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La casa maldita de Bermejo

Vivía en Bermejo, en la calle Limón, en una casa que recibí como herencia por parte de mis abuelos. Era una casa vieja y oscura, pero era mi hogar y el único que en ese momento podía tener y mantener. Siempre tuve miedo en este lugar, tanto de las historias que se comentaban sobre la casa, como de la forma que murieron mis abuelos.

Mi abuelo era camionero y falleció arriba de su camión, viniendo de Tupungato. Lo encontraron en la banquina, morado, con el motor encendido, tieso frente al volante, con los ojos abiertos de par en par y una mueca de dolor y espanto que desencajaban su mandíbula. Murió de noche. Los forenses dijeron que fue un ataque masivo al corazón, mi abuela habló de apariciones demoníacas… típico de las viejas. Ella no solamente jamás lo superó, sino que murió sumida en una locura total creyendo ver a su marido por todas partes.

A partir de la muerte de mis abuelos, los vecinos comenzaron a ver cosas, gente, ruidos, luces. Típicas reacciones de la gente de pueblo. Hasta que llegué yo a habitar la solitaria casa. Varios años después. Era una casa grande, alta, fría y vieja. Sus maderas y chapas de dilataban con el calor y contraían con el frío, así que estaba acostumbrado a sentir ruidos en forma permanente. Siempre fui escéptico de las habladurías en general, aunque desde un principio me pasó de percibir una presencia extraña en casa, algo que me acechaba entre las sombras, algo que me miraba por las noches. Pero creía que era algo normal de la soledad de mi hogar.

Mi escepticismo comenzó a diluirse luego de un estudio médico. Sufro apnea del sueño. Para quienes no sepan que es, la apnea es una especie de trastorno respiratorio que se produce durante el sueño y lleva a suspender la respiración, por segundos e incluso minutos. Tuve que hacerme un estudio para evaluar el nivel de mi caso. El médico me dio un aparato que me tuve que conectar tres noches y, en función de mi ritmo respiratorio normal, marcaba cuando se descontrolaba mi respiración, veces, frecuencia y tiempo sin respirar. De ahí surgió mi nivel de apnea. Por suerte era bajo, pero este no era el punto, sino que lo tenebroso fue lo que se escuchaba entre los resultados del medidor. Los tres días que utilicé el aparato, exactamente a la misma hora, cuatro y diecisiete de la mañana, se escuchaba la respiración de otra persona, una respiración agitada, entrecortada, ronca, gutural. Como un lamento, o el intento de hablar, de decir algo. Era imperceptible para el oído humano, ya que luego del estudio pasé varias noches en vela, pero perfectamente oíble en el medidor de apnea. No pude quedarme el aparato más días para intentar descifrar lo que se escucha, solo pude averiguar que, ni bien no se sabe la hora exacta del fallecimiento de mi abuelo, calculan que fue entre las cuatro y las cinco de la mañana…

A partir de ese día empezaron a pasar cosas extrañas. Estaba convencido que algo había en mi casa, comencé a escuchar ruidos, como lamentos, cosas que se caían, puertas que se cerraban o ventanas que se abrían, veía oscuridades y movimientos fugaces entre las cortinas y las habitaciones oscuras. Por alguna extraña razón cada vez que me paraba frente a un espejo no me podía concentrar y sentía que había algo detrás mío, por eso casi que no podía enfrentarme a mi reflejo sin temblar.

Un día invité a unos amigos a cenar. En el medio de la noche uno de ellos me pidió ir al baño, debía atravesar toda la casa ya que estaba en el fondo. Al cabo de unos minutos apareció corriendo en la cocina, sin prenderse el aún el cinturón del pantalón, con una mueca de miedo y risa nerviosa… “chabón, ¿que mierda pasa en esta casa?”. Nos dijo que vió a alguien en el espejo del baño, como una sombra, se asustó e intentó salir, pero la puerta no se abrió de un tirón, volvió a intentar y lo logró, salió disparando del baño mientras sentía que algo lo seguía detrás, por todo el patio. Esa noche intenté disipar los miedos, salimos a bailar e hice todo lo posible por llegar al amanecer a mi casa. La luz del día aplacaba un poco el miedo.

La gota que rebalsó el vaso de mi silencio sucedió una madrugada. Estaba entredormido cuando de pronto sentí que alguien se sentaba en los pies de mi cama. Tiré de la colcha hacia mí, pensando que era solo mi imaginación y una fuerza increíble me destapó por completo, haciendo volar la colcha por los aires. Encendí la luz, parándome de un salto y no vi nada, en ese instante explotó la bombilla de luz, sentí un grito de hombre, bestial y corrí hacia la perilla de la luz de la pieza. Al encenderla me quedé atónito con lo que ví… la pieza estaba como si hubiese pasado un huracán por ella. Mi colchón torcido sobre la cama, la colcha y las sábanas desparramadas por doquier… en un instante todo estaba patas arriba. No volví a pegar un ojo en toda la noche.

A primera hora de la mañana me dirigí a la iglesia Nuestra Señora del Rosario, de Bermejo, a buscar ayuda. El Padre Esteban no estaba, pero mi desesperación llegó a oídos de un ayudante, se llamaba Mario. Le pedí que viniera a bendecir mi casa, que algo raro pasaba. Decidió acompañarme, tomó un incensario, incienso, una cruz, agua bendita y la Biblia.

Legamos a mi casa, bajamos del auto e intentamos entrar… la puerta estaba trabada. La llave giraba pero no se podía abrir, el portón eran dos hojas de lata unidas con una cadena y un candado. Tampoco pude abrir el candado, pero mi desesperación era tal que empujé con fuerza ambas hojas hasta dejar un hueco por donde pudimos entrar. El muchacho me miraba desorientado. Caminamos por el garage hacia la entrada trasera de la casa, entonces sentí un grito y vi cómo Mario tiraba al piso las cosas que traía y se sacaba desesperado la camisa. El agua bendita que traía había comenzado a hervir, de la nada y se estaba escapando del recipiente, se le había volcado parte en la camisa, quemando su piel al rojo vivo. Todo lo que traía cayó al piso y fue salpicado por el agua hirviendo… y como si en vez de agua fuese alguna especie de combustible, la Biblia empezó a arder… ahí… frente a nosotros. Mario me miró y me dijo seriamente “llevame a la Iglesia, acá tiene que venir el Padre Esteban”.

La llamada fue urgente. Al medio día volvimos a mi casa con el Padre Esteban y Mario. Esta vez la puerta abrió. Apenas atravesamos el pórtico la cara del Padre se desencajó, fue invadida por una especie de dolor, como si tuviese diez años más. “Acá hay algo muy fuerte… muy malo” dijo balbuceando agitado al tiempo que un mareo parecía estar a punto de voltearlo. Tuvimos que agarrarlo con Mario porque sino se caía al piso. Estaba tieso y exhausto, como si hubiese salido a correr y aún no hacía nada. Respiraba agitado… miró a Mario y dijo “pareciera que quiere hacerme dormir… estoy casi seguro que es Lilith”. Yo estaba desconcertado, no entendía nada. Mario me miró y me dijo “puede que esta casa este poseída por un demonio… Lilith. Es un demonio femenino que actúa cuando los hombres duermen”. Nuevamente el Padre se desvaneció, lo sostuvimos y se mantuvo en pié. Tomó la cruz con una mano y la levantó al cielo, con la otra mano comenzó a rociar todo con agua bendita, mientras decía una especie de oración en latín. Mario me corrió hacia un costado e hizo lo mismo, solo que esparcía incienso. De a poco fueron recorriendo toda la casa, hasta que llegaron al pasillo que iba hacia los dormitorios. Una punzada contrajo el estómago de Mario, que calló de rodillas. Yo me abalancé sobre él para socorrerlo. Estaba con los ojos blancos, como en trance, su cara era de espanto y dolor. El Padre Esteban, sin bajar la cruz y rezar me miró y me dijo “sacalo ya de la casa”.

Lo llevé hasta la vereda y lo dejé jadeando sentado contra un árbol, entonces de adentro se escuchó un chillido espantoso, como de mujer, seguido de una explosión y el grito feroz del padre Esteban… no puedo explicar con palabras lo que sucedió, pero el padre salió despedido desde mi casa hacia la calle como si diez hombres lo hubiesen empujado a la vez. Trastabilló y terminó golpeándose contra el auto y cayendo de bruces al cordón de la acequia. Corrí hacia él. Estaba empapado, como si acabase de salir vestido de una pileta, sus ropas estaban pesadas de tanta agua. Afiebrado me balbuceó “jamás… jamás vi algo parecido… tenemos que buscar ayuda”. Junté la puerta y volvimos hacia la iglesia. Juro que adentro pude ver mesas y sillas levitando. Un terror inexplicable recorría mi cuerpo.

Llegamos a la iglesia, fuimos a una habitación solitaria y luego de tomar agua y descansar el Padre Esteban me dijo que iba a tener que pedir ayuda, que este trabajo era muy difícil y que solo no podía hacerlo. Que iba a acelerar el proceso todo lo posible, pero que iba a tardar algunos días en conseguir ayuda. Me ofreció que me quede ahí, pero preferí irme a la casa de uno de mis amigos.

Decidí contarle toda la historia a Flavio, mi mejor amigo, pidiéndole reserva absoluta y alojamiento. Asustado me dijo que si… él había estado aquella noche en el asado cuando todos nos fuimos con miedo secreto. La madre nos estaba escuchando y nos comentó sobre una historia parecida que le había sucedido a una amiga de ella hacía unos años y que la había podido solucionar gracias a una señora que vivía en Godoy Cruz que era una especie de médium. Le pedí que la tratásemos de encontrar. Llamó a su amiga, quién le dio una dirección incierta y partimos con Flavio en busca de la mujer.

Luego de varias vueltas, algunas preguntas a vecinos y un par de timbrazos equivocados, llegamos a la señora. Se llamaba Norma y, luego de hacernos varias preguntas sobre nosotros, escuchar el caso con lujo de detalles, nos comentó que si, que ella era a quién buscábamos, que era médium y que quizás nos podía ayudar. Organizamos un día, teníamos que estar a las 2:30 de la madrugada en mi casa porque a las 3 comenzaban a manifestarse los espíritus malignos.

Dos noches después estábamos Norma, Flavio y yo en mi casa… de madrugada. Nos sentamos al rededor de la mesa principal. Norma me pidió que corte la luz y puso tres velas, encendió un incienso de olor desagradable, puso un recipiente en el medio y sacó de su bolsillo un ave muerta. Con Flavio nos sorprendimos, no supimos en qué momento mató a ese pájaro. Lo apretó sobre el recipiente como un trapo, expulsó la sangre y lo arrojo desplumado dentro. Se untó las manos, nos pidió que hicésemos lo mismo, cosa que fue un asco y luego nos hizo poner las manos sobre la mase con las palmas ensangrentadas hacia arriba. Los nervios de Flavio dibujaban una sonrisa en su rostro. Yo no podía dejar de mover mis pies del miedo.

La médium comenzó a recitar una especie de oración entre dientes, luego aumentó el volumen, nos pidió que no cerrásemos las palmas, ambos comenzamos a sentir calor, como que la sangre se calentaba. El recipiente del medio comenzó a burbujear, como a hervir, el pájaro muerto manaba un olor tan desagradable como el incienso. Las manos nos ardían, Norma seguía recitando algo, entonces se sacudió hacia atrás con violencia. Voló su silla y quedó parada frente a nosotros, arqueada hacia atrás por completo, movimiento que a su edad era prácticamente imposible. Flavio no resistió la imagen y salio corriendo hacia la calle. La puerta estaba trabada, de desesperó e intentó salir por el patio… yo solo lo escuchaba correr detrás de mí, las ventanas también estaban trabadas, lo vi tirarse al piso boca abajo, taparse la cara con las manos, ensangrentando su rostro, mezclándolo con lágrimas de miedo y pidiendo que nos fuésemos a gritos. Yo estaba tieso, desbordado por el horror, pero no me podía ir también. Norma levitó del piso… ambos lo vimos. Flavio se tapó la cara y quedó llorando boca abajo… yo no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. De pronto las bombillas de luz se encendieron tenues, lúgubres, intermitentes. Yo había cortado la luz de la casa. El pájaro inmundo comenzó a hervir en su propia sangre, al tiempo que parecía que cobraba vida y se movía en ese recipiente asqueroso. De pronto se sintió un estallido, todas las bombillas explotaron, al tiempo que Norma quedó parada, aún en trance. Flavio gritaba, yo seguía tieso. Sin dejar de mirar hacia arriba, con los ojos inyectados me dijo… “tu abuelo… tu abuelo hizo algo mal, un mal… muy malo…” entonces cayó sobre la mesa, las velas se apagaron y todo quedó en un espantoso silencio donde únicamente se escuchaban los sollozos de mi amigo.

Rápidamente encendí las velas, las palmas me ardían. Ayudé a sentar a Norma, que estaba exhausta, empapada… igual que el Padre Esteban.

Se escuchó un portazo en el fondo de la casa, todo comenzó a retumbar y a vibrar. De mi pieza empezaron a volar por el pasillo todo tipo de objetos, lámparas, libros, ropa. Sentimos cómo estallaban vidrios. Norma me miró aterrada, ver miedo en la cara de esa mujer era lo último que me faltaba… “¡vámonos de acá!” alcanzó a decirme mientras se paraba como podía. Flavio la escuchó y se desesperó aún más, fuimos los tres hacia la puerta, estaba cerrada. Toda la casa rugía, parecía como que un terremoto estaba atacando. Voló una silla a centímetros de mi cabeza y pegó contra una ventana que daba al patio, reventando vidrios y marco. Flavio saltó hacia el patio y me ayudó a recibir a Norma, cuando estaba por salir no pude evitar mirar hacia atrás… algo venía desde mi habitación, una especie de sombra negra y roja, que entre flashes eléctricos y objetos que volaban pude ver. Empujamos con violencia el portón y pudimos salir por debajo del candando. Desde afuera se escuchaban los ruidos, unos gritos terribles y se veían luces. Subimos al auto y salimos desesperados del lugar.

En el camino Norma me contó… “Tu abuelo ha hecho algo malo, algo muy malo y hasta que no salga a la luz qué es, jamás se va a ir de tu casa ese espíritu”. Le comenté sobre Lilith, el demonio que me había comentado el Padre Esteban, pero Norma me dijo que esto era mucho peor que un demonio, que ningún exorcismo iba a calmarlo, sino que había que encontrar el motivo de su furia.

Esa noche me quedé en casa de Flavio, que estaba muy mal, mucho peor que yo. Durante varias noches no pude dormir y ahí mismo decidí jamás regresar.

Nunca más volví a esa casa. Ni siquiera a buscar mis cosas. Tampoco quise recavar en el pasado de mi abuelo, no tenía cómo y la muerte los había acompañado hasta el final… no quería terminar igual. No sé que pudo hacer mi abuelo, pero mi abuela sufrió las consecuencias de ello. Ahora se que no estaba loca. Es tal el terror que viví que no me animo siquiera a volver a entrar. Yo pude rehacer mi vida, nunca más padecí ningún suceso extraño, temo algún día tener que volver, porque en esa casa… en esa casa hay algo espantoso. Y espero que algún día se descubra.

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