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Esclavos Contemporáneos (Primer capítulo)

Erase un tiempo no muy lejano en el cual la sociedad se transformó en grupos de personas que poco interactuaban entre ellos pero se sentían conectados por un aparato. Las parejas despertaban mirando su celular primero antes que a la persona con la cual pasaron la noche durmiendo juntos, pasando una gran parte de su vida en un mismo lugar, tan cerca y tan distantes que pareciese que fueran kilómetros de distancia por su indiferencia.

Antes de salir de su hogar miraban esa pantalla para ver el pronóstico del clima, lejos quedaron esos tiempos en los cuales las personas contemplaban el cielo, las nubes, el sol, la lluvia, los días grises, mirar como caía el agua y salpicaba dando lugar a ese olor a petricor que daba ese suelo húmedo. Subían a sus autos programados con gps tan preciso que solo bastaba mirar la pantalla para saber por dónde ir, que caminos tomar, que rutas estaban descongestionadas, a cuanta distancia estaban del destino, que autos estaban cercas nuestros, los carteles con los nombres de las calles eran una reliquia decorativa de una sociedad moderna 2.0.

En sus trabajos esta rutina social también se podía percibir, pocas eran las palabras que cruzaban entre compañeros, bastaba con stalkearlos para saber sobre sus vidas, dudo que hayan cruzados palabras casuales, mirándose entre ellos, mirando los gestos, las muecas, las palabras que salían con alegría, con tristeza, con amor, con odio, palabras con sentimientos. Los gestos se volvieron emojis.

Luego de jornadas laborales las personas salían a ver a sus “amigos” en bares, las zonas wi-fi se convirtieron en algo imprescindible en los lugares, los negocios no subsistían sin este servicio, las empresas de internet se volvieron grandes monopolios. Los bares donde se podían ver grupos de personas era común ver a todos mirando la pantalla, mirando sus aplicaciones, sus redes sociales, hablando con personas que también solían estar en otras juntadas donde las conversaciones también escaseaban. Las risas y sonrisas en esas reuniones eran solo correspondidas a sus aparatos que parecían ser dueños de todas sus emociones, alegrías, tristezas, los besos se volvieron virtuales y el cariño entre las personas solo se demostraban con Me Gustas, los abrazos… las personas se olvidaron de lo que era un abrazo.

Llegaban a sus hogares luego de un largo día, los padres iban a ver a sus hijos para saludarlos pero incluso hasta las generaciones nuevas cayeron en estas monstruosas maquinas. Los niños apenas balbuceaban palabras para saludarlos, no despegaban la mirada de las pantallas, los padres desistían y se iban sin cruzar una mirada, signos de cariño o algún gesto de amor. Niños que escuchaban más consejos de youtubers que de sus propios padres, que apenas se interesaban por ellos, su aprendizaje en la infancia los brindaban los videos que veían.

Los celulares se convirtieron en un diabólico aparato por el cual las personas perdían su lucidez, su capacidad para pensar, su capacidad para interactuar con la sociedad. Se transformaron en objetos de un maléfico y oscuro plan para esclavizar al hombre moderno.

Los niños también cayeron en este oscuro plan, lejos eran los tiempos en donde se jugaba a las escondidas, se jugaban a la rayuela, las tizas eran algo que este generación jamás vieron, jamás lo sintieron con sus propias manos. Los columpios y toboganes quedaron atestados de tierra y polvo, reliquias de una generación pasada.

El plan iba en marcha y no habría nada ni nadie que lo pudiese detener…

***

Genaro Mesina, un hombre mayor, pintado de canas en su cabellera bien conservada, cuyas arrugas eran muestra de un larga y prospera vida, solía visitar en el mediodía un pequeño bar, pero un día esa rutina para él se vio afectada y tuvo que incursionar en otro lugar. El que frecuentaba estaba cerrado ya que los dueños se encontraban de vacaciones y ellos mismos eran los que atendían dicho bar. Genaro le gustaba hablar mientras tomaba su café y tenían largas y distendidas charlas, tuvo que ir a un bar cerca de la zona, desistió de encontrar un lugar como “El Bar de la Esquina”, ahí tenía una mesita donde siempre se sentaba cerca de la ventana para mirar el cielo, esas sillas que le recordaba su juventud donde años atrás solía tomar algo con sus amigos del barrio en esas mismas mesas, los dueños conocían el punto y preparación justa de su café, esas tortitas y medialunas que le preparaban eran la misma receta de su propia madre, que él le había pedido que escribiera con puño y letra. Esa misma hoja se la dio a los dueños para conservar viva la receta de su familia. Desistió de encontrar algún lugar parecido así que entró en un bar nuevo, moderno, diferente.

Desde el momento que abrió esa puerta sabía que algo faltaba en ese lugar, esa sensación de frialdad en el ambiente era muy notoria para él. Se sentó en una mesita desocupada, las sillas nuevas con diseños ergonómicos, extraños y exóticos para su gusto no eran a lo que estaba acostumbrado. En las mesas no estaba el diario que solía leer mientras esperaba su pedido, ese lugar cerrado, con dibujos psicodélicos y contemporáneos en las paredes era algo que no estaba acostumbrado a ver, miró a su alrededor y pudo notar algo raro en el ambiente. Un silencio, una ausencia de palabras aunque las mesas estaban llenas de personas, faltaban las voces charlando entre ellos, las risas exageradas y desmedidas por chistes y comentarios sutiles no se escuchaban, todas las personas en el lugar se hallaban sumidas en sus aparatos, esos malditos y endemoniados celulares.

En ese momento se acercó el mozo con su pedido, le dejó en la mesa un café con medialunas. Mesina se dispuso a tomar un sorbo pero al primero pudo notar que algo le faltaba, no sabía lo que era pero no era el que le solían preparar, esas medialunas secas, precocinadas, no tenía ese sabor, esa consistencia, esa preparación casera que empezó añorar al primer mordisco. Pero eso no fue lo que le terminó molestando, pudo notar que era el único en ese lugar que no estaba mirando un celular, una notebook, una Tablet, una pantalla, era el único que se percataba de la esclavitud de la sociedad contemporánea.

Sintió que debía hacer algo, no podía permitir ver aquella sociedad y no hacer nada al respecto. Luego de unos segundos tuvo una idea, un plan para despertar a los jóvenes que se encontraban allí…

Continuara…

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