/Fue Foul: «Problemas Importantes»

Fue Foul: «Problemas Importantes»

Pensé mucho en los aciertos de Amanda, la bruja. Había pasado todo tal cual lo dijo. El problema era que no quería creer… bah, me parece que no podía aceptar pagar doscientos y pico de mangos por un dato que podía cumplirse o no, no había garantías. Y en el fondo… bueno, sí creía, en el fondo creía también.

Me rompía las pelotas tener que ir a verla. Estaba mal con eso porque, por otro lado, ella me podría explicar un poco lo que pasó allá. Estaba claramente arrepentido de la estupidez que hice jugando al misterioso y yéndome del pueblo dejando todo en manos del destino, ¡que no existe! ¡El destino es un concepto! ¡Ufff…!

Decidí “encontrármela” en alguna parte. Así que me paré disimuladamente a veinte metros de la puerta de su cueva hasta que salió. No era tan gorda a la luz del día. Era una mujer corpulenta, sin cintura, pero la imaginaba gigantesca y brutal. Pensé que saldría caminando como un pingüino, pero no. Llevó su movimiento bastante femenino con muchísima dignidad por esa vereda de baldosas marrones acanaladas. El sol dibujaba perfecta su sombra por una pared a la cal y su cartera era graciosamente chiquita en su tamaño familiar. Esperé que se alejara y, por la vereda de enfrente, la seguí. No fue fácil. Dobló en una esquina por una calle que curiosamente estaba llena de gente y tuve que acercarme más. Cada vez que paraba yo me clavaba en seco y la gente me miraba con recelo. Hasta que pude comprar un diario y fue menos escandaloso.

La vi entrar en una peluquería, en una panadería, en una casa de aritos y pulseras, en un local para mascotas, en un bar de mala muerte, en una pinturería, en la parroquia… ¿en la parroquia…? Me acerqué lo que pude y me asomé al atrio. No había nadie así que di unos pasos más y entreabrí la puerta. Miré un poco para todos lados pero no la vi. No sabía si entrar y arriesgarme a que me viera desde algún rincón de la iglesia o esperar afuera. La iglesia estaba fresquita y sin darme cuenta ya estaba tres pasos adentro. Con mucho cuidado caminé por una nave lateral y llegué hasta un altar. La imagen que veneraba tenía un cartel que decía “San Francisco de Asís, conoció a Cristo pobre y crucificado”. Miré más abajo y la vi, de rodillas. Me asusté, porque no la vi mientras me acercaba con tanta tranquilidad, y ahora estaba a unos metros de ella nomás. Paré en seco, empecé a girar lentamente y escuché “¡Tst!”. La miré. Estaba de pie y con una sonrisa. Se me acercó y acercando su cabeza a mi cuello me susurró un “Vamos”, y siguió hacia la puerta, por el pasillo fresco de colores verdosos y oscuros.

Afuera la luz y el calor me quemaron los ojos por unos segundos. Ella ya estaba caminando por la vereda, así que me apuré y la alcancé.

-Hola, Amanda.

-Hola. ¿Siempre venis a esta iglesia?

-La verdad que muy pocas veces. Me sorprendió encontrarla. ¿Usted viene seguido?

-Sí, vengo todos los días.

No es que me hablara de mal modo ni me mostrase mala voluntad, pero dijo eso y se quedó callada mirando hacia adelante, como indiferente a mí. Me puse un poco incómodo, no sabía bien qué hacer.

-¿A dónde vamos, Amanda?

Me miró.

-Marcos es tu nombre, ¿no?

“Sí”, respondí, y ella dobló en una casa que, al mirarla mejor, era un bar improvisado por algún vecino. Dos mesitas de plástico en el jardín delantero y se sentó en una. “Sentate”, me dijo y pidió una cerveza de litro con dos vasos. El calor no permitía otra bebida en aquella tarde.

-Contame, Marcos.

-Disculpe, pero ¿que le cuente qué?

-Contame –repitió con desgano, mirando los sobrecitos de azúcar.

-Bueno… este… Pasó lo que usted me dijo que iba a pasar, Amanda. Igualito.

-Ahá… pero contame para qué me andás buscando.

Duro. Muy duro. Pensé que sería más piadosa. Me sentí un imbécil.

-Bueno, usted ya sabe… -pero ella me miró sin ánimo, sin rabia, sin sorpresa, sin ganas-. Quería saber qué fue todo esto que pasó, porque la mujer que usted me dijo que besara no era la que yo imaginé.

-Y ¿por qué no viniste a mi casa en lugar de rastrearme hasta la iglesia?

Bajé mi mirada a la mesa. No pude contestar nada. ¿Cómo se le miente a una mujer que lo ve todo? Pero ella continuó en silencio. No lo quiso dejar pasar.

-No puedo pagar la consult… -volví a callarme. No podía ni siquiera decir una verdad a medias. Me sentía desnudo, desarmado. Trajeron la cerveza, nos sirvieron y enseguida tapé mi boca con el vaso y no lo bajé hasta que Amanda al fin me quitó la mirada de encima.

-Marcos, no te puedo decir nada. Si hubieras venido a verme con la plata de la consulta, tampoco hubiera podido atenderte porque no puedo decirte nada. Hay cosas que el conocerlas nos quitan alguna ansiedad, pero no modifican nuestro destino. Pero otras sí, y esas cosas están prohibidas revelarlas. Yo no sé mucho más de lo que te dije, pero tampoco puedo aclararte nada.

Volví a llenar los vasos, y volví a tapar mi boca. Me sentía vacío. No tenía nada, no entendía qué hacía ahí, qué había hecho en ese pueblo, pero ambas cosas eran una realidad.

-Perdoneme, Amanda, pero es que no puedo alcanzar a entender todo esto que pasó. No comprendo lo que hice en ese pueblo, y si bien fui a ese lugar por accidente, el beso que le di a la mujer fue por consejo suyo. Usted me dijo que lo hiciera. Y me rompe la cabeza pensar que de un acertijo indescifrable depende mi felicidad…

-¡No, Marcos! No. La felicidad depende de vos. La felicidad no es ni un acertijo, ni una elección, ni nada de eso. La felicidad antes que nada es una decisión, la de decidir ser feliz. Nada de lo que yo te diga o te deje de decir va a alterar esa decisión. La decisión siempre es tuya, en todo. Esa es nuestra libertad, el pedacito de poder que tenemos todos los seres humanos. Y tanto poder tiene la decisión en nuestra vida, que vos podrías haber besado a esa mujer, como podrías no haberlo hecho. Te cambiaba la vida, pero no tus decisiones. Tus decisiones no cambian, sino que la vida cambia frente a tus decisiones. Por eso te dije que beses a esa mujer. Porque yo vi tu decisión de ir a ese lugar, de ir al restaurante, vi tu vacío, tu soledad, pero influí en tu decisión cuando te cambié el rumbo de un camino y te coloqué en otro. Porque en la vida todos los días se nos cruzan caminos que nos pueden cambiar la vida. Y nosotros decidimos no decidir, que es una decisión. La mayoría de los días de nuestra vida decidimos no decidir. Vos no ibas a decidir nada respecto a esa mujer que se paró atrás tuyo y te dijo “bonuí”. Pero torciste el rumbo de las cosas, y decidiste tomar una decisión. Ser feliz es una decisión tuya solo o acompañado por quién sea.

-Amanda, pero si la decisión es lo que cuenta, entonces te puedo preguntar cómo se llamaba el pueblo en el que estuve.

-Sí, pero no lo sé.

-Bueno, entonces el nombre de la chica, o cómo puedo encontrarla, o el saber a dónde me lleva ese “nuevo rumbo” que usted dice que me influyó para tomar.

-Mirá, no es casualidad que haya aparecido la morochita en tu vida, ni que la moza te haya acompañado en esa relación. Ellas buscaban lo que sos vos y vos buscabas a ellas. De alguna manera la vida nos pone donde tenemos que estar. No es casualidad que hayas ido a ese pueblo ni que te haya atendido esa moza. Pero tampoco es casualidad el taxista que te llevó a alguna parte, el colectivero, el policía, el que te atendió en el negocio… Todos están ahí porque buscaban algo que tenés, insignificante o enorme, no importa. Cuando vos tomás una decisión, si es incompatible con esa gente que te rodea, entonces todo cambia, y algunos se alejan, y otros se acercan. Ahora vos tomaste una decisión. Dejá que las cosas pasen. No digo que esperes, sino que hagas lo que puedas y lo que sientas. Nada más.

-¡Pero es que quiero ir a ese pueblo!

-Bueno, ahora que empezás con problemas importantes, probablemente…

-¿Cómo?

Amanda miró la mesa. Me volvió a mirar.

-No quieras saber el futuro, Marcos. El futuro no existe, solo hay una proyección ideal consecuencia de tus decisiones. Cambiá lo que esté mal en tu vida, y esa proyección se va a modificar sola, se va a…

-¿Qué problemas importantes, Amanda?

-No, no voy a decirte nada, salvo dos cosas que ya sabés: primero, que ser feliz es una decisión que no tiene nada que ver con tu contexto. Y segundo… este…, la frase…

-¿Qué frase?

-“San Francisco de Asís, conoció a Cristo pobre y crucificado”.

(Continuará…)

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