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Feminismo 2: El arte de abrir una puerta

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Anduvo hasta la entrada del almacén y se detuvo allí, aguardando, como si nunca hubiese abierto una puerta ella misma.
–Sorpréndame, Max. Soy paciente. Capaz de esperar hasta que me asombre.
Alargó él la mano para empujar la puerta, recurriendo a toda su sangre fría. De no saber que el chofer observaba desde el automóvil habría intentado besarla.
–Su marido…
–Por Dios. Olvídese de mi marido.”

(“El Tango de la Guardia Vieja” – Arturo Pérez-Reverte)

 

Dama y puerta 13Una feminista determinada de pronto encuentra que el hombre que la acompaña estiró el paso y tmó el picaporte de la puerta antes que ella para abrirle la puerta. Obviamente la mujer entiende que el tipo cree que ella no sabe abrir una puerta. Obvio que entiende que ese hombre está convencido de que si él no estaba allí vendría el padre o un tío a hacerlo y a “practicar una vez más” con ella cómo se abre una puerta. Es evidente que la mujer ante ese gesto pensará que el tipo la mira como un caracol sin caparazón, deambulando babosa por pasillos y corredores donde las puertas son el final del recorrido para cualquiera de ellas. Bah, a menos que le aclare con un tono “ubicador”: “SÉ… abrir una puerta. Gracias”.

Cuando un hombre abre la puerta a una mujer en ningún momento piensa en la capacidad que posea esta en el arte de abrir una puerta, ya sea placa, maciza o cancel.

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Las madres, ese mundo que también pertenece a las mujeres pero que las feministas parecen obviar, son las responsable de que los hombres abran a las mujeres las puertas y las dejen pasar primero, y no el supuesto Machismo. ¿Y por qué es esto? Porque un chico que aprende (a cachetazo limpio) a dejar pasar a una mujer, a abrirle la puerta, a no dejar que camine del lado de la vereda, a cederle el asiento, y a otros tantos detalles el día de mañana será un “hombre” que estará atento a la mujer, será un hombre que no va a pretender que la mujer haga trabajos pesados, será un hombre que tenga gestos delicados para con la mujer, y esto último es justamente porque el chico sí se plantea si las mujeres saben o no abrir una puerta, y con su crecimiento ve que sí saben abrirla igual o mejor que él. El gesto de abrir una puerta y dejar pasar a una mujer primero la coloca siempre en el inconsciente del hombre en que la mujer, aunque pueda hacer de todo, es una persona que requiere una delicadeza que en el hombre está mal vista. Los chicos salen a pegarse como parte de un juego de gastar energías, sin estos modales hacia la mujer el hombre va perdiendo la perspectiva de la delicadeza de la mujer. Aunque es cierto que la mujer por voluntad propia está haciendo lo posible para que esa delicadeza se pierda defnitivamente.

El trato diplomático y de las altas esferas del poder, es un trato femenino. Y esto es porque ese trato genera en las personas la atención y el respeto que requieren esas autoridades. Lo que se llama “trato civilizado” es un trato de modales. En italiano incluso el trato de usted es de “Lei”, así, con mayúscula, que significa “Ella”. La mujer, la que no es feminista, educa a sus hijos para que ellos traten a la mujer con esa autoridad y respeto. Para las feministas, puro Machismo.

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Cuando una mujer le dice a un hombre que “sabe” abrir una puerta, le está diciendo “Me llamo Sandra, pero vos decime Alberto”. Que una mujer nos marque que sabe abrir una puerta nos hace sentir ridículos en una actitud que para nosotros significa desde la infancia que a la mujer “no se la trata como a un hombre”. Y ¿por qué no? Porque el hombre en esencia no es delicado. Se forma para no serlo. Sólo lo es con la mujer (gracias a esos cachetazos amorosos de la madre), y por ella lo es con los chicos varones, y por ella lo es con el perro y con el gato. Tal vez los momentos en donde el hombre es delicado por sí mismo es con los padres ya ancianos, con las piezas chiquitas de un motor, y cuando entra al consultorio del dentista.

Dama y puerta 12Es difícil acertar en qué es lo que le sucedió a la feminista determinada para reaccionar así, pero lo que es seguro que debe tener muy buenos motivos. El único inconveniente es que el enojo que lleva encima hace agrupar muchas cosas del hombre buenas y malas bajo un rótulo que carga intrínseco a lo más peyorativo de la complementación de los géneros: el Machismo. Y lamentablemente… el Machismo no existe. El Machismo es un invento de las feministas que sí existen.

Antes de terminar quiero agregar que no puedo hablar de la “feminista” simplemente porque cada feminista defiende dos o tres consignas en común con las demás y luego cada feminista tiene su propio preámbulo. Hay miles de credos feministas. Por este motivo cuando hablo de la “feminista determinada” hablo puntualmente de la que trata la nota, hoy la que siente que cuando le dan el asiento la tratan de paralítica, en lugar de ver a un hombre que la reconoce primero como mujer, luego como persona que merece recibir un trato especial, y tercero, que decide que el asiento le queda mejor a ella que a él. Por qué sí, porque la delicadeza también nos hace a los hombres mejores personas.

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