/El día absurdo en que me enamoré de la muerte

El día absurdo en que me enamoré de la muerte

Diez de la mañana. Anoche trabaje hasta tarde, no me quiero levantar, pero creo que escuché que golpearon la puerta.

Toc toc toc

Nuevamente el sonido invade mi cabeza, la cual tengo presa debajo de mi almohada como inconscientemente escapando de la realidad.

–          ¡¡Voy!!

Me pongo el jeans y la remera al revés y atiendo.

–          ¿Quién es?

–          Busco al señor Antonio.

Abro la puerta, descalzo y con el pelo revuelto y la veo frente a mí, la mujer más bella que piso este mundo, dueña de una mirada y una sonrisa mágica, por unos segundos me quedé preso de su belleza.

–          Adelante, tome asiento, paso al baño y en un minuto regreso.

–          No hay necesidad, seré breve. –me dijo mientras sonreía-

–          Y bien ¿Qué necesita de mí?

–          Bueno, seré directa, soy la muerte.

–          Jajaja ¿gusta tomar un té doña muerte?

–          No, de verdad tengo apuro y solo vengo a buscarte.

–          Bueno ahora de verdad ¿Qué necesita?

–          Jaja ahora quien se ríe soy yo, de verdad que soy la muerte y hoy es tu momento.

–          Mire señorita, usted toco mi puerta a la diez y monedas de la madrugada solo para tener esta charla absurda y divertida. –le dije mientras le sonreía-

–          Antonio, te seré breve, la muerte es una institución que tiene muchos empleados que por equis cuestiones o errores estamos en una deuda que cubrimos trabajando para la parca por decirlo, y para que veas que es cierto solo mira por la ventana

Con  la pava en la mano, dispuesto a preparar un té y con mucha incredulidad accedí a mirar por la ventana…fue macabro, tenebroso, todo era desértico, todo gris, lo que había fuera de mi casa se había ido, ya no estaba, muy similar a una pintura de Dalí. Solté lo que tenía en mis manos y con mis globos oculares desorbitados continué como pude el dialogo.

–          ¿Quién eres? ¿Es una joda?

–          Ya te dije, soy la muerte…en realidad mi nombre es María, pero represento a la muerte, y nuevamente te digo que vengo a buscarte.

–          No entiendo nada.

–          Yo tengo que pagar la deuda que tengo con la muerte, la cual en su momento accedió a darme unos créditos mas, a cambio de ello me puso como única regla venir a buscarte a vos.

–          ¿Qué decirte? Te creo, ya estaba viviendo gratis en este mundo, no le aportaba nada, preso de una vida monótona, sin triunfos, sin logros, nadie notaría mi ausencia.

–          No digas esas cosas, una persona es un mundo y siempre hay cosas por vivir, yo no tengo mucho más que vos, pero tengo en mi pecho esas ganas locas de vivir, y aunque con lo que vengo a hacer hoy aquí te parezca una persona fría, en mi vida real no lo soy.

–          Al menos voy a morir en manos de una muerte hermosa, no como aquel esqueleto con capucha y guadaña.

–          Si es un piropo muchas gracias, bueno, la cosa es sencilla, cierras tus ojos y cuentas hasta diez, las pericias dirán que fue un accidente cerebro bascular.

–          ¿Así de fácil? –mientras cerré los ojos-

–          Si así de sencillo debe ser.

–          Uno, dos, sabes lo que me hubiese gustado? Tres…

–          ¿Qué?

–          Cuatro, haberme enamorado de verdad una vez en la vida.

–          ¿Tú también con ese cuento?

–          ¿Porque tú también? ¿Quién me gano de mano?-mientras paré de contar-

–          Yo…es la razón por la que decidí quedarme, para luchar por un amor que no se dio.

–          ¿Cómo es eso?

–          No quiero hablar del tema, cierra los ojos y dejemos todo terminado.

–          No es tan fácil morir.

–          Tienes razón Antonio, si alguien merece morir no eres tú, soy yo. –dijo, con lagrimas en los ojos-

–          Ahora me vas a aceptar un té.

–          No, se feliz y lucha por tus sueños, mi trabajo no será concluido.

–          Pero…no… ¿Por qué bajas los brazos así?

–          No es bajar los brazos, es aceptar la realidad.

La charla se hizo extensa e interesante, nuestras vidas no eran tan distintas al fin y al cabo. Ella me miraba, hablaba y hablaba y de vez en cuando sonreía, yo no me aburría de escucharla, de mirarla, podía pasar años así, con esa extraña mujer que vino a matarme.

–          ¿Qué pasará si no cumples con tu trabajo?

–          No lo sé, seguramente muera yo.

–          Te propongo algo, vive a mi lado, vuelve cada día por mí, y así la muerte pensará que estás haciendo tu trabajo.

–          No es tan fácil, es muy astuta.

Ese día no fui a trabajar, almorzamos, cenamos y seguíamos charlando, cuando vimos la hora ya eran las veinte y cuarenta minutos.

–          Me voy

–          No lo hagas.

–          Tengo que hacerlo, se feliz, vive y disfruta cada momento.

–          No te vayas.

–          Chau Antonio, eres una persona brillante. Perdóname algún día.

No sé cuál fue el momento determinado en que comencé a besarla, entre lágrimas y cariños fueron los besos más tiernos del mundo, ni quise soltarla nunca. Luego de un rato, ya se había ido.

Pasaron minutos, horas, un día, dos, tres días ya, ni noción del tiempo tenia, esa extraña muerte había logrado hacerme vivir, creer en mí, enamorarme realmente.

Encerrado en mi departamento esperando ese golpe en mi puerta que te regresara junto a mí, pero nada, mi mirada brillaba pero mi mundo se oscurecía. ¿Para qué dejaste tu trabajo inconcluso si al no volver me estás matando? ¿Para qué me perdonaste la vida si cuando te fuiste te la llevaste contigo?

Al cuarto día, escucho en la puerta ese golpe tan esperado,  mas no corrí a abrir, algo me paralizaba.

La puerta sonó una, dos, tres veces…y a continuación todo fue un alboroto, una puerta destruyéndose en pedazos, gente que hablaba, lamentos, sollozos.

Las pericias determinaron la presencia de arsénico en la cena y en mi cuerpo.