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La misteriosa chica de rojo del carril Sarmiento

En el Carril Sarmiento esquina Alem de Godoy Cruz, existe o existía una vieja casona. De esas casonas que funcionaban como los cascos de las estancias. Con la diferencia que ésta en particular pertenecía a una finca de viñedos.

En los primeros años de Mendoza casi toda la zona del Distrito Las Tortugas, eran viñedos. Hoy por hoy, en el lugar mencionado, hay fábricas (Atanor) supermercados (VEA) Estaciones de Servicios (YPF) y un barrio grande (De Cavial).

Al punto voy. En esa casona, casi siempre abandonada, un primo mío, decidió que era un buen lugar para poner un pub. Algo piola, linda música, buena comida y mejores tragos. Se las arregló para dar con el fideicomiso o los albaceas de esa propiedad y lo alquiló, así como estaba. Mugre por doquier, sobre todo tierra. Nos las arreglamos para dejarlo en condiciones, re instalar el servicio eléctrico, el gas, el agua y el pub, fue tomando forma. Mesitas en distintos ambientes, buena iluminación, una barra bien ubicada. Todo el conjunto, daba un muy buen ambiente de intimidad.

La noche de la inauguración, sábado 22.30 horas. Me arreglaba la corbata frente al espejo (había que poner onda seria) y pensaba lo jodido que es trabajar de seguridad con este adminículo de la moda… “te la agarran y te ahorcan”… pensaba para mis adentros… para colmo esa corbata me la había regalado una ex novia. – ¡Me cagaría! Justo hoy me tengo que acordar de esta maldita… – ¡Corbata del orto! ¿Y vos que miràs? Cagó el gato que de pedo pasaba por ahí. Agarro las llaves de la moto, apago las luces del departamento y arranco para el pub.

Agarro Cervantes en dirección sur, paso por el cementerio, la coca y llego al puente Olive, doblo hacia el este por el carril Sarmiento… y aquí debo hacer un par de aclaraciones. En esos años, no había una puta luz en el carril Sarmiento, apenas si un puto foco (si un foco) en cada esquina, cubierto por esas pantallas metálicas verdes. De pedo si pasabala TACcada hora, y la inexistencia de barrios y casas en la zona hacía que el tráfico fuese casi nulo. Hecha la aclaración, sigo con el relato. Tomo el carril Sarmiento en dirección este y habiendo recorrido unos300 metrosveo a una chica caminando por la banquina del carril (tampoco había veredas ya que no había urbanización) la flaca caminaba entre las piedras a los trompicones. Vestido color rojo opaco y zapatos altos… ¡Puta madre! Si hubiese venido en el auto… me lamenté. Pasé por su lado, la miré mejor y por el espejo retrovisor me quedé cagándome en mi maldita suerte.

Como toda noche de inauguración, exageramos con la cantidad de patovicas. Cinco… al pedo… pero bueno, más vale prevenir que curar. Damos una vuelta por los alrededores de la propiedad como para ver el “terreno de juego” un par de casitas humildes a la distancia, otra casita que era la del sereno, alambrados y una pared de importantes dimensiones (es la parte de atrás de una de las primeras canchas de paddle de Mendoza) perros cimarrones por todos lados y sobre todo, oscuridad. Volvemos al frente del chalet, y nos ubicamos para comenzar con nuestra labor. En la puerta de entrada, nos quedamos el Sordo y yo. Y dentro del recinto en la barra se ubica el “chingolo”, cerca del baño el “Mexicano” y rotando el perímetro mi amigo y compañero de farras “Pailón”.

Los clientes comenzaron a llegar. Se desparramaban por el jardín copas en mano, charlando y escuchando música de jazz que provenía del pequeño escenario que se había montado a tal fin.  Mientras los mozos “bandejeaban” canapés y copas de degustación.

No sé porqué, pero tuve ganas de irme. Un grupo de personas conversaba cerca de nosotros y podía oír lo que decían, de pronto miro y veo a la chica de rojo. Ella, mientras miraba al cielo, decía… – Algunas de esas estrellas en realidad ya no existen, solo nos está llegando su resplandor. Todos miramos (me incluyo) al cielo. La luna resplandecía en su cuarto menguante y la joven prosiguió. – ¿Es raro no? – ¿Qué es raro? Preguntó una mujer con tono de fastidio… no sé si ese tono se debía a la conversación a al vino que no estaba muy bueno que digamos. – Ver la luz de algo que no existe. Se quedaron callados un instante, todos pensativos. Después, un tipo que yo conocía de algún que otro boliche, dirigiéndose a mi me dijo – Linda Corbata… -¡Si te gusta, te la regalo!

En el escenario la banda de jazz se completaba con una cantante… flaca y demacrada, pero con una voz genial. Cantaba una canción que se llama “Banshee” una vieja canción jazzeada que más o menos dice así…

Between sobs and sighs of someone dragging wounded on the ground in pain,
a good soul in love
a lost soul excited,
looking around, found nothing,
and look what he left.

Escuchar la canción medio como que me bajoneó… decidí cambiar de aire y cambié puestos con el “Pailón”. Me quedo en el perímetro, caminando lentamente… tomo el camino más alejado del Chalet y pasando por entre algunos olivos, retorno al pasto del jardín. Ahí cerca de un viejo aljibe, veo a la “chica de rojo” sola, mirando las estrellas con dos copas de vino en la mano…. “estará esperando a alguien”, me dije. Mientras me acercaba, ella gira un poco su cabeza, me mira y me dice…

-Te esperaba.

– Ha bueno, gracias… ¿y a que debo tal honor?

– Tomá.  Pasándome la copa de vino tinto.

-Nada en particular, quería hablar con vos.

¡Y me cago en la suerte! Yo trabajando y esta flaca quiere hablar conmigo… ¡má si! total, el dueño es mi primo… que se pudra todo (mis pensamientos retumbaban en mi cabezota)

-¿Te molesta acompañarme a tomar esta copa de vino?

-No para nada, es un gusto. Me disculpo si he sido descortés, pero estoy trabajando.

-Y… ¿cómo es que has llegado hasta acá?  A este pub digo…

-Vivo cerca. Fue la lacónica respuesta.

-¿Pero has venido sola? Yo conozco a uno de los que charlaba con vos en el jardín delantero.

-Si, he venido sola… a esa gente la conocí ahí mismo. (¡Ajá! ¡El tono de fastidio de su interlocutora, era que ésta le estaba escupiendo el asado!) tremenda deducción Watson.

-Quiero irme a casa… dijo así de sopetón…

-Pero si no has terminado tu copa… dije como queriendo prolongar una charla que nunca llegó a ser.

Ella tenía la vista fija en el horizonte, pero sus ojos redondos, oscuros y profundos, parecían estar viendo “otra cosa” o quizás estaba soñando…

-Decime por lo menos… ¿Cómo te llamás?

La flaca arrugó la frente como haciendo memoria, y después de un silencio me dijo María… María Inés…

De pronto se dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección al fondo del jardín.

-Yo solo tengo la suerte de encontrarme a todos los “fumados” de Mendoza… Es la historia de mi vida…

La vi alejarse y decidí volver a la puerta del local. Obviamente, le comento a mis compañeros lo sucedido y después de que se me cagaron de risa un rato, El “Sordo” me dice… – En una de esas vive ahí. Señalando la casita del sereno… – Y si, si no, no tiene sentido que fuera para ese lado… intervino el “Pailón”… – ¡Andá a ver boludo! Casi al unísono…. – ¿¿¿Cómo se les ocurre que voy a ir a golpear una puerta a las 3 de la mañana solo para ver si ahí está una mina que dice que se llama María Inés???

-¿Y qué mejor muestra de que estamos preocupados por la seguridad?

-Tienen razón malditos idiotas, ya vengo.

Me dirigí a la casita del sereno y sorteando perros negros y macetas mal ubicadas, golpeé la puerta.

Al fin se oyó un ruido de pasos cansinos… -¿Quién es? – Soy el encargado de la seguridad del boliche Señor. Disculpe la molestia.

Una llave giró en la cerradura y la puerta se abrió a medias. Detrás apareció el rostro de un hombre. Su expresión era gris, triste y cansada.

-Disculpe señor pero ¿aquí vive una señorita que dice llamarse María Inés?

-Ella ya no vive aquí.

-¿Pero usted la conoce?

– Yo la conocí. Era mi hija. Murió hace un año. Un colectivo dela TACla tropelló cuando ella caminaba por la banquina del carril… -desde entonces, continuó el hombre, un sábado al mes ocurre lo mismo. Usted no es el primero.

-¡Pero si este lugar recién ha inaugurado hoy! Protesté

-Si, las demás veces, algún automovilista la acercaba hasta acá…

-Pero ¿cómo?

-Vuelva a su casa. Me interrumpió el hombre gris. Hágame caso, olvídese. Y ahora, mis disculpas… buenas noches… y cerró la puerta tras de sí.

Estuve a punto de llamar otra vez, pero no me dio la sangre. Volví con mis compañeros sin saber que decirles al respecto… obvio que nunca lo hice. Simplemente les dije que si, que ella vivía ahí. Y que a partir del próximo sábado, íbamos a trabajar en otro lugar. Mi primo es un miserable y nos paga poco.    

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