Corría el año 1737 y la provincia de Mendoza comenzaba a crecer y a tener importancia. Tanto así que el clero decidió que ya era hora de expandirse del centro de la región hacia el sur; a un paraje pequeño de 5.000 habitantes aproximadamente llamado San Rafael. El obispo tomó la decisión de quién enviar, en base a un escándalo. Llamó al padre Juan Esteban de los Arcos, un hombre grande y fuerte de solo 25 años que consiguió llegar al sacerdocio muy rápidamente. Era reconocido por su inteligencia y perspicacia a la hora de elaborar un sermón o dar la misa. Pero lo que los mendocinos desconocían era su fetiche oculto y lúgubre. Este sacerdote era un pederasta empedernido que no podía dejar de saciar su sed.
El obispo enterado de esto tomó la decisión de enviarlo a el como representante de la iglesia, ya que los rumores eran cada vez más fuertes y si se llegaba a comprobar la verdad significaría un golpe trágico y devastador para la institución.
El obispo José Manuel Hernández pidió una audiencia con Juan. Los dos hombres se sentaron solos sin que nadie lo supiera. Juan notó que el obispo temblaba a causa de su vejez y le dio un poco de gracia. Pensaba que era divertido ver como un viejo tan estúpido no podía siquiera sostenerse el pene cuando orinaba sin ensuciar todo.
– ¿De que te ríes? – dijo el anciano
– De nada señor, solo recordé algo del monasterio. Una estupidez – respondió el joven sacerdote mostrándose arrogante.
– Sospecho que ya sabes la razón del porque estás aquí
– Si señor, por mentiras infundadas sobre mi persona. Por otros sacerdotes que me tienen envidia porque saben lo locuaz y audaz que soy. Y porque la comunidad me prefiere a mi como su líder.
El anciano obispo pensó que era un caso perdido y tenía que deshacerse de él cuanto antes. – Muy bien Juan, es verdad, eres listo. No se puede discutir eso, Dios te dio el don de la sabiduría. Aunque yo me pregunto, y esto hijo mío es en secreto de confesión. ¿Son verídicos esos rumores?
– Para nada ,mi conciencia está tranquila.
– ¿A si? – dijo seriamente el obispó – entonces no tendrás problemas para decirme que es esto. – el obispo saco un costal de tela de la parte de debajo de su escritorio.
Al verlo el padre Juan se descompuso. Adentro del cosas habían prendas femeninas llenas de sangre.
– Eso – dijo furioso- no se que es.
– ¿A no lo sabes? Que curioso – son tus pertenencias que trajiste de Rivadavia. Más bien dicho del orfanato. ¿Te parece bien hijo? Ser un violador. Un pederasta.
Juan se puso rojo, parecía un volcán en erupción, en cualquier momento iba a estallar. Sus ojos se dilataron y parecían querer salir de sus cuencas.
– Tengo la solución para este problema- agrego el obispo- voy a mandarte en una misión a San Rafael y en un mes voy a visitarte. Si no has cambiado, te prometo que vas a ser linchado.
– Usted no haría eso.
– Yo no, pero la gente si – agregó sonriendo el obispo – recuerda que siempre hay alguien con más poder y más inteligente que tú. Ahora recoge tus porquerías y vete. Está todo arreglado, te vas esta tarde con una diligencia. Y si no cambias pagarás con tu vida.
– Eso es sacrilegio.
– Como violar niñas de 8 años, sinvergüenza. Ahora desaparece de mi vista.
– Me voy a vengar, se lo juro.
– Suerte y que Dios te bendiga – dijo obispo mostrando una dentadura donde ya no habían dientes y agitando cordialmente la mano. Mientras que Juan azotaba la puerta para marcharse.
Pasó un mes desde que Juan abandono a la fuerza Mendoza. Cuando una carta llegó. El obispo había fallecido y él era el encargado de esa zona. Su corazón se llenó de júbilo y alegría. Ahora podía hacer y deshacer a sus anchas. Se excitó al pensar en todas las chicas pequeñas que venían del campo y decidió crear un internado donde pudieran aprender a leer, a escribir y por supuesto algo más. Construyo rápidamente dos aulas y habitaciones. En solo dos meses todo estaba listo. Y la gente incrédula de San Rafael tomó la iniciativa del sacerdote como algo maravilloso. Los padres llevaban a sus hijos de lugares lejanos para que él les enseñará. Todo era muy fácil. No había necesidad ni siquiera de buscar a los niños.
Sin embargo, un día todo pareció complicarse. Una chica morena y hermosa de 12 años falleció mientras él la violaba. La excitación fue tan grande que eyaculó en el momento que vio que la chica dejaba este mundo. Retiro su pene y lo vio lleno de sangre, lo toco con sus dedos para luego llevarlos a su boca. El gusto a sangre lo excitó más y siguió masturbándose sobre el cuerpo de aquella pobre muchacha.
Después de haber terminado, espantado por ver lo que hizo tomó una decisión drástica. Cortó a la chica en partes, la hirvió con verduras y se la dio de comer a sus alumnos. Juan, al probar la carne de la chica, sintió un sabor peculiar que lo hizo excitarse nuevamente. Los niños no sabían lo que pasaba, creían que todo era normal. Parte de la educación. El sacerdote los amenazó diciendo que si le contaban a los padres como él les enseñaba irían al infierno. Y lo de chica con los padres lo arregló diciendo que un día escapó con un chico del pueblo. Fue buscada por meses pero nunca la encontraron.
Juan siguió con sus prácticas, al menos una vez al mes mataba, violaba y comía algún niño que vivía en su iglesia y la excusa era que huían porque extrañaban a la familia o morían por una enfermedad rara. Y como era un tipo tan hábil de palabra, no se levantaron sospechas.
Lo que el sacerdote no sabía era que mientras él cometía esas atrocidades, Cerbero, el cuidador de las puertas del infierno, un perro gigante y abominable de tres cabezas se deleitaba al ver los actos del sacerdote. La repugnancia era tal que hedor del pecado llegaba hasta el infierno y este podía aguantar las ganas de comer y desollar vivo al sacerdote.
Entonces cerbero envío a Altivar, su hijo. Este demonio era un perro enorme de 1,70 de alto, sus ojos rojos podían ver el mas recondito pensamiento de un pecador, además, al igual que su padre, podía oler los pecados. El perro desprendía humo de todo su cuerpo, y su piel estaba achicharrada, solo tenía un poco de pelaje negro.
Altivar, al ver la situación que le planteó su padre, se sintió encantado de cumplir con esa misión. Esperó a que se hiciera de noche en la tierra, ya que solo de noche él puede caminar entre los humanos. Se quedó detrás de una piedra que lo cubría por completo a la vera de un camino esperando que el sacerdote pasará con su carreta por allí.
Eran las 4 de la mañana, faltaba poco para el amanecer y Altivar comenzó a impacientarse. Cuando de pronto escuchó el crujido de la carreta por el camino. Los caballos avanzaban lentamente, el perro infernal levantó su hocico e identificó la fragancia del pecado. Era el sacerdote, no podía escapar. De la misma forma el sacerdote sintió un hedor horrible y desagradable, era un olor a azufre sofocante y se intensifica va cada vez más.
El sacerdote se dio cuenta que algo raro pasaba, pero no sabía que. Aumento el ritmo de los caballos y cuando paso por la piedra, Altivar se quedó pasmado, pues se hipnotizó tanto con el dulce aroma que despedía el sacerdote que no lo atacó.
Altivar salió lo más aprisa que pudo, ladrando al caminar y mostrando una sonrisa amenazadora al sacerdote. Unos dientes amarillos de los cuales caía un baba que parecía alquitrán. Al correr hacia el suelo incendiaba el pasto.
Avanzó hacía el sacerdote ladrando y gruñendo como una poderosa tormenta. El sacerdote lo vio y sintió que sufriría un infarto. Aceleró y pudo percatarse como el olor a brea y el calor de cuerpo del perro eran cada vez más próximos, miro sobre su hombro y se dio cuenta que estaba solo a dos metros de la carreta. La cara del perro era lunática, su sonrisa era temible, las babas casi derretían el piso donde caían. Altivar estaba frenético, sabía que nunca había probado una carne tan dulce.
El sacerdote sintió más pánico que nunca, avanzó lo más rápido que pudo, la iglesia estaba a solo unos 200 metros, el perro se puso a su costado corriendo muy suavemente como dando a entender que gozaba el miedo que el sacerdote mostraba al intentar huir.
Altivar estaba a punto de morderlo y arrastrarlo al infierno donde su padre jugaría con el. Entonces el sacerdote sin saber que hacer, comenzó a orar, le pidió a Dios perdón por sus actos y recitó un salmo, esto increíblemente adormeció al perro y le dió tiempo de entrar en la iglesia. El perro quedó en la entrada esperando que el sacerdote saliera, noche tras noche, ocultándose en la sombras, esperando pacientemente.
Así pasaron años y el sacerdote pensaba que nunca iba a ser capturado por el perro, pues este nunca salia de día y él tenía muchísimo cuidado de no salir de noche.
El sacerdote volvió a sus andanzas cuidando siempre que la noche no lo capturara. Esto enfurecía mucho a Altivar que no podía cazar a su presa. Y el sacerdote comenzó a sentir confianza, tanto así que un día en la noche salió hasta la entrada de su iglesia y Altivar estaba allí sentado enfurecido. El perro mostró sus dientes gruñendo enceguecido, el sacerdote no hizo caso a esto. Comenzó a burlarse.
– Hola perrito, ¿cómo estás? ¿Que pasa que no me comes? – dijo riendo.
El perro lo observaba y con crujido su cuerpo comenzó a cambiar. Se levantó en sus patas traseras y en solo segundos tomo una postura como si fuera un ser humano alcanzando los tres metros de altura.
– Te crees muy gracioso sacerdote – dijo el perro. Su voz era grave y profunda capaz de hacer sentir débil al hombre más fuerte. – ¿Que pasa? ¿Te asustaste?
El sacerdote se asustó, pero no podía demostrarlo. Su arrogancia y ego eran lo más valioso que tenía y no iba a perderlo con aquel perro sarnoso.
– ¿Miedo yo? No jamás. Solo pensé que después de tantos años buscándome debías tener hambre. Así que te traje las sobras del mes – Juan saco un costal lleno de huesos de las víctimas de ese mes. Y lo tiró a los pies de Altivar.
– Sigue así. Mi padre me envió a buscarte. Él cuida el primer círculo del infierno, destinado para los pederastas y violadores. Tú vas a llegar ahí tarde o temprano. Recuérdalo Juancito.
– Nunca me vas a ganar sarnoso. – Juan se volteó y se fue de nuevo a la iglesia riendo, creyendo que nunca iba a ser atrapado.
La cacería siguió cinco años más. Juan ya casi ignoraba la existencia del perro infernal. No le temía… hasta que llegó un día negro. Iba camino a el campo en busca de una familia que tenía dos niños. Cuando de repente la luna oscureció el sol completamente, formando una gran eclipse. Y para desgracia de Juan se encontraba debajo de la franja de obscuridad absoluta.
El sacerdote miró sobre su hombro y vio como el perro venía corriendo a toda velocidad, atinó a arrodillarse a rezar, pero fue muy tarde. Dios ya no lo ayudaría. Altivar se abalanzó sobre él poniendo sus dos patadas sobre el pecho del sacerdote.
– El día por fin llegó. – dijo Altivar riendo
Juan luchó por su vida, quiso quitárselo de encima. En cuanto puso sus manos en el pelaje, estás se incendiaron. Gritó lo más fuerte que pudo pidiendo ayuda y de dolor. Fue inútil, solo él y Altivar estaban en ese camino. El perro lo tomo con su hocico y lo arrastro a unos metros, ya listo para llevarlo al infierno, pero no pudo resistir el buen gusto a la carne del sacerdote. Y casi sin saber que hacía comenzó a destrozarlo, mordió su vientre y el alquitrán caliente de la boca de Altivar entró en las entrañas del sacerdote, que sollozaba de dolor.
Pasó por toda la grasa y llegó a los intestinos, comenzó a mordisquear y a tirar de los mismos hasta que los gritos se extinguieron y la voz del sacerdote calló para siempre. Pero Altivar no se detuvo allí, siguió comiendo y comiendo hasta que solo los huesos del sacerdote fueron prueba de que alguna vez existió.
Altivar volvió al infierno después de tanto tiempo. Su padre lo vió y le pregunto qué pasó. Altivar le contó todo y Cerbero se enfureció, castigándolo fuertemente, primero porque lo privó de destruir al sacerdote y segundo porque su olor y sus pecados aumentaron con el tiempo y por ello Juan sería enviado a otro círculo del infierno donde Cerbero no tenia acceso.
Altivar fue condenado a vagar por la tierra, hasta poder encontrar a alguien con el mismo olor del sacerdote. Así que tu que estás leyendo esto, ten cuidado con tus pecados, tus pensamientos y si sales de noche. Porque puede que Altivar te encuentre.