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La oscuridad y ella

La Oscuridad y Ella- IM 1

Desperdiciar la botella de cerveza gallega era un crimen. Caliente y todo, así como estaba se la iba a tomar. Bien cara que me salió! Se dijo. La había ido a comprar a Chacras de Coria, y tirarla a la mitad no era una opción. Estaba encerrada en su pieza, al lado de su bajo que tantas alegrías le había dado, aunque ya hacía un buen tiempo que no lo tocaba. Encerrada, con un frigobar lleno de cerveza importada y las amigas de su madre, que tanto le molestaban ya habían empezado a llegar a la cocina comedor. No había logrado encontrar a alguien dispuesto a soportarla durante unas cuantas horas. Era bastante huraña, tenía extremadamente pocos amigos y mucha soledad, que en parte se había buscado sola.

Pasó un tiempo y el libro de las obras completas de Edgar Allan Poe estaba casi en su final. A la botella le quedaban dos sorbos cuando de pronto escuchó la lluvia. Falta de costumbre a la lluvia como toda buena menduca, intentó dormirse y no pudo, y ya eran cerca de las 3 de la mañana. Su madre le había avisado hacían unas dos horas que se iba con el grupo de amigas a bailar a algún boliche para mayores de 30, y por alguna cosa de su mente quiso ir a caminar afuera. La lluvia seguía cayendo y ya no importaba.

No había nadie en la calle y el agua corría a raudales por las acequias. Y despacio llegó a la plaza de San José, a unas cuadras de donde vivía. Estaba toda iluminada gracias a las nuevas luminarias que habían puesto, pero no había ni un alma, ni nadie, como si toda la gente y todos los autos hubiesen desaparecido. A lo lejos había unos boliches con gente que bailaba y trataba de no pasar la noche sola. Pero en el caso de Mina ella lo había elegido a propósito.

Con unas dos botellas de cerveza encima se podría decir que estaba bastante picada, pero justo cuando llevaba sentada un buen rato en uno de los bancos de la plaza y se quedó inmóvil mirando a la nada fue cuando empezó a escuchar una música a lo lejos, que distaba mucho de la típica música que pasan en los lugares de joda. No podía identificar al cantante, pero era una voz en castellano, muy extraña y muy concentrada en la canción. Era una canción triste, que la hizo sentir por momentos como si toda la tristeza del mundo la hubiese invadido. Mina se paró del banco y la lluvia ya había dejado de caer, y sorprendentemente ya no estaba mojada.

Fue a buscar el origen de la música y no lo encontró y así de la nada algo le rozó el largo pelo negro que le caía en la espalda del buzo. Cuando se dio vuelta no vio a nadie y, cuando volvió a hacerlo se encontró a una figura envuelta en una túnica negra. Pero por alguna razón a ella no le resultó amenazadora, y en ese momento sintió que tenía que abrazarla. No le importaba si todo era un producto de su mente embotada en alcohol, al menos en ese momento ya no estaba sola.

La figura empezó a cantarle al oído una canción que era solamente para ella, algo así como una canción de cuna, mientras que ella apoyó su cabeza en los hombros de la figura, que era de su misma altura. Esperó a que dejara de cantarle y le susurró «Quiero saber tu nombre». La figura le susurró algo al oído y le dio un beso en la frente, acto seguido se fue despacio hacia la parte menos iluminada de la plaza y desapareció entre los árboles.

Mina cerró los ojos y se quedó dormida en el mismo banco en el que se había sentado antes, y cuando los volvió a abrir ya había amanecido y la despertó el canto de los pájaros en los árboles. Se fue caminando a su casa, y el reloj de la muñeca marcaba las 6.35 am. Su madre todavía no llegaba de la joda y dudaba que llegara en las próximas horas, entonces se acostó en la cama y le robó del botiquín un alplax a ver si lograba dormirse de una buena vez. No podía dejar de pensar en la figura y en la canción que le cantó al oído que decía:

«La oscuridad viene y no le tienes miedo

Ella y la soledad son tus compañeras

Mi niña, soy a quien nadie quiere ver

Y te duermes a mi lado

De a poco la bruma va llegando

Y ya es hora de partir”

Se despertó cuando su madre la llamó para almorzar. Más allá de que no era una persona muy afectuosa, siempre le hacía la comida. En todo el día no hizo otra cosa que recordar aquella canción melancólica, y se dio cuenta que lo que quería hacer era estar con ese ser que, en el corto tiempo que compartieron, la hizo sentir como nunca antes la había hecho sentir nadie.

Supuso que era la Oscuridad, aquel a quien nadie quiere ver, pero que todos conocen, y sabía que si decidía irse con él, ya nunca iba a volver. Pero no le importaba, no tenía nada que perder, nada porqué quedarse.

Le escribió una carta a su madre de despedida y esperó a que se hiciera de noche. Cerró los ojos y recordó todo lo que había vivido la noche anterior, y cuando se hicieron las 3 de la mañana se fue lentamente caminando hacia la plaza, disfrutando del paisaje y segura de si misma.

Se paró al lado del banco y cerró los ojos, hasta que en un momento empezó a sentir la música triste. Con los ojos cerrados dijo: «Sé que estás ahí, y me voy a ir con vos», y al abrirlos se encontró frente a la Oscuridad. La abrazó lentamente y empezó a susurrarle la canción y los dos casi en un tono imperceptible para el oído humano se tararearon la melodía. En un momento la agarró de lo que insinuaba ser un brazo y le dijo «Hasta el final». Caminaron hacia la parte más oscura de la plaza, Mina volvió a cerrar los ojos, y de pronto se apagaron las luminarias. La Oscuridad ya no estaba sola.

FIN

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