/Hasta que la muerte nos separe

Hasta que la muerte nos separe

La convivencia debería considerarse una especie de deporte extremo. Esas actividades del ojete que no podés creer cómo hay gente que elige estar en esas situaciones tan terroríficas. Yo me considero uno de esos seres anormales.

Todo va bien, seguramente, si sos mina y estás viviendo con otra mujer. El problema aparece cuando te empernaste con un varón. Si tu pareja (marido, novio, conviviente, como quiera cada una denominarlo) es un ser peludo, que eructa, se tira pedos y ronca de una manera insufrible, creeme hermana, va a ser un momento jodido en tu vida.

Soy una fiel defensora de que cada uno debería tener su propia habitación. Hacer la cochinada en una de las dos camas y después del encuentro apasionado, cada quien a su cucha. El descanso es algo muy privado, muy personal y no es del todo sereno tener a un boludo que ruge cual dinosaurio al lado tuyo. Ni qué decir si habla dormido. Pero soy consciente de que mi proyecto de descanso perfecto es muy caro y complicado de lograr en este país más inestable que un flan recién hecho.

Me considero una mina jodidísima, soy medio vampiro y necesito que la habitación sea tan oscura como un ataúd y muy muy silenciosa. Es solo un sueño, ya lo sé. No está bueno lidiar con otra persona en la cama. De verdad, me cuesta.

Tampoco soporto entrar al baño y que haya un dejo olor a sorete igual que en la terminal Del Sol. NO ESTÁ BUENO. No cago con olor a amapolas pero por lo menos perfumo el lugar antes de abandonarlo. Cosas básicas de la vida conyugal.

Hay un momento determinado en que te terminas convirtiendo en la loca que grita y tenés que hacerle un sinfín de estate quieto al día. “¡Basta con la sal! ¡Cortala con tanta mayonesa! ¡No frites la milanesa! ¡Poné el papel higiénico si lo terminaste! ¡Abrigate para salir!”

Y ojo, hay una vasta lista de “aderezos” que le podemos sumar a este plato; “me junto con los chicos a comer en casa”, queda un tsunami de platos, suciedad, colillas y desparramo de mesas, “hoy cocino yo”, y es más lo que tenes que ordenar que el amable favor del muchacho, “me compré un juego nuevo para la play”, horas y horas de ver a un simio zombie frente a una pantalla, “mirá que buena oferta que encontré en el shopping”, cae con un televisor monstruoso o un equipo de música para hacer bailar a un casamiento, mientras la economía familiar está en ruinas, y el poder espantoso que tienen de poder dormir plácidamente luego de una discusión, mientras vos te carcomes la cabeza y lo matarías ahí dormidito al lado tuyo.

Resulta que en vez de encargarte de cagar a pedos solo a tu hijo, ahora tenés que enderezar a tu compañero también. Es insano, completamente.

Repito, sé que soy jodida, lo tengo muy en claro. Pero no hay manera de que alguien me niegue lo precioso de bancarte tus propias idioteces y las de nadie más.

No quiero sonar como una enemiga del sexo masculino, para nada. Los quiero mucho, de verdad. Pero necesito exponer mis dolencias y sentirme apoyada y escuchada. Creo que voy a armar un grupo de amor para que todas aquellas que están igual que yo, sientan que se puede… chicas, ¡sí se puede!

Igual me quejo de infumable que soy… el hombre que me tocó es buen tipo. No me pelea por qué bosta ver en Netflix por ejemplo… el domingo pasado se tragó los capítulos de la serie de Luis Miguel sin queja alguna.

La convivencia es un orto. Ese típico hijo de puta que te dice: “Ayyyy, ¡nada que verrrr! Nosotros la llevamos bárbaro”. ¡Es meeeennntiraaaa! Algo te tiene que joder, porque es la ley de la vida, mi sol.

En fin… antes de elegir la temida convivencia, PRIMERO piensen meticulosamente cada cosita. Porque después no hay marcha atrás. Vas a oler gases ajenos, ruidos y qué sé yo cuánta cosa más.

Les mando un beso compañeras, las saludo desde mi sillón aburrida y sin nada más que pensar que en cómo carajo hacer para poder dormir sin que mi amado me de un codazo en la nuca.

Escrito por Huma Rojo para la sección:

ETIQUETAS: