Empujo una puerta antigua de color rosado viejo que siempre está entreabierta, y paso…; camino por un pasillo al que lo cubre una enredadera de hojas violetas y blancas del tamaño de una mano…; avanzo quince metros, no más, para llegar al final, mientras un nene me pasa corriendo por el costado, y abre la verja negra de un metro y medio de altura que se ubica donde termina el pasillo…; acelero el tranco para no perderlo, aunque nunca sucede, al tiempo que el nene se detiene frente a una ventana de madera gris plata, la abre y se adentra por ella, y en eso llego…; miro el lugar, esa ventana, paso la mano por el marco sintiendo la textura que el sol ha dejado con los años y lo vuelvo a observar, esperando mi turno como siempre…; luego de quitarse la capa de terciopelo azul, el nene se suelta los tiradores que le sostienen la bermuda, arremanga los puños de su camisa celeste con detalles blancos en el cuello y se saca el moño…; recordando su ritual lo sigo, cuando se sienta en un banco pequeño de hierro fundido a observar, desde un microscopio, el cielo por la ventana contraria a mi cuerpo…; lo sigo y el nunca me ve. ¨ ¡Sebastián…! A comer, Sebastián.¨ Grita una mujer desde un sitio contiguo, y el nene se seca dos lágrimas que ruedan en su mejilla, acomoda el lente como si acomodase su corazón, y sale del lugar cuidando que nadie se entere de su secreto…; en ese instante paso, ansioso por lo que ya se, una a una mis piernas, y salto sobre el piso de madera, que cruje y parece partirse…; con sigilo doy dos o tres pasos y tomo su capa, siento el aroma tan propio de esa tela y descubro sobre la cama una foto que Sebastián atesora en el cajón de sus anhelos, y me la quedo…; ahora solamente resta observar, descubrir lo que sucede siempre, o casi siempre, cuando recurro a este sueño…; me agacho cuanto me deja la cintura y hago foco, moviendo el lente, hasta el lugar apropiado…; vuelo miles de quilómetros acercándome a la Luna desde el cuarto, y ella a mí desde el Cielo, y chocamos…, pero se siente como entrar a una nube, o así lo imagino…; me aproximo tanto que tiemblo de la emoción, ya no solo miro sino que observo, focalizo y hurgo en la Luna, hasta que encuentro el humo de esa casa negra saliendo de la chimenea, acercándome más y más…, casi la veo, y al fin la veo…; la reconozco, es la foto de ella pero en el Cielo, haciendo a mi sueño recurrente…; descansa en el hall de la entrada de su casa, durmiendo sobre una hamaca de tela que cuelga de ambos lados, y suspiro, mientras no quiero que el tiempo avance porque se termina…; aunque sucederá lo mismo cuando esta lágrima caiga al piso y la despierte, y desde lo lejos me mire levantando apenas su cuello, y yo despierte…, como siempre. Como ahora…
Son algo más de las once según el reloj de la mesa de luz.
Me cuesta volver al mundo luego de este sueño.
Dentro de mi cabeza se atan hilos, para hacer ramas de acero con los recuerdos y no olvidarlos, pero el paso de los segundos terminan por confundirla y solo quedan ramas de chocolate que se deshacen en su paladar, analizando lo que sucedió en esa habitación.
¨Solo es un sueño¨, termino diciendo siempre.
Dicen que uno debería escribir los sueños apenas se despierta, o incluso contarlos antes de desayunar para que se cumplan; pero yo prefiero velarlos mientras me despabilo, quizás porque lo bueno de los sueños, es que uno se guarda el debate entre que sucedan y que nunca pasen, para siempre.
Ese es el tesoro de los sueños.
Estoy solo en la cama, la Flaca debe nadar en el sol de la mañana, así que me levanto. Resucito en el baño con el agua ardiendo sobre mi espalda, cepillo mis dientes y me visto de bata solamente.
El hambre a esta hora es un minero buscando oro en mi estómago, al que necesito darle franco con un buen café con leche, tostadas con queso y dulce de batata.
Siento un ruido y me asomo por el baño. Se sienten movimientos. Son ruidos de fábrica en la cocina y la gente de limpieza no viene hasta la tarde. ¨¿Quién será?¨ Voy de a poco, negociando con la alfombra, contra la pared, intentando dar el primer vistazo sin que se entere quien revuelve el lugar, y casi me ubico bajo el arco que se hace en el techo, en la unión de living con la cocina.
No lo puedo creer…
La Flaca camina descalza sobre la cerámica amarilla mate de la cocina, dejando tras cada pasito, una huella que dura unos instantes y desaparece. Odio que ande descalza, pero siento que está feliz con su pelo amarrado de lo alto, de manera sudorosa y ligera, como recién levantada, sin maquillaje ni zarcillos, con el único agregado de la parte de debajo de su biquini diminuta blanca, que la distingue de Eva. Está preparando algo, cocinando. Se estira buscando un paquete de harina leudante en los estantes de arriba, implorando a las puntas de sus pies que la eleven algo más, mientras me instalo en sus piernas que son de bronce, que se separan lisas y tensas desde los gemelos, hasta sus muslos que explotan al caminar, mientras en cada paso, se arman copos de algodón de azúcar sobre su cola…
Mi boca es un océano de pensamientos mundanos, y la quiero ajusticiar.
Un bowl es la excusa perfecta al movimiento de sus pechos precisos, que en forma de gotas sacuden su sal, mientras raya cáscaras y exprime jugo de un fruto, con la furia de su mano experimentada. Agrega el preparado al recipiente, y con una procesadora eléctrica bate manteca y azúcar, mientras cuatro yemas pierden la vida y se unen al batido. Un manjar de lujurias se procesa y me electriza. Se apaga y respiro. La Flaca retira la batidora y unta dos dedos para mezclar el perfume del cítrico con el sabor de la crema en su boca. Su lengua limpia los restos de crema en las comisuras, y un ratón se ahorca en mi cerebro.
Leche, crema, jugo y yo, la esperamos, mientras se baten unas claras a punto nieve y se sacuden sus extremos con el movimiento envolvente de su brazo terso. Hay un molde que ampara todos los deseos, y el horno les da cocción como si hiciese falta la justa dureza, para desmoldar… y saborear.
No puedo parar de observarla, mientras hace el café, mientras le enseña a volar a un mantel a cuadros rojos sobre el desayunador de la cocina, mientras exprime las mitades que quedaron y tuesta algunas rodajas de pan.
No hay manzanas en este Edén. Budín de naranja, el pecado original.
Dice Eterno Atardecer, que ¨…tener sexo a la mañana es una expedición al fondo del mar, sin más oxígeno que los pulmones y sin pensar en regresar, buscando un mundo paralelo para vivir, aunque sea unos instantes, desafiando a las urgencias y a los apuros que la mañana tiene, para ofrendarse al día que comienza… Pecando hasta el punto de necesitar respirar, se vuelve a flote cuando termina la aventura.¨
–Creí que no te levantabas más… –me dice incrustándome las uñas en la espalda cuando me acerco–, son y cuarto, en media hora va a estar lista la especialidad de la casa, vos verás que hacés ahora.
La mesada tiene la medida justa para mi cadera, para los lamentos que no se dijeron en la noche, y se envuelve de aroma a naranja la cocina, y su piel son gajos que chorrean jugo en mis colmillos, el olor a cocción del budín de naranja anticipa el sonido del reloj que tiene el horno, y el de dos suspiros apoyados contra la heladera, mientras en el sitio que su espalda no enseña, un tatuaje dice: ¨Ver para saber. Pecar para creer.¨
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