte solo, notamos cosas raras. Ruidos. Alguien que se atravesaba. Y ella sintió que alguien corría a su lado… ¿Por qué crees que ninguno de nosotros hace el recorrido solo?

El próximo año indagaré sobre qué está haciendo ahí, corriendo eternamente y alertando a los corredores de no parar…