/La oscura fiesta de los condenados

La oscura fiesta de los condenados

Febrero nos sorprendió a Iván y a mí sin un cobre, siempre procurábamos planificar nuestras vacaciones con meses de antelación, pero ese año se nos vino encima y tuvimos que improvisar. San Luís, Córdoba, San Rafael parecían muy distantes, teniendo en cuenta nuestro ajustado presupuesto, por lo que decidimos volver a un viejo conocido, el Manzano Histórico. Este pequeño pedazo de paraíso parecía el mejor destino, no era la primera vez que íbamos, incluso siendo niño mi padre me llevaba cada 2 por 3; y siempre repetía “No importa cuánto conozcas, llegas acá y te volves a enamorar”

Y es cierto, porque ya en el camino de Vistaflores al Manzano vinieron a mi mente mil recuerdos, el aroma de las hierbas, esa brisa fresca que te saca del agobiante verano mendocino, son imposibles de olvidar.

Una vez montado el campamento, llenos nuestros estómagos y viendo que el día seria corto, decidimos salir a dar una vuelta por camino conocido, cargamos algún refrigerio en la mochila y nos fuimos bordeando el arroyo las pircas.

Habiendo recorrido algunos kilómetros desde el campamento, e inmersos en la majestuosidad del paisaje nos encontramos con algo que llamo nuestra atención, en medio de la nada, sobre una loma, lejos del camino se erguía el esqueleto de un camión antiguo. No había mucho más para hacer, porque la noche se nos venía encima, por lo que decidimos acercarnos al cacharro para hacer nuestra última parada.

Cuando nos acercamos lo suficiente, lo que nos había llamado la atención nos termino sorprendiendo. No se trataba solo de un montón de chatarra, por lo menos no como la que uno esperaría encontrar en medio del campo. Un antiguo camión marca Desoto, obviamente los años habían surtido efecto sobre el vehículo, la pintura casi no existía, se distinguía un verde muy desvanecido, casi completamente cubierto por el oxido, bajo el capot estaba un motor voluminoso,  comido por la herrumbre, pero con todas sus partes, la cabina con sus asientos de cuerina, todos desvencijados, el tablero quemado por el sol. Lo que más nos llamó la atención fue la cúpula, con piso de madera y asiento destruidos. Los años habían hecho mella en el vehículo, pero estaba entero, no faltaba nada, parecía haber sido estacionado y olvidado por su dueño hacia ya décadas.

Después de inspeccionar el bus, armamos una fogata y pusimos a calentar agua para los mates, no quedaba más que unas 2 horas de sol por lo que solo pensamos quedarnos unos minutos. No habían pasado ni 10 minutos de que llegamos, cuando sentimos a lo lejos dos voces risueñas, que cada vez se acercaban mas a nosotros y como de la nada pasaron frente a nosotros dos chicas ataviadas a la antigua, con polleras largas y trenzas de cabellos rubios que llegaban hasta sus caderas.

De inmediato se perdieron de nuestra vista y se adentraron hasta la maraña de rosa mosqueta que bordeaba el arroyo, se hizo el silencio y un grito desgarrador rompió la calma.

– ¡Ayudaaaaaaa!

Corrí lo más rápido que pude hasta encontrarme con la orilla del cauce, pero no hallaba donde bajar a la orilla, el espeso matorral de rosa mosqueta hacía imposible abrirme paso, hasta que encontré un hueco por donde meterme en cuclillas, dentro de la maraña de espinas pude ver como una de las jóvenes era arrastrada por la corriente y la otra desesperada intentaba sujetarla. En medio de mi desesperación intente salir lo más rápido que pude, pero las espinas habían capturado mi pierna, tironeaba fuerte para liberarme hasta que se soltó debajo mío una gran roca.

Rodé hasta el río y quede atrapado en la corriente, sentía como se llenaban mis pulmones de agua y una extraña sensación de opresión me mantenía bajo la superficie. La sensación de captura, de indefensión me estaba ganando, no podía nadar, no podía salir a tomar aire, hasta que un bulto gigantesco se detuvo al lado y sentí como me trironeaban hacia arriba.

Salí blanco del agua, engullía bocanadas de aire desesperado, mientras un hombre robusto me golpeaba la espalda y me acercaba a su caballo.

– Mijo deje de andar persiguiendo chinitas por estos lados, la próxima no la cuenta.

– Gracias señor, me estaba ahogando.

– No se estaba ahogando, lo estaban ahogando que es distinto, vamos al puesto así se cambia la ropa, esta por anochecer y se está poniendo frio, su amigo ya esta allá.

El puesto quedaba a 200 metros de donde había caído al agua, subí como pude por la fangosa orilla, tiritando de frio, aterido y aterrado, nunca había visto tan de cerca la muerte. Dentro de la casa me esperaba una señora muy anciana, con un cazo de sopa caliente, unas mantas y un lugar al lado de la salamandra, donde ya recobraba el color Iván.

– Hijo yo soy Conrado, ella es mi mujer Evarista, siéntase como en su casa.

– Gracias Don Conrado, no sé cómo agradecerle, de no ser por usted, no la contamos.

– Diga usted que estaba caldeando el horno en el patio, si no, ya estarían nadando con las truchas.

– Caliéntese un poco mijo, no se preocupen, hagan noche acá, no están en condiciones de caminar y mucho menos si ya los han visto- dijo Doña Evarista.

– ¿Quien nos ha visto señora?

– Usted caliéntese, después les cuento.

Mientras servía la cena, Don Conrado parecía adivinar que es lo que nos había pasado.

– Mientras descansaban los sorprendieron un par de muchachas, guapas, de faldas largas.

– Pues si Don Conrado.

– Bueno mijo, yo desde mi casa los estaba viendo y nunca las vi, esas chicas nunca estuvieron ahí, solo fue una trampa de Mandinga para hacer una de sus maldades.

– Muchachos ¿Ustedes piensan que ese camión quedo ahí de casualidad?- dijo Doña Evarista

– En realidad fue lo que nos llamo la atención, que estuviera ahí entero, como si alguien se hubiera olvidado de llevárselo.

– Fue Don Ameghino el que lo dejo ahí, fue él quien vio a las dos hermanas por primera vez.

Entonces Doña Evarista nos comenzó a contar…

– Recién nos juntábamos con el viejo cuando Don Ameghino nos ofreció venir a cuidar sus animales, se había cansado de la vida de campo y decidió dedicarse a otra cosa. Compro un ómnibus de segunda mano que antes servía en Mendoza y empezó a hacer servicio desde Vistaflores y Tupungato hasta acá. Se dedicó más que nada a llevar pasajeros, mas de una vez hizo de ambulancia, traía mercadería, medicamentos, en fin se volvió en un mes en la persona más solicitada de todo el lugar, no descansaba y aunque lo venciera el sueño, estaba presto para responder a cualquier emergencia.

Nos visitó una noche, hace ya 40 años,  traía tabaco, papel, mercadería y a un par de muchachas jóvenes a su lado “No se preocupe, necesitaban quien las trajera y no pude negarme”, recuerdo que dijo.

Las chicas no quisieron entrar a la casa, les ofrecí mate, comida, abrigo, pero no lo aceptaron. De entrada me dieron mala espina, muy rubias, muy blancas, muy delicadas para ser de campo. El perro no dejo de ladrar desde que llegaron y el perro de campo huele el peligro, lo presiente, lo ahuyenta.  “No se preocupe Doña, vamos a hacer noche acá cerca nomas, en el camión sobra espacio, sobra vino, sobra comida y siempre está la guitarra” dijo el hombre.

Se subió al camión, nos dejo la mercadería y estaciono ahí- señalo donde estaba el camión-

Apenas freno, prendió un gran fogón y saco una damajuana, mi viejo siempre fue más precavido con estas cosas y se las hubiera pensado dos veces antes de recoger dos muchachas desconocidas, no la hubiera subido solo por ser guapas. En cambio Don Ameghino era más lanzado con estas cosas, pocas veces tenía la oportunidad de disfrutar siendo su trabajo tan absorbente, pero también solía meterse en más de un enredo en búsqueda de satisfacer sus ansias.

Me limite a cerrar la ventana e ignorar lo que estaba pasando, solo rece para que mis sospechas no fueran más que eso. Cuando nos disponíamos a cenar se comenzó a sonar a lo lejos una cueca, acompañada por un coro de mujeres, abrí la ventana y ahí estaban Don Ameghino entregado al vino y al baile, mientras un hombre sentado sobre el camión tocaba la guitarra, alrededor del fuego danzaban no solo las dos chicas que había traído al puesto, si no también otras tres, tan bellas, tan jóvenes como las primeras. En un instante las muchachas comenzaron a quitarse la ropa sin dejar de danzar alrededor del fuego, le pregunte al viejo la hora y ya eran cerca de las 3 am, el ritual llegaba a su punto culmine. Cerré la puerta y volqué sal en la entrada, tome al viejo de la mano y rezamos un Rosario, era imposible salvar a Don Ameghino, el aquelarre ya estaba reunido.

La mañana siguiente mi viejo encontró el cuerpo de Don Ameghino, no había señal de lucha, de golpes, el médico que lo vio dijo que quedo dormido por la curda y el helado viento hizo estragos sobre la mancillada humanidad del hombre.

Pero la muerte era el mejor final que podía esperarse.

Nadie se atrevió a mover el camión de lugar,  y quedo como  eterno recuerdo de lo desconocido, de cómo el mal adopta las formas más seductoras.

El que entra ve todo lo que un hombre no debería ver, las brujas se reúnen para adorar a Satanás y es el mismo quien decide si se lleva o no al cordero. Mandinga no mata, el solo muestra de lo que es capaz el hombre y volverse consciente de lo que tu prójimo puede hacer, comprender la maldad del mundo es el peor de los castigos, el afortunado pasa a mejor vida, el verdadero condenado es aquel que sobrevive y debe mirar a sus pares sabiendo de lo que son capaces.

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