/Yo era la mamá perfecta

Yo era la mamá perfecta

Desde chica ya tenía todo pensado para el día en que me convirtiera en mamá. ¡Había planeado absolutamente todo! En mi casa existirían rutinas para los niños, las horas de comer se respetarían a raja tablas, se dormirían siestas de no mas de media hora por día, los juguetes estarían siempre en su lugar, los pisos brillarían todo el tiempo, yo siempre estaría arreglada y maquillada para cuando mi esposo llegara del trabajo y tal vez hasta tendría tiempo de hacer ejercicio regularmente. Mis pequeños sólo comerían alimentos sanos para sus cuerpitos y no tomarían gaseosas ni comerían caramelos o chocolates sino hasta que fueran grandes.

Yo era la mamá perfecta… hasta que me convertí en madre. Fue entonces que descubrí varias cosas en mi vida.

Descubrí que no siempre podría tener la comida a tiempo y muchas veces me vi frustrada por eso.

Comprendí que no importa cuántas veces en el día tenga que levantar juguetes si eso me permite ver a mi hijo jugando feliz e inventando mil historias que me asombran cada vez.

Entendí que los pisos no son tan importantes, a veces es más importante que brille el corazón. Que el tiempo que paso con mis niños vuela y se guarda directo en el alma y los pisos pueden brillar toda la noche cuando los limpio mientras mi familia duerme y prepararse para un nuevo día de corridas y tierra.

Me tocó comprender que no siempre tendría tiempo de arreglarme y maquillarme, que habría días en los que me sentiría tan cansada que sólo querría dormir durante veinte horas seguidas, que no siempre estaría de buen humor y a veces hasta lloraría sin razón. Que tendría que acostumbrarme a ver esa imagen cansada y ojerosa que me devolvía el espejo y que con el tiempo aprendería a apreciar cada marca que apareciera en mi rostro como una nueva señal de experiencia adquirida.

Muchas veces miré por esa ventana del alma que son los espejos buscando algún dejo de la jovencita que fui; sin reconocer a esa mujer que me miraba tristemente desde el otro lado… y me abracé a mi misma. Algunas veces necesitamos ese abrazo sanador de nosotros hacia nuestra propia persona. Me abracé fuerte y me dije despacio: -¡vamos! ¡Vamos que lo estás haciendo bien! ¡Vamos que sos fuerte corazón! Y me arreglé y me maquillé, pero esta vez para mi misma. Fue entonces que entendí que lo que nos hace bellas no es solo el maquillaje, es esa fuerza que nace de adentro y nos transforma en las guerreras que somos.

Comprendí que por ahora no tengo tanto tiempo para dedicarme a mi misma; que la mayoría del tiempo se lo llevan mis hijos, pero que yo seré madre toda la vida y ellos serán niños sólo por un corto tiempo… cuando menos lo espere se habrán convertido en jovencitos y ya no podré volver el tiempo atrás para sentarme como indiecito a jugar con ellos en el piso, ver una película de dibujitos o cantar mil veces “cabeza, cara, hombros y pies”.

Descubrí que la niñez es la mejor etapa, donde se encuentra magia y emoción hasta al recibir un caramelo y que verlos reír y correr felices por haber recibido un simple mimo no tiene precio.

Entendí que no soy perfecta y nunca lo seré. ¡Que tengo un millón de errores por corregir! Pero tengo dos pequeños que me aman y en su dulce inocencia piensan que soy perfecta y me lo hacen sentir todos los días. Recuerdo haber llorado la primera vez que mi hijo corrió a mis brazos y me dijo: – gracias por la comida mamá, estaba muy rica-. Y en el apuro diario yo simplemente había preparado un bife a la plancha con ensalada de tomates.

Yo era la mamá perfecta hasta que me convertí en madre… y de todas las cosas que aprendí, la más importante es esta: todo lo demás puede esperar; pero la niñez no. La niñez se va, se aleja rápido y no vuelve jamás. Ya habrá tiempo para que todo esté en su lugar y los pisos brillen cuando esta casa se encuentre en silencio y sin el bullicio de niños correteando y jugando por todos lados; cuando la adolescencia se lleve la magia de la niñez, de las risas fuertes y los amigos imaginarios… hasta entonces, el que venga deberá comprender que mi casa no está desordenada, es un lugar lleno de infancia, de risas, de magia y de niños.

ETIQUETAS: