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El fantasma del Museo del Área Fundacional: Un portal entre dos mundos

-Betina tengo algo que comentarte –le dije por teléfono a la coordinadora del Museo del Área Fundacional.

-Sí, Martín, decime.

-Mirá… el otro día me quedé luego del horario de cierre, quería sacar unas fotos sin gente –empecé a comentarle.

Aquel día, la muestra “Mendoza Tiembla”, con algunas leyendas de la provincia escritas por mí, ya llevaba varios días inaugurada y aún no había tenido la oportunidad de fotografiar el ala del Museo sin visitas.

-Sí, me comentaron los chicos de seguridad… -dijo ella, invitándome con el tono de voz a que siguiera comentándole.

-Bueno…, ¿podés creer que sentía que alguien me observaba?, como que había más gente en el lugar. Me di una vuelta y no…, no encontré a nadie –hice una pausa-  incluso fui a preguntarles a los guardias si había alguien más en el museo.

– ¿Y qué te dijeron? –preguntó Betina.

-Que no, no había más nadie, pero nos quedamos charlando un rato y me comentaron que también suelen sentir presencias, ruidos e incluso que ven cosas –comenté temiendo que ella se burlara o creyera que yo pretendía sacarle rédito literario a la situación, continúo–: Incluso hoy volvía al Museo de noche y tuve la misma sensación.

-Sí, a todos nos pasa, de todas formas… -dudó un momento, pero dijo-: hay algo más… –y lo dijo en un tono que me activó una tremenda ansiedad en mi, ya motivado, espíritu investigador de historias.

-¿¿¿Algo más??? -pregunté con cierto asombro, pero con la certeza de que lo que yo había sentido es real.

-Sí… algo más, que pocos saben -susurró Betina del otro lado del teléfono.

-¿¿Qué??? -insití para que ya de una vez me dijera lo que yo estaba esperando confirmar.

-Mira… prefiero contártelo cuando nos veamos, porque quizás que no me crees, pero es real.

-¡Nooo!, ¡no me podés dejar así!

-Por teléfono no, Martín. Te espero mañana por la mañana en mi oficina…, y no te quedes hasta muy tarde ahí –advirtió antes de cortar la llamada.

Yo sin lugar a dudas le hice caso, me retiré por la puerta principal, mientras sentía como un centenar de miradas me seguía en esa dirección…

A las once de la mañana del día siguiente me encontré con ella. Y ahí me relató la historia que ahora mismo voy a contarles a ustedes también.

El Museo del Área Fundacional fue construido en el lugar donde estaba empalzado del centro histórico de la Ciudad Vieja, sobre la plaza Pedro Del Castillo, antigua Plaza de Armas y Plaza Mayor, en el sitio exacto donde antaño funcionaba el Cabildo de Mendoza.

El Cabildo fue destruido por un terremoto el 20 de Marzo de 1861. Luego, sobre los restos se construyó el Matadero Municipal y posteriormente la Feria de Frutas y Hortalizas. Hoy se puede observar el piso de las salas capitulares del cabildo, compuesto por baldosas criollas, y la placa de asfalto y baldosas rojas pertenecientes al matadero y al mercado de frutas, respectivamente.

Aquel terremoto también destruyó la Iglesia de San Francisco, dejando las ruinas que hoy vemos en hacia el ángulo noroeste de la plaza. Aquel edificio fue construido por los jesuitas entre 1716 y 1731. En el año 1767, cuando la Compañía de Jesús fue expulsada de los territorios hispanoamericanos, la iglesia pasó a manos de la orden Franciscana, de ahí su nombre.

Detrás de la iglesia estaban los cementerios, donde se enterraban miembros de la iglesia y personajes distinguidos de la sociedad mendocina. Luego del terremoto, se usaron aquellos terrenos para enterrar a decenas de personas fallecidas por la tragedia, niños y ancianos en su gran mayoría. Con el pasar de los años se construyó toda una ciudad sobre el cementerio, pero en las entrañas de la tierra quedaron los huesos y las almas sepultadas a merced del olvido.

En el corazón del Museo, existe una cámara subterránea que protege las ruinas de la fuente construida en 1810, cuya función era abastecer a la población de agua proveniente de manantiales del Challao, situado 12 km al Oeste de la Ciudad. El agua discurría por un acueducto cuyos restos también se pueden apreciar en esta cámara.

Por encima de la fuente del siglo XIX se conserva la fuente de 1930, que es la que todos vemos en la superficie de la plaza actual. Próxima a la fuente colonial y un metro por debajo del nivel, los restos de un hornillo proporciona la evidencia de la presencia Huarpe en nuestro suelo, 2.000 años antes de la conquista.

Entre 1989 y 1991 se realizaron excavaciones arqueológicas en la zona, bajo la dirección del Doctor Daniel Schávelzon y el Profesor Roberto Bárcena, quienes lograron descubrir los restos del Cabildo, hallando además innumerables piezas y restos de un alto valor histórico. Es por ello que se decidió construir el Museo, con ánimos de conservar aquellas reliquias. Debajo del Cabildo se encontraron evidencias de construcciones más antiguas y de la población indígena que habitaba el lugar hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI para fundar la ciudad. Por encima del Cabildo estaban los restos del Matadero, que funcionó allí entre 1877 y 1927, el que a su vez fue destruido para edificar encima la Feria.

Es por ello que, por una cuestión lógica, política e histórica, esta tierra ha sufrido una serie innumerables de muertes y asesinatos. Es una zona cargada de energías de todo tipo, luces y sombras, risas y llantos que permanecen merodeando el sitio, su sitio, el que habitaron y donde murieron. Presentir algunas sensaciones es normal. Pero «ver entidades» ya entraría dentro de los fenómenos paranormales. Aún así, hay ciertas apariciones que tienen una explicación.

El 20 de Febrero de 1993 fue la inauguración del Museo, bajo la dirección de la Arquitecta Graciela Musri, quién trabajaba para la Municipalidad de Mendoza y tenía tan solo 30 años. Quienes recuerdan aquel evento, cuentan que fue de proporciones inusitadas. Los mendocinos habían abarrotado la plaza y colmado hasta las cuatro calles que lo rodean. Tuvo lugar un recital de León Gieco, uno de los artistas más comprometidos con la memoria y la cultura. El edificio fue un boom para la época, ya que recuperaba parte de la cultura mendocina a través de su historia. Fue la obra maestra de la Arquitecta Musri. Todo en su conjunto, plaza, museo y ruinas de la iglesia pasaron a conformar el Área Fundacional, donde se sitúa hoy el museo.

Gracias a este trabajo y a su dedicada carrera, Graciela había ganado una beca para perfeccionarse en Francia. La noche del 2 de Marzo había estado tomando fotos del edificio. La acompañaba una trabajadora del lugar, con la cual había entablado una amistad. En un momento, esta mujer notó que la arquitecta se mostraba preocupada, ansiosa. Entonces le preguntó a qué se debía la seriedad de su rostro.

-Falta algo…, hay algo que no está bien – le contestó la arquitecta.

-¿Qué cosa, arquitecta? Para mí está hermoso el Museo –aseguró la empleada.

-Sí, sí… está hermoso, pero tengo una sensación extraña en el cuerpo… ¿intuición será? –dijo mientras contemplaba el edificio con su cámara en la mano, como intentando encontrarle respuestas a algo.

-¿Qué sensación? –preguntó la mujer.

-Siento que he cometido un error, no técnico, sino que he omitido mostrar algo, hay algo que no está bien. Tengo el presentimiento de que la obra está inconclusa… -y la duda se instaló en la mirada de Graciela.

-No sé a qué se refiere Graciela, la gente está feliz, ¡es una obra maestra!

-¿Sabés que tuve un sueño… hace un par de días, luego de la inauguración? – comentó la arquitecta luego de un breve silencio.

-¿Qué soñó? – quiso saber la otra mujer.

-Era confuso…, estaba sola adentro, no había gente en el museo. Era la hora de cierre, pero ya estaba sola. Por el ventanal del oeste veía el atardecer cayendo sobre la montaña. Entonces sentía algo, mejor dicho a alguien. Aunque sabía que no había más nadie más…

-¿Entonces? – apuró la empleada ya sumida en el relato de la arquitecta.

-Entonces me daba vuelta y veía a un niño trepando lentamente desde las excavaciones. Estaba vestido con harapos, pantalón oscuro y embarrado, la camisa blanca completamente sucia. Tenía el pelo color azabache, muy oscuro. Trepaba descalzo y tenía el cuerpo lleno de tierra y barro. Yo me quedaba perpleja. El niño sollozaba, o se quejaba, realizaba movimientos extraños, le costaba mucho salir de ahí, cuando por fin trepó a la superficie, no logró ponerse en pie… tenía los huesos de las piernas mal –relataba, aterrada, Graciela.

-¿Mal? ¿Cómo mal? – preguntó la empleada sin entender bien a qué se refería la arquitecta.

-Mal… rotos, la cadera… No se podía erguir. Él no me veía porque estaba de espaldas. Y entonces una sensación horrible me invadió y noté la presencia. El niño comenzó a girar sobre sus talones, lentamente, yo estaba perpleja, muerta de miedo. No podía moverme, no podía gritar, no podía hacer nada. Entonces terminaba de girar y veía su rostro… -La arquitecta tragó saliva para continuar el su relato.

-¡¿Cómo era Arquitecta?!  ¡qué miedo! –dijo la empleada, llevándose la mano a la boca.

-No tenía rostro… era espantoso, no tenía nada. Entonces me desperté agitada en medio de la noche – culminó su relato nerviosa.

-¡Qué pesadilla horrible! -dijo finalmente la empleada, apoyándole una mano en el hombro.

-Sin dudas…, pero desde ese día que siento que hay algo que no he hecho bien o no he terminado de mostrar. Siento que no me debo ir, no aún –terminó de contar mientras alzaba la cámara para captar más tomas o quizás para ocultar la incertidumbre de su mirada.

-La beca es una gran oportunidad, ya va a tener tiempo de volver y quizás averiguar por este asunto – la calmó la empleada del Museo.

Graciela terminó de tomar algunas fotos y emprendió su retirada. Al otro día tenía que partir hacia Buenos Aires para ultimar los detalles de su viaje, el cual nunca podría ser realizado…

Lamentablemente, el 3 de Marzo de 1993, la noche siguiente a la conversación con la empleada del museo, un trágico accidente en San Luis se cobró la vida de Graciela, la joven arquitecta mendocina con un futuro prometedor y una vida por delante. Fue un golpe duro para la sociedad y sobre todo para su familia y el personal del Museo, quienes se habían encariñado con ella.

A partir de aquel día comenzaron a suceder cuestiones extrañas en el museo. Primero fueron los guardias nocturnos, quienes sentían pasos en las tarimas que estaban sobre las excavaciones. Antes del piso que hoy se aprecia, había tarimas de madera que unían los distintos puntos. Los pasos iban y venían, de un lugar al otro. Cuando los guardias se arrimaban al lugar o encendían las luces no había nadie. Pero a medida que se adentraba la noche, los pasos eran más seguidos y fuertes. No eran de una sola persona, sino de varias al mismo tiempo, yendo y viniendo de aquí para allá…, como en un cabildo, o un matadero, o una feria… o en el medio de un poblado Huarpe. Fueron varios los que renunciaron, casi ninguno aguantaba más de un año el trabajo.

Los ruidos que se sienten en el techo han sido relacionados con la dilatación y contracción de los materiales debido a la temperatura, pero quienes trabajan por las noches en el lugar juran escuchar pasos precisos en lugares puntuales. Pasos que caminan lentamente, que corren, que buscan algo, que reclaman un lugar.

Luego comenzaron las presencias, ya no sólo por parte del personal de seguridad, sino también por empleados y visitantes. La gente siente algo, alguien que observa desde las penumbras, desde los pasillos o los recovecos. Varias presencias pueden percibirse en distintos puntos del Museo. No es raro ver alguien que se da vuelta de pronto o que busca entre las cortinas o los paneles sintiéndose observado. Quienes trabajan en el lugar se dan cuenta inmediatamente cuando un visitante presiente algo. Dicen que las personas más sensibles son quienes más cosas presienten.

Ante la explicación que escuché de Betina, comprendí que eso fue lo que me sucedió hace algunas noches atrás.

Hay quienes ven una mujer de cabellos rubios ondulados, vestida de blanco, que se pasea por las oficinas y al buscarla no está. Cabellos rubios y ondulados, como los de Graciela. Sí, la arquitecta. También ven una niña que llora y corre. Algunos afirman ver a un niño sucio cubriéndose el rostro y caminando de manera extraña entre los pasillos, exactamente igual al descripto por la arquitecta en su pesadilla. Dicen que la zona cercana al hornillo indígena, en la cámara subterránea, es donde más se presienten energías negativas. Muchos arqueólogos no se animan a trabajar de noche o bajar solos a ese punto. Ellos son muy respetuosos del pasado y de la muerte y este lugar está muy relacionado a la defunción.

Todas estas cuestiones podrían adjudicarse al azar o la sugestión. Pero todo no todo termina aquí. Hay un suceso que sin dudas no tiene explicación científica.

Para la época de la inauguración del Museo, en el año 1993, los planos de arquitectura no estaban en el lugar. Era una cuestión burocrática y normal de la época, sobre todo en un edificio del Gobierno. Por la ausencia de ellos, nadie sabía la ubicación de la llave general de corte del agua, algo que era de suma importancia ante una eventualidad que finalmente ocurrió. Se rompió una pequeña manguera en el baño y había que cortar el agua para poder repararla.

Claudia Yanzón, la primera directora del museo, estaba muy preocupada. Un sábado llegó apurada al lugar. Era una mujer agradable y simpática, pero esa mañana entró por la puerta de atrás y sin saludar a nadie se dirigió hacia el frente del Museo. Los empleados del lugar se extrañaron de la situación, sus saludos no solamente no fueron respondidos, sino que Claudia caminaba absorta en una dirección definida, con el rostro desencajado. Tímidamente la siguieron de atrás, parecía poseída, sumida en una acción que nadie entendía. Atravesó todo el lugar y salió por la puerta principal. Dio media vuelta, ante la mirada atenta de todo el personal. Ella cerró los ojos, respiró profundo, intentando absorber algo que estaba fuera del entendimiento de quienes observaban. Luego, volvió a entrar y, con la misma determinación con la que había llegado, se dirigió un lugar específico, con todos los empleados siguiéndola. Ella movió un panel, abrió una pequeña tapa que se encontraba en el piso y ahí estaba…, la llave de paso general.

La Directora rompió en llantos, el personal del museo no salía del asombro y todos se habían quedado absortos con lo que acababa de ocurrir. Claudia no conoció a Graciela, no había participado en la construcción del edificio, no tenía acceso a ningún plano. Entre sollozos contó lo que le había sucedido…: la noche del viernes había soñado con la arquitecta, quien en el sueño le decía dónde estaba la llave de paso del agua. Estaba feliz, serena… de la mano de un pequeño niño moreno que sonreía radiante y mostraba sus dientes blancos.

Por todo lo que les cuento, y que me contó el personal del lugar, quienes desde 1993 han sido testigos de lo que sucede aquí en el Museo del Área Fundacional, no les extrañe sentir presencias, ver entidades, escuchar ruidos, o… quién sabe si esta noche soñarán lo que alguno de los que habitan por estos rincones, tiene para decirles. Este lugar es un portal entre dos mundos diferentes… presente y pasado, vida y muerte, transcurriendo entre sudor, lágrimas y sangre.

FOTOGRAFÍA: RaRo | Martín Vargas

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