/El extraño dentro de mi casa

El extraño dentro de mi casa

Conseguimos un lindo alquiler en la cuarta. Era una casa grande, con patio, cochera y jardín, un sueño. Era algo vieja, de esas construcciones pensadas para durar 100 años. Lo que más nos gustó del lugar fue el color con el que lo habían pintado, un verde acuoso que relajaba la vista, aún podía sentirse el olor a pintura fresca cuando nos mudamos.

Llegamos un sábado por la mañana y caímos rendidos por la noche gracias a la mudanza. A la madrugada me despertó el llanto de Camila, un llanto lejano, como ahogado. Fui hasta su pieza con la mamadera en la mano y cuando prendí la luz me encontré con que mi niña no estaba en la cuna, había un bebé pero no era el mío. Me acerqué y lo tomé en mis brazos, comencé a sentir un ardor terrible y la mantilla comenzó a incendiarse.

Desperté con la frente mojada de transpiración y agitado. Fui hasta la pieza de Camila y el alma me volvió al cuerpo al verla dormir como un pequeño angelito. Había sido sólo una horrible pesadilla.

Nuestra pequeña tenía solo dos meses y queríamos que creciera en un ambiente agradable.

El domingo desperté con un extraño sabor en la boca, que no podría describir. Mientras desayunaba sentí olor a quemado, imaginé que eran las tostadas, pero no. Ignore el olor y continúe con mis cosas.

Pasaron los meses sin ningún sobresalto, pero el olor a quemado no se iba. Un sábado a la noche me despertó el llanto de Camila, me incorporé de la cama y al llegar a la cocina vi las paredes de mi hogar transformadas, el agradable verde acuoso se convirtió en un desagradable azul, pesado, molesto. El llanto no cesaba y al llegar al cuarto vi como un hombre tomaba entre sus brazos a un pequeño.

– ¡¡Cállate!! ¡¡¡Cállate! !!!! No aguanto más, no los aguanto más. ¡¡Por favor cállate!!

El hombre estaba enfurecido, a punto de estallar, de cometer una locura.

Desperté más agitado que la primera vez, corrí hasta la habitación de la nena y la traje conmigo. No me despegaría de ella nunca más.

A la mañana llamé a la inmobiliaria y pregunte por la historia de la casa, no sabían nada. La casa estuvo varios años deshabitada y la habían conseguido en un remate.

Comencé a rasquetear la pintura de la cocina para encontrar la vieja.

No encontré nada, solo una capa de cal, como la que usaban antiguamente para impermeabilizar las paredes.

No pude quitarme la imagen de la mente, aquel monstruo a punto de cometer una locura, la seguridad de que lo haría, pero lo más atemorizante era esa sensación de conocerlo, conocerlo íntimamente.

En la oficina las cosas no estaban mejor, mi jefe se convirtió en un déspota abusivo. Muchos dicen que las personas son incapaces de cambiar, yo se que son capaces de hacerlo, pero para mal.

La cuota del auto, del jardín, el alquiler, todo se fue por las nubes. Estaba agobiado.

Sábado otra vez, llegué a las 16 y Roxana me esperaba con una deliciosa comida y una sonrisa que no le entraba en el rostro. A mitad del almuerzo me tomo de la mano y me dijo:

– Tenes que ir pensando en el nombre del segundo…

El corazón casi se me sale del pecho, siempre quise un segundo hijo.

Pasaron los meses y la situación económica empeoraba cada día más, la plata no alcanzaba para nada.

Un sábado de abril terminé de trabajar a las diez de la noche, gratis como siempre bajo la amenaza de perder mi puesto. Me acosté demolido con el brazo de mi mujer rodeándome. A mitad de la noche un llanto me despertó nuevamente, el mismo llanto de siempre.

– Por favor, déjame dormir, dale… papito quiere descansar amor.

El hombre lloraba al borde de la cuna. Me detuve al lado de la puerta hasta que se enderezo, volteó hacía mí y ahí lo vi. Más flaco, casi un esqueleto, más cansado, pero era yo. Me seguí a mi mismo hasta la despensa, tomé la botella de brillapiso y rocié el piso de parquet. Temblábamos los dos, el sacó el encendedor del bolsillo y dejó que todo ardiera, la destrucción parecía complacerlo, darle paz.

Cuando desperté supe que nunca más volvería a dormir, que no debía hacerlo.

El lunes me echaron del trabajo, llegué a casa y antes de contarle nada a Roxana ella me abrazó y dijo:

– Va a ser un varón amor.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Terminé la comida sin emitir sonido, saqué un pucho del paquete y fui hasta la despensa. Me senté en la silla del patio, cerré la puerta con llave, terminé con el pucho y me vacié la botella de brillapiso en mi cuerpo. Lo ultimo que escuche fue el grito desgarrador de Roxana, la muerte sobrevino aún antes de lo que esperaba.

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