Leer primer capítulo
Leer segundo capítulo
Leer tercer capítulo.
Leer cuarto capítulo.
Leer quinto capítulo
Leer sexto capítulo
Leer séptimo capítulo
Leer octavo capítulo
Genaro Mesina se sintió devastado unos segundos, tardó en reaccionar pero supo entender, pese a todo el dolor que recorría su cuerpo, que así es la vida. Solo pudo aceptar su situación tal como es, la cruda verdad duele pero hay que aceptarla tal cual es.
Volvió a su hogar luego de su estadía en el hospital. Dejó su abrigo colgado en el perchero, su sombrero, y se sentó en su sillón favorito, uno marrón de antaño pero muy bien cuidado. Dejo caer unas lágrimas, sintió un nudo en la garganta mientras seguía pensando, toda la vida le transcurría en su mente, su cabeza pululaban recuerdos de meses, años, décadas…
No quiso pensar mucho más así que se dirigió a su viejo tocadiscos, sacó su disco favorito de Gardel y se dispuso a escuchar música mientras tomaba unos mates y aclaraba sus ideas. En todo ese mar no pudo dejar de pensar en ese hombre que conoció en el hospital, Gabriel. Le solía recordar viejas épocas suyas, un hombre honesto, bien intencionado, en fin, buena persona. Decidió ir a visitarlo.
***
Entró al hospital, fue a mesa de entrada y preguntó por el paciente Gabriel Riveros, la secretaria le preguntó si era algún pariente. Mesina sabía que no lo dejarían pasar si decía que solo eran amigos, así que optó por una mentira blanca y respondió “Si, somos primos”, habrá sido una de las pocas veces que mintió y su cara lo demostraba, la enfermera en el fondo lo supo pero lo dejo pasar. “Habitación 32”, le dijo. Volvió a la habitación que compartió hace unos días. Y ahí estaba, una cara triste y larga. Le había contado que con su único hijo había perdido relación y sus hermanos vivían lejos y no tenían forma de venir a verlo, su cara llena de alegría se había ido junto con Genaro, artífice de charlas y sus últimas carcajadas. Antes de entrar a verlo decidió hablar con el médico sobre su situación, le dijo que era su primo y quería saber cómo estaba antes de entrar a verlo. El enfermero de cabecera le contó sin rodeos, su parte era delicado, hacía varias semanas que estaban buscando un donante de riñón pero no encontraban. Y cada vez se complicaba más y más. Cruzaron unas palabras y luego se dispuso a entrar y verlo, Gabriel sorprendido por la grata visita, esbozó una sonrisa, la cual sorprendió a su médico que ya varios días no solía verla en él. Era evidente el cariño que sentía por su falso primo. Los dejó hablando solos. Mesina se sentó, lo miro y se vislumbró en el ambiente un clima de paz, de tranquilidad, como si un ángel de la guarda acabara de entrar por los pasillos y entrara en la habitación 32, no fue casualidad que minutos después sacó un cd con música y lo pusiera, pararon de hablar unos minutos y se dejaron deleitar por la música que tanto les gustaba y los unió. Ambos se relajaron, simplemente escuchar…
Se sintieron rejuvenecidos, como si volvieran el tiempo atrás y fueron dos adolescentes, como si toda la vida que pasó volviera a sus jóvenes años, se sintieron vivos. El ambiente frío del hospital, el gris y metálico de las vastas maquinas que colmaban el lugar, todo el lugar se fue rebosando con las suaves y delicadas piezas clásicas, cada acorde, cada corchea y semi corchea inundaron todas las habitaciones de energía y ese color de magia, de encanto, en fin, llenó el lugar de todo el vacío.
Llegó la hora, el horario de visitas estaba por terminar y Mesina debía partir, se despidió con un fuerte abrazo de su amigo. Antes de salir por la puerta de establecimiento se detuvo unos segundos, tuvo una idea, se volvió hacia la recepción y pregunto una cosa. Genaro Mesina le consulto a la chica de mesa de entrada si podía ser donante del paciente de la 32, que estaba dispuesto a hacerse los análisis necesarios.
***
3 Semanas después…
Querido Genaro Mesina:
Hola querido amigo, ¿Cómo estás? Espero que bien. Solo quería escribirte esta pequeña carta para agradecerte todo lo que has hecho por mí, nunca olvidare nuestras risas, nuestros llantos, nuestros lindos y malos días en ese cuarto que nos conocimos. Solo tengo gratas palabras para contigo, espero algún día volver a vernos y tomar un café en ese bar al cual sueles frecuentar. Me encuentro de viaje para visitar a mis hermanos, quiero volver a verlos después de todo lo que pasó. Somos una familia de escasos recursos, ellos no pudieron verme mientras estuve internado así que aprovecharé para reunirme con ellos gracias a la oportunidad que me diste con tu gran gesto de generosidad. Espero algún día de alguna manera poder pagarte todo lo que has hecho por mí. Muy pronto te daré una sorpresa, espero que te guste. Estoy seguro que te va a encantar…
Saludos, tu amigo.
Gabriel Riveros.
Soltó unas lágrimas de felicidad, esas palabras lo llenaron de alegría, nostalgia, un poco de angustia, varios sentimientos inefables. Leía cada palabra con mucha atención mientras tomaba su café en el Bar de La Esquina. La emoción de volver a saber de su viejo amigo le alegro el día y esa sorpresa lo mantuvo distraído de todos sus problemas de salud que se le avecinaban.
Pasaron los días, semanas, y un par de meses. El viejo como de costumbre leía su diario, mientras le daba un sorbo a su taza asomó su cabeza y alguien estaba delante suyo, un joven, aunque pasaron años sin verse no tardó mucho en reconocerlo. Era su hijo, su querido hijo.
-¡¿Papá?! …
-¡¿Hijo?! …
***
6 meses después
– El bar reabre sus puertas y será nombrado en honor a un íntimo y querido amigo que lamentablemente nos dejó físicamente pero quedara en la memoria y corazón de todos sus seres queridos. Desde hoy queda inaugurado “El bar de Mesina”, en honor a una noble y excelente persona como lo fue el señor Genaro Mesina. – mientras esbozaba una pequeña lágrima al nombrarlo, Mariano dio un pequeño discurso de inauguración a todas las personas que asistieron ese día. Desde entonces ese Bar fue conocido como un pequeño pero acogedor sitio donde pululaban charlas, risas y toda emoción libre de la tecnología.
“Un hombre no puede cambiar el mundo del avance y la involución tecnológica de la sociedad, pero pudo cambiar su pequeño mundo…” Fragmento de una de las tantas cartas que recibía el bar en honor al viejo. Cartas que recopilaba con mucho honor y orgullo su hijo, su querido hijo Astor Mesina.
Fin.