Luego de haber visto y leído todo lo que teníamos a nuestro alcance, comenzamos a idear el plan. No teníamos idea de cómo lo haríamos, pero gracias al Pampa conocíamos los movimientos internos en el banco; había un dato que muchos empleados sabían, la última semana de Julio concentrarían en el Banco Nación de San Martín y Gutiérrez de Ciudad toda la recaudación del año y la enviarían a Buenos Aires, lo que muy pocos sabían era que el dinero era tanto, que no cabía en las bóvedas de esa sucursal, por lo que usarían de “pulmón” dos sucursales más que estaban a pocas cuadras de aquella, la de la calle Necochea y 9 de Julio y la de España y Gutiérrez. Se iba a montar un operativo secreto para darle un control especial a la zona, operativo que implicaba un buen número de policías atentos al asunto. Habían duplicado la seguridad en esos tres sitios y esparcido varios oficiales por la zona. Y ahora venía nuestro dato…. un dato poco relevante para el resto de las personas, pero muy importante para nosotros. Aprovechando la fecha, el Banco Patagonia iba a hacer un traslado de efectivo y el 28 de Julio concentrarían todo el dinero en la sucursal de Chile y Colón. Ese era nuestro modesto objetivo, nuestro “dato especial”. Ya teníamos la fecha límite, debía ser esa noche.
Comenzamos a evaluar alternativas, según todo lo aprendido. Alquilar un local cerca y cavar una fosa no era tarea fácil, sobre todo porque las bóvedas modernas tienen blindaje en el piso también y cuentan con dispositivos acústicos antivibración que ante el mínimo ruido o movimiento dentro de la bóveda hacen saltar la alarma. Además de cámaras por todos lados con monitoreo remoto. Si a esto le sumábamos la dificultad de conseguir un local aledaño y la cantidad de papeles que habría que falsificar para alquilar, la jugada era demasiado complicada. Necesitaríamos distracción en la superficie y nadie sabía siquiera manipular un arma como para que esto sucediese.
No teníamos acceso a planos que nos mostrasen alcantarillas o acueductos, tampoco íbamos a levantar el avispero buscando más socios, arriesgándonos a que alguien abra la boca. Y si los hubiésemos tenido, corríamos el mismo riesgo que cavando un túnel. Mendoza no tiene un alcantarillado amplio y en pleno centro no se puede operar con tranquilidad. Esta idea también fue descartada.
Más allá de la contextura robusta del Toro y su habilidad para las piñas, ninguno de los tres se animaba a un golpe violento, con armas y rehenes, a plena luz del día en el microcentro mendocino. Personalmente jamás había disparado más que un aire comprimido. Un robo a mano armada era muy de historia de los ochenta y si había que matar a alguien, cosa que sin dudas debía pasar para instaurar el terror y lograr que nos hagan caso, ninguno de los tres se iba a animar a hacerlo. Además, al meter civiles en el medio y armas, las posibilidades de que nos cagaran de un tiro eran mucho mayores. El Pampa ni siquiera opinaba cuando esta idea se debatía, más de treinta años atendiendo al público lo habían convertido en un rostro familiar entre operadores bancarios.
Yo sabía una barbaridad de sistemas, computadoras y dispositivos y lo que no sabía lo podía aprender rápidamente, pero hackear un sistema de seguridad es algo que pasa sólo en las películas, en la vida real es muchísimo más complicado y sólo lo puede hacer alguien que tenga acceso al mismo sistema interno del banco. Nuevamente abría que abrir el juego y no solo en Mendoza, sino seguramente en Buenos Aires. No teníamos siquiera tiempo para ampliar nuestra red delictiva. El equipo era un trío y no se convertiría siquiera en un cuarteto.
Una idea que nos gustó bastante fue esperar el traslado del dinero, el movimiento real del efectivo hacia su destino, la parte terrestre hasta el aeropuerto. Pero ya habíamos visto el modus operandi de empresas como Brinks o Prosegur quienes, además de camiones blindados, llevaban autos de seguridad con empleados armados hasta los dientes. Sin dudas un movimiento importante de dinero conllevaría un despliegue aún mayor de personal. Además, Mendoza es una provincia chica, sus calles son ordenadas y no hay vías de escape. Esta idea significaba terminar los tres como un colador, una “operación traviata” contra nosotros mismos.
Teníamos que pensar un golpe preciso, rápido, efectivo y llevado a cabo solo por nosotros tres. Faltaban pocos meses para la fecha y no teníamos nada planeado. La ansiedad comenzó a jugarnos en contra.
Continuará…