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El mal tras el espejo

Eran las tres de la mañana cuando me desperté y me dirigí al baño a orinar. Al terminar de hacer mis necesidades me puse frente al espejo sobre el lavamanos sin razón alguna. Fue un movimiento inconsciente, un impulso automático, algo en mi cabeza dedujo que tenía que pararme frente al vidrio que no reflejaba más que oscuridad… algo sombrío. Entonces en ese momento lo vi… no estaba solo, había algo más. Era un hombre parado detrás mío mirándome fijamente con una sonrisa macabra,  lentamente dirigió el dedo hacia su boca diciendo «shhssss». En ese instante la oscuridad me rodeó y un escalofrío recorrió mi cuerpo paralizándome por completo. Quería gritar y salir corriendo pero era inútil, ya era demasiado tarde, él estaba parado frente a mí, sonriendo. Intenté mover las manos, pero nada… él me retenía, podía sentir el ardor de sus lazos envolviéndome piernas y torso, estaba preso de una especie de parálisis en vida.

Pasaron las horas, entonces comencé a ver por la ventana del baño que amanecía. La luz de a poco le dio color al oscuro lugar, y con ello aquel hombre se fue difuminando, desapareciendo. Mientras más luz entraba, más se perdía su imagen… pero sus lazos seguían allí. Volví mis ojos a la proyección de mi imagen en el espejo y, aterrado, comencé a ver que también iba despareciendo con la luz del día. Pero cuando bajaba los ojos podía ver mi cuerpo, lo que estaba desapareciendo era el reflejo, mi maldito reflejo.

Mi familia comenzó con la rutina diaria de aseo matutino y ahí los pude ver… uno a uno reflejándose frente a mí, mientras yo me desesperaba por gritarles… evidentemente no me veían. Ahí caí en la cuenta de que estaba atrapado tras el reflejo

De pronto me vi nuevamente parado frente al espejo, pero no era yo, era ese hombre que había tomado mi cuerpo. Yo había recuperado el movimiento, pero no tenía reflejo, sino que mi reflejo era él. Me miraba y sonreía burlón, tocaba el espejo con su mano disfrutando mi agonía. Yo estaba desesperado y golpeaba el espejo preguntándole quién era y qué quería, pero él hacía como que no me escuchaba. Me daba cuenta porque con cada pregunta sus ojos brillaban de odio.

Estaba perdido, no sabía cómo reaccionar, siempre he sido un hombre de fe, así que decidí que lo mejor que podía hacer era encomendarme a mi Dios, pedirle ayuda ante aquel tormento. Entonces le dije – no sé qué carajos queres, ni quién sos, pero le voy a rezar a mi Dios y él me va a salvar de vos – y fue ahí cuando se le borró aquella sonrisa macabra al instante. Pero su mirada se tornó taciturna y penetrante, me fulminó con sus ojos negros como la noche.

Fijamente y sin perder la sorpresa y la ira en su mirada me dijo – ¿Estás seguro de que tu Dios existe?

En menos de un segundo salió del baño y volvió a aparecer tomando a mi padre de los cabellos. Con una violencia inusitada levantó su cabeza por los aires y se puso a sus espaldas, dejando el amplio cuello de mi progenitor a merced de un filoso puñal que desenfundó de la manga de su camisa oscura. Jamás vi tal mueca de espanto en la cara de mi papá… estaba desencajado de la realidad. Me miró sin piedad y me dijo – Decile a tu Dios que salve a tu papá y te saque de este lugar si realmente existe, tiene 10 segundos.

Inmediatamente comencé a rezar y cerré mis ojos llorando y suplicando por la vida de mi padre. La sonrisa del hombre comenzó a vibrar en el baño, los sollozos de papá también, era una situación terrible. Recé más fuerte, imploré con toda la fuerza de mi voz. De a poco todo comenzó a silenciarse a mi alrededor. Segundo a segundo el sonido de la risa y los lamentos se fueron apagando, para darle lugar a mis oraciones… hasta que sólo escuché mi voz. Ahí sentí paz por primera vez en horas.

Con algo de miedo abrí los ojos… tenía a mi padre en mis manos, era yo, era mi propio cuerpo. De inmediato miré al espejo y ahí estaba… fue una cuestión de segundos, en mi reflejo, pero esta vez dentro y solo, se presentaba el hombre maldito. No paraba de reír con su risa espantosa, mi papá se zafó de mis brazos y se alejó unos metros, mirándome sorprendido. Terminé de entenderlo todo cuando vi el puñal que tenía en las manos. Entonces mi papá se abalanzó con toda la furia contra mí… al tercer golpe de puño perdí la conciencia.

Han pasado muchos meses desde aquella fatídica noche… hoy me encuentro en esta habitación con paredes acolchonadas y esta extraña camisa de tiras que me tiene inmóvil. Por más que cuente la verdad jamás me creerán, aún así se que no estoy sólo, estoy con Dios, quien salvó la vida de mi padre, me sacó de ese lugar y es el único que cree en mi…


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