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El día que comencé a morir

Domingo, un día genial llegaba a su fin, almuerzo familiar, lechón, tarde de mates. ¿Qué más pedir?

De pronto la noticia del fallecimiento de un amigo, luego de batallar contra una enfermedad de mierda, desataba lo inesperado, un intenso dolor de cabeza, tan fuerte que hubo que visitar al hospital. Un par de calmantes, un inyectable y de vuelta a casa.

Parecía que todo había finalizado allí, pero un suspiro ronco rompió el silencio en la madrugada, sin reacción, con mirada extraviada nuevamente al hospital. Internación, suero y en la mañana recién la visita del doctor de guardia, el que, pese a que todo seguía igual, sin reacción, sin habla, sin fuerzas, no vio nada malo, todo tendría que mejorar, y de fue, para dejar a cargo de las enfermeras todo ese lunes.

Día martes un segundo médico que pidió un estudio en la cabeza, pero en ellos no vio nada fuera de lo común, pero al ser insistido pidió una segunda opinión de un profesional en la materia, ya llegando a la siesta del martes.

El profesional no demoró un segundo en dar el diagnóstico, Hemorragia Subaracnoidea, un ACV.

Un día y medio para darse cuenta de algo donde en las primeras horas es cuando se debe actuar, miles de imágenes en internet de cómo darse cuenta pero en un hospital de alta complejidad no sabían.

Se pidió la derivación inmediata a cuidados intensivos, pero mágicamente el hospital no tenía camas, nunca supe si fue verdad o fue para sacarse el problema de encima.

Llegada las 18 horas del día martes se realizó el traslado a un hospital a más de 200 kilómetros donde sí había terapia intensiva.

El panorama era malo, muy malo, el derrame era enorme, nos hablaban de menos de un 20 % de probabilidad de sobrevivir, pero la fuerza surgió, el habla comenzó, el cerebro comenzó a funcionar para poder interactuar.

Vinieron días de muchos trámites y peleas con la obra social, se necesitaban al menos tres clips de titanio para sellar los tres aneurismas observados.

La operación comenzó a las 9 de la mañana del día Sábado y finalizó a las 14, contra todo pronóstico la operación fue un éxito. Ahora a esperar una lenta recuperación, con 20 días post ACV ya podíamos estar contentos.

La recuperación comenzó, lenta como se dijo, habían días de mucha lucidez y otros donde reinaba el sueño, mucha sed, mucha agua, mucho orín.

Una pequeña falla había quedado, no era natural orinar hasta 11 litros en un mismo día, pero la recuperación iba bien.

El día 16 post ACV ya hablaban de pasar a una sala común, el orín había bajado a 5 o 6 litros diarios, pero seguía la sed.

El día 17 se iniciaron los trámites para sala común pero no habían camas, no importaba, ya faltaba poco para la sala común y poder estar con visitas, que hasta el momento se reducían a dos al día y no más de 10 minutos. Tampoco se podía pedir sala común en otro hospital ya que se debía seguir el desarrollo de cerca.

Día 17 a las 21 hs. mediante una charla común, de cosas de la vida, con una de las enfermeras, algo falló, todo se apagó repentinamente, corridas, desfibrilador, un tubo enorme en la garganta, el corazón resistió… pero solo una vez, a las 6 hs. del día 18, en un segundo paro cardíaco mi vieja se fue con Dios, su dolor se apagó, su vida terrenal se convirtió en luz eterna.

Desde ese día comencé a morir y a la misma vez le perdí el miedo a la muerte.