/Julia

Julia

Nunca fui de usar nombres en mi trabajo, más que con mis colegas, trabajo con los vestigios de lo que alguna vez fueron personas, para ser más claro, trabajo en la morgue de un conocido hospital. Cada uno de ellos posee nombre y apellido, aún que más de una vez ni nombre tienen, la policía corrobora los datos y los médicos fecha de disfunción, todo ello escrito en una papel, adjunto al dedo pulgar de un pie, o para evitar extravíos, pegado al pecho, pero personalmente, no los llamo por su nombre, de alguna manera, ya no son.

Es muy normal, para mis colegas y para mi, estar rodeados de cuerpos sin vida, pero nunca me voy a olvidar de aquella noche en la que llegaron con alguien que me iba a cambiar por completo.

Jueves, 21:30, Octavio estaba conmigo durante ese turno, en la puerta nos esperaba Julio, el camillero. Los tres colocamos, por lo que percibimos, una mujer sobre uno de los mesones y proseguimos a nuestras tareas. Octavio se encargó de firmar los formularios y archivarlos y yo me quedé con el cuerpo.

Busqué mis guantes y al descubrirla, me encontré con algo que jamás había visto anteriormente en mis años de labor: Una joven blanca como la nieve, con la piel más reluciente que había visto. De su cabeza brotaban unos largos cabellos ondulados rojos como el fuego. Sus cejas eran del mismo tono, contorneado sus párpados, desprendían unas largas pestañas casi imperceptibles. Su rostro angelical no poseía marcas, su pequeña nariz parecía haber sido tallada por un artista, tenía algunas pecas en sus mejillas y sus labios eran gruesos y marcados, coloreados con un suave tono azul.

No pude continuar, me detuve, por un instante pude percibir que aquella joven se reincorporaría y me pediría que no la viera desnuda. Hasta podría decir que sentí pudor, vergüenza por verla sin ropa, por descubrir bajo la sabana sus pechos, su abdomen. Por primera vez después de tantos años haciendo esto no me animé.

Mire a mi alrededor, Octavio no estaba, no lo había oído irse. Me dispuse a seguir con mi trabajo, respiré profundo, pero no podía, solo podía contemplarla. Su piel emitía una luz propia, como si fuera un ángel. Me quedé atónito, parecía una muñeca de porcelana, por momentos mi cabeza me jugó una mala pasada y más de una vez tuve que mirar su abdomen por encima de la sábana para corroborar si se movía en señal de vida.

Me acerqué a ella y la estudié con detenimiento. Observé en sus manos blancas con la espuma dos tatuajes: Un corazón y un velero cada uno en diferentes dedos, parecían recién tatuados, muy marcados sobre la piel tersa. Sentí una curiosidad indescriptible, quería saber más de ella. Caminé hacia donde apuntaban sus pies para leer su nombre. “Qué triste” pensé, “Podría preguntárselo y sin embargo tengo que leerlo de este papel en su pulgar” La destapé con cuidado y en tinta negra leí:

Nombre y Apellido: Julia Alonso

Fecha de nacimiento: 18 de marzo de 1992.

Fecha de defunción: 2 de febrero de 2016

“Julia, ¿Qué te pasó?” me encontré preguntándome cosas que ya no tenían importancia, que nunca debieron importarme. En ese mismo instante entró Octavio y se me quedó mirando extrañado, el cuerpo seguía tapado aún con la sábana. Jamás hacemos eso, la privacidad de los pacientes se la conserva en vida, después de la muerte, dejan de tenerla.

-¿Por qué no la has llevado a la cámara?

No tenía excusa, no podía emitir palabra. Octavio me miraba sin quitarme la vista, trabajábamos juntos hacía ya 9 años en el mismo servicio y nunca antes me había visto actuar así.

El silencio ensordecedor que invadía la habitación a penas unos eternos segundos atrás, se vió interrumpido por algunos golpes en la puerta, agradecí a Dios por ello, me acerqué y al abrir ví a una mujer con el rostro enrojecidos a causa de la sal de sus lágrimas. Apenas se oyó su voz que se entrecortó al ver a Julia sobre el mesón.

-¿Puedo verla? Por favor

Miré a Octavio hasta que me dió el sí para que pasara. La mujer cayó sobre el cuerpo de lo que hacía poco había sido su hija.

-¿Por qué Julia? ¿Porque te hiciste esto? –La mujer lloraba desconsolada.

-¿Qué le paso? –Pregunté sin ningún escrúpulo, pero la mujer seguía llorando desconsolada.

-Señora, lamento lo de su hija –Octavio la tomó por las manos con compasión– pero no puede estar acá, cuando se terminen de hacer los trámites correspondientes se la va a poder llevar con usted –la miró con tristeza y la acompaño hacia la salida.

Volví hacia Julia y en mi cabeza me preguntaba: ¿Qué quiso decir su madre con el “¿Por qué te hiciste esto?”? En ese momento Octavio se sentó en una de las banquetas y me contó que la chica se había suicidado aparentemente con somníferos, sus papas se habían ido por el día a la montaña mientras la hija se quedaba estudiando, cuando llegaron la encontraron tirada en la cama, ya sin vida. Octavio hizo una pausa, se levantó y dejó la habitación.

Mis ojos seguían en ella. La toqué y estaba helada como el resto de los que llegan a este lugar. Toqué su rostro y de pronto me llene de dudas y de una profunda pena. ¿Qué lleva a una persona a quitarse la vida? ¿Qué llevo a esta jovencita a hacerlo? Tan esplendida en la muerte, ¿Qué habrá sido en vida? ¿Cómo habrá sido su voz, su sonrisa, el calor de cuerpo?

En el tiempo que llevo en este lugar, jamás sufrí por los muertos, más bien por su familia, el dolor en sus rostros, la desazón, son indescriptibles, pero con Julia, con ella fue distinto, ella tenía aún más vida que nadie y sin embargo su corazón ya no latía. Esa luz que emitía se rehusaba a dejar su piel, su cuerpo, pero ya era demasiado tarde. Pronto llegarían los médicos forenses y se llevarían de ella su máxima pureza, para dejarla cosida como a un saco de papas.

Julia se marchó en la mañana y me dejó el peor de los gustos amargos. Con ella aprendí una lección a tiempo: no importa ya no ser, si el cuerpo mismo habla, no importa que tan inmóvil y mudo pueda uno estar, en eso que ya no es, hubo más de lo que nos podemos imaginar y por ello, merecen más, mucho más que ser un simple número en un hospital.

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