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“La pericana”, el demonio que atormenta los campos lavallinos

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Eran las doce de la noche; tras un agobiante día arando la tierra, José tomaba unos mates en la galería con su compadre mientras él armaba dos puchos. Un grito rompió la tranquilidad de la noche.

– ¡Papaaaaaá! Papi! ¡Papi Ayudame! – el dúo se quedo en silencio por unos segundos, expectantes.

– Hay que ignorarla a la bruja de mierda esa – dijo José.

***

Había pasado 40 años de su trágica historia. Hoy José pasaba los 70, a sus 30 había podido tener solo un hijo, Cesar. Un culillo hermoso de ojos azabache que hacía suspirar a todas las chiquillas del pueblo. Su primogénito, su orgullo. Una tarde mientras pasaba el arado por la tierra creyó oír un grito lejano, lo ignoró, pero segundos después lo oyó nuevamente, esta vez con más fuerza, era Cesar pidiendo auxilio.

Corrió tan rápido como pudo Hasta la casa, pero cuando llego era muy tarde, una jauría de cimarrones devoraba los restos de su único hijo. Los ahuyento con una azada; el más grande de los animales llevaba entre sus fauces un trozo de carne.

Cuando llegó el médico no había nada para hacer. El velorio fue a cajón cerrado. El mismo día del entierro José tomó su escopeta, el hacha y a sus dos perros, en procura de la jauría responsable de la carnicería.

Se internó en el monte durante dos semanas y no pudo más que matar a una pareja de cachorros.

Frustrado, muerto de sed y con un nudo en la garganta volvió al rancho. A lo lejos distinguió las luces, casi como si dentro hubiera una fiesta. Abrió la puerta, su mujer Estefa estaba en la mesa, con dos platos de carbonada, el plato favorito de César, aun calientes. Ella inmóvil, sin ningún signo de vida. Lloró tomándola de la mano, y cuando estaba por pararse para ir por el médico, se abrió la puerta de par en par.

– ¡¡¡Papá!!!

– ¡Hijo!

Lo sostuvo entre sus brazos y lo beso en la mejilla.

– ¿Vamos al pueblo?

– Sí Papi.

Lo tomó de la mano y cuando cruzaron el dintel lo atracó contra uno de los parantes.

– ¡Papi! ¿Qué haces? Soy tu hijo, César.

Lo golpeó en el estómago y lo escupió en la cara.

– ¡Bruja hija de puta!

Entró corriendo a su casa y cerró con llave. Durante toda la noche ese maldito demonio golpeó la puerta del rancho haciéndose pasar por su difunto hijo.

Cuando enterró a Estefa, visitó la tumba del pequeño, como para corroborar que seguía ahí.

***

– 40 años molestando, la Pericana le llaman. Vaya a saber dios cuantos han muerto por los cantos de sirena de esta hija de puta. Se aprovecha de nuestras debilidades, nos muestra aquello que más amamos y nos hace sucumbir ante ellos. Yo se compadre que algún día le voy a abrir la puerta y me voy a ir con ella…

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