/El gran golpe | IV – Recolección

El gran golpe | IV – Recolección

 

 

 

Tuvimos que comenzar nuestro plan cometiendo el primer delito de varios, pero sinceramente el plan valía la pena. Estábamos los tres muy asustados, pero seguros. Era arriesgado, era peligroso, podía tener daños colaterales, como muertes de terceros… o nuestras. Era extremadamente complejo, pero con un desenlace tan sencillo que iba a quedar en la historia de los robos, si salía bien sin dudas nos hacíamos famosos.

Teníamos mucho que estudiar pero sobre todo muchísimo que planificar. Nada podía quedar al azar, librarse al destino o esperar que la suerte nos acompañe. El plan constaba de muchas etapas que debían irse desencadenando en una secuencia perfecta, donde el más mínimo error cortaba la cadena y arruinaba por completo el objetivo. Teníamos que desarrollar minuciosamente el antes, el durante y el después, porque si salía bien teníamos que saber qué íbamos a hacer con tanta plata. Nadie jamás se podría enterar.

El plan comenzó el 12 de Abril. Subimos los tres al Ford Focus del Pampa y nos fuimos a recorrer los alrededores de la Calle Arístides y la Universidad de Mendoza cuando cuando el sol se había escondido, los estudiantes salían del cursado y los empleados acudían o salían de los bares. Estuvimos cuatro días dando vueltas, lentamente, observado todo alrededor, hasta que la vimos… una Toyota Hilux modelo 2013 o 2014 blanca, justo la que necesitábamos. Nos estacionamos frente a ella a esperar. Encendí un cigarrillo y debimos abrir apenas una ventanilla para ventilar el ambiente. El corazón se nos explotaba. El Toro estaba completamente transpirado, mirando cada diez o quince segundos hacia atrás. El Pampa apretaba el volante con fuerza, parecía que se le iba a explotar una vena de la mano de tanta presión mientras observaba atento por el retrovisor. Yo aprovechaba el espejo del acompañante que me marcaba el rostro con cada pitada, reflejando mis pupilas dilatadas y nerviosas.

Las voces y los tacos de dos mujeres sonaban a lo lejos, venían conversando entre risas, aún brindando con un vaso de cerveza de plástico. El Toro se bajó del auto sin que ellas lo percibieran y las cruzó por la misma vereda, pasando desapercibido. Las chicas se arrimaron a la camioneta, una por cada lado, en cuanto sonó la alarma de apertura y comenzaron a subir, el albañil dio media vuelta y de un salto agarró la manija de la puerta atrás, abrió, se subió y sacó un arma de juguete de su pantalón… replica perfecta de una Beretta 9mm. “Quédense quietas o las quemo” les dijo ante el miedo de las dos mujeres “me dan los celulares, vos arrancá y manejá hacia el parque pendeja y no hagas nada ni mires para atrás porque te cago de un balazo acá nomas, ¿entendiste?” y repitió el “¡entendiste!” gritando enérgicamente ante una afirmativa temblorosa por parte de ambas amigas. Unos lentes y una gorra disimulaban un poco su rostro.

Nos había costado un triunfo que el Toro se metiese en el papel de ladrón y se aprendiese las palabras de la jerga. Por dedicarse a la construcción era el menos visible de los tres y el que más cara de malo tenía, así que él debía ejercer este tedioso papel. De todas formas, tratándose de dos mujeres se le hizo más fácil sonar seguro y violento.

Condujeron la camioneta por el parque seguida a lo lejos de nosotros. Subieron por la Avenida del Libertador hacia El Challao, ahí siguieron por la Avenida Champagnat en dirección al Cerro Arco. Pasaron un barrio y unas posadas a mano derecha y el camino se tornó solitario. Era un martes por la noche, no pasaba un alma por ahí. Les hizo detener la camioneta, les quitó los celulares y las bajó. Sin siquiera decirles una palabra subió y salió a toda velocidad ante los gritos de ambas chicas, nosotros giramos y regresamos por la misma vía. Veinte minutos después estábamos metiendo la Toyota al patio de nuestra casa en Dorrego.

El segundo auto que robamos fue más fácil. Manejamos los tres hasta Luján de madrugada, hasta que encontramos un Fiat 147, auto cuyo tamaño nos servía y era extremadamente fácil de abrir y arrancar. Luego de unos días de mirar unos tutoriales por YouTube, en solo tres minutos rompí la cerradura, abrí el tambor de arranque, pelando los cables adecuados y le di marcha. Fue como robarle un dulce a un niño. En treinta minutos el Fiat estaba guardado detrás de la Toyota.

Nuestro tercer acto delictivo fue sencillo pero mucho más peligroso. Por las noches, en el Parque Metropolitano de Maipú se detenía un móvil de policía para que evitar que parejas promiscuas lo conviertan en un albergue transitorio natural. El Toro se quedó en el Focus en una punta y con el Pampa nos bajamos a trotar disfrazados con ropa deportiva. Pasamos delante del móvil. Los oficiales no se inmutaron por nuestra presencia ya que era normal que algunos locos corriesen de noche. Nos volvimos con ánimos de preguntarles algo. “Una pregunta oficial” le dije al acercarme, mientras que mi cara de hombre común de barba y bigote y mi amabilidad terminaban de bajarle la guardia al policía. En cuanto el hombre me miró no alcanzó a decirme algo que le zampé en la cara un trapo con formol, el Pampa hizo lo mismo con la oficial que iba de acompañante, tomándolos de los brazos por la ventanilla del auto para impedirle que tomen sus armas. Luego de forcejear ambos perdieron el conocimiento. Entonces rápidamente desnudamos al tipo, que debía tener una contextura muy similar a la del albañil y pusimos su ropa en una bolso. Salimos corriendo entre las sombras del lugar y nos subimos al Focus que huyó a toda prisa hacia Dorrego.

Ya teníamos lo principal, por el momento no íbamos a tener que robar más nada… en Mendoza.

Continuará…