/En las oscuridades del Valle Grande

En las oscuridades del Valle Grande


La historia del Valle Grande comienza hace décadas, cuándo por necesidad de generar electricidad renovable y administrar mejor el recurso hídrico para riego, se erigió una presa en 1957 y se puso en funcionamiento finalmente en 1965, inaugurada por el presidente IlIia un año antes. Un imponente paredón de 115 metros, que permitió el embalse en gran parte de lo que era el valle y creando un hermoso lago.


Construcción del dique

Esas profundidades son el último destino de muchas almas, ahí descansan restos de personas desde hace décadas. Muchos de accidentes, nadadores que por falta de precaución perdieron su vida, y algunos pocos suicidios, de algunos se recuperaron los cuerpos y otros descansan en un fondo de 100 metros de profundidad.

Es sabido que donde hay muertes trágicas, las almas no se van en paz. Quedan entre los vivos, a veces conscientes de que han dejado su parte física, a veces no. A veces esperando una respuesta, otras en pena y otras buscando quién pague por su desdicha.

El paredón del dique es una gran caída libre para cualquiera de los dos lados, y por donde se puede pasear también hay caídas pedregosas muy peligrosas, sumado a que hay una empresa trabajando allí, la zona tiene cuidadores permanentes, y hace unos años tuve la posibilidad de conocer a uno.

Pepe (vamos a decirle para no comprometerlo), trabajó en el lugar por más de 20 años. Ya jubilado se dedicaba a sus hobbies y a juntarse con amigos, entre ellos mi mamá. Era muy agradable y tenía una gran facilidad para contar anécdotas, aunque ya no está recuerdo muchas de ellas.

Una noche, después de muchas cervezas, cuándo ya no quedaba mucha gente, en esas horas que las charlas se vuelven profundas y toman ese carácter filosófico vulgar, aproveché a preguntarle de esas muertes y sus almas.

– No nena, esas no son nada comparado a lo que guarda ese agua – me dijo con una sonrisa triste.

– Contáme, no me vas a dejar con la intriga, sabés que te voy a secar la cabeza un mes hasta que me digas.

Sabía que llevaba las de perder y comenzó a recordar. Él había entrado al puesto en el 83, con la vuelta a la democracia, obviamente un puesto político. Pero muchos de los que estaban ahí llevaban décadas y después de unos años, entabló amistad con algunos, que le confiaron lo que había sucedido años antes.

Para la época de la dictadura la presa ya estaba en pleno funcionamiento, según sus compañeros se rumoreaba que se llevaban gente para averiguar antecedes, siempre remataban con el tradicional “a mí nunca me pasó nada, no andaba en nada raro”, hasta que comenzaron a notar movimientos raros algunos días en su propio lugar de trabajo.

Grupos de oficiales recorrieron la zona, hicieron preguntas de las guardias y como se hacían las rondas. Tomaron algunos datos más y se fueron, por meses no tuvieron novedades.

En invierno sabían quedarse en una habitación ubicada en la zona más transitada, aunque en aquellas noches el movimiento no era mucho. Su compañero le contó que decidió dormir un rato porque no pasaba nada, como era lo usual en otras épocas, a eso de las 4:00 a.m. sintió un ruido a lo lejos. Extrañado miró por la ventana hacia la ruta, y no había nada.

El ruido se hacía más fuerte y decidió salir a corroborar que todo estuviera en orden, como era su trabajo. Ahí notó que el sonido provenía del cielo, entre las pocas nubes de un cielo cerrado se podía divisar un avión.

Era más bien una avioneta por sus pequeñas proporciones y extrañamente con pocas luces, comenzó a circular el área, cuándo descendieron lo suficiente dejó caer un bulto y luego otro. Cayeron pesadamente sobre el agua, sobre la parte más profunda del lago y la avioneta volvió a ascender retirándose sin más.

Su compañero se comunicó por radio, dio aviso a la policía, la misma le dijo que iba a investigar y horas más tarde le dijo que eran maniobras militares de práctica, que no se preocupe más ni le diga a nadie.

En los cambios de turno la historia se repetía y se iban comentando unos a otros la misma escena, con mínimas variaciones en los detalles y cantidades de bultos. Uno sólo se animó a más, una mañana de ese frío invierno decidió ir a observar la zona luego de uno de los misteriosos vuelos. Sobre la superficie del lago vió lo que parecería parte de un cuerpo flotando, tronco y cabeza eran bastante semejantes a un ser humano. Casi en pánico dio aviso a la policía, automáticamente se le dio de alta ese día y le advirtieron, como era de suponerse, que no hiciera más preguntas si quería conservar su trabajo, y no supo más del asunto.

El tiempo, el miedo, las suposiciones siempre actúan como teléfono descompuesto en este tipo de historias, les dan toques increíbles. En lo único que los compañeros de Pepe estaban de acuerdo es que esos fueron parte de los famosos “Vuelos de la Muerte” que ensombrecieron nuestra historia.

Nunca supe que tanto de verdad había en ello, esas cosas no son fáciles de comprobar, desde ya que estos crímenes no se documentan, y de haber alguna evidencia ya habría desaparecido, las pruebas de estas grandes atrocidades las tienen sus autores y yacen en un fondo inaccesible con sus víctimas.

Años después fuimos a pasar el día al Valle Grande con mis amigas Janny y Daniela, esta última lo conocía y como lo describió, nos dieron ganas de ir. Daniela, una ávida lectora, es prácticamente la persona más culta que conozco. Janny, un ser de esos particulares que se encuentran pocas veces en la vida, siempre tuvo una percepción especial del mundo.

Como siempre, colgadas de la vida, se hizo la noche, decidimos quedarnos y sacamos la carpa del baúl. Era mi oportunidad de contar la historia de terror más adecuada para esa noche, la de Pepe. No escatime en detalles y en hacerla lo más espantosa posible.

Dani pensaba cada detalle y le daba un toque histórico, Janny sólo escuchaba. Que mantuviera silencio tanto tiempo era por demás raro, y le pregunté:

– ¿Desde cuándo tan callada vos? –con una sonrisa y haciendo montoncitos con la mano.

– No digo nada porque después se me cagan de risa y me tratan de loca- dijo ofendida.

– Daaaaaale ahora contá que si no me pongo insoportable.

Después de insistir un rato, y haciendo gala de mi famosa curiosidad, Janny desistió y habló.

– Vos sabes que yo siento cosas, tampoco la pavada, pero a veces sí. Ustedes saben que no conocía este lugar, desde que llegué sentí una energía rara, por momentos fea.

– Vos sabes que yo creo que somos energía, no me parece ninguna pelotudez lo que estás diciendo – dijo Daniela, como buena aficionada a lo esotérico que es, y en su tono tranquilizador de siempre.

– Lo sé – siguió Ana – en la noche siempre es peor. La tensión ha subido mucho a medida que el sol se fue, tenía el presentimiento que algo espantoso había pasado acá, y no hablo de accidentes, la historia que nos contaste debe ser verdad.

El buen humor se fue del aire, Janny estaba más rara que nunca.

– Me quiero ir, los veo, cada vez más cerca, y eso nunca es bueno – dijo en seco.

– Vos estas en pedo si pensás que alguna va a salir a la ruta a esta hora – le dije.

– Yo me voy, acá no me quedo –replicó.

– Siempre la misma exagerada – dijo Daniela y se rió.

– Ustedes se lo buscaron- dijo Janny enojada.

Se sentó entre las dos, con las piernas cruzadas, nos agarró las manos y estaba helada.

– Miren a la derecha- dijo, pero ella seguía con la con la vista fija en el piso.

Miramos inmediatamente, había un sauce de esos grandes y añejos, sus características ramas, largas y delgadas, colgaban hasta casi el suelo y se movían lentamente con la brisa, un suave vaivén que acompañaba la brisa casi devenida en viento. Daniela empezó a respirar con fuerza y yo aún no veía nada, evidentemente estaba enfocada en el lugar equivocado.

Intenté observar más detenidamente, noté que en el suelo las sombras se movían al compás de las ramas, nada inusual, sobre la misma impresión caí en cuenta que no todas, entre los atisbos de luz que dejaba la noche se entreveían líneas que asemejaban partes de siluetas humanas. Que fijando la atención se hacían cada vez más nítidas y numerosas, escondidas entre las demás siluetas oscuras de la noche. No podía moverme, sentía el cuerpo entumecido de la rigidez por el miedo.

– ¿Vamos? Por favor –suplicó en seco Janny.

Según difusamente recuerdo, levantamos la carpa y todo lo demás. Lo tiramos en el auto y salimos directo de vuelta a casa. De todas maneras no íbamos a dormir.

Estas historias tienen su tiempo guardadas en mí memoria, rara vez la cuento, tal vez lo de los vuelos sólo sean una fantasía de un viejo, tal vez no. Alguno se debe estar riendo de lo que pasó esa noche con mis amigas, yo les puedo asegurar que no. El punto de conexión entre ambas es para mí, no sé si tanto una prueba, pero si un indicio, o más bien un mensaje de que ahí hay algo que se debe dar a conocer.

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