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La posada del fracaso – Inés

En el capítulo anterior: presentábamos al “Complejo Benítez”, conjunto de departamentos ubicados en la calle Levalle al 1311 al que todos llaman así. Todos menos yo, que lo llamo “La Posada del Fracaso”, ya que en estos aposentos se alojan los seres más ordinarios y mundanos, humanos con todas sus características, virtudes y defectos, pero de una belleza asombrosa. Es por ello que quiero presentarles a cada uno”

Inés vive en el segundo departamento de la planta baja. Por sus cincuenta y largos sospecho que debe ser solterona. No tiene hijos que la visiten, ni hermanas, ni madre, mucho menos marido o amante. Ni siquiera ese gato que se para en su ventana vive con ella, simplemente espera que le de las sobras de su cena, como cada noche a las 21:35 hace.

Su vida parece estar atada a una métrica exacta, a un tiempo fijo, prestablecido, imborrable. De lunes a viernes, incasable, infaltable y sistemática, Inés sale de su casa a las 8:20, rara vez se le pasa un minuto el reloj. Se aproxima a la puerta de La Posada, abre la puerta de rejas, mira hacia ambos lados, dos veces en invierno y cruza a tomarse el colectivo que pasa enfrente a la Posada, entre las 8:23 y las 8:32. Todo con una precisión milimétrica.

Llega a su trabajo siempre puntual, salvo escasos casos en los que se hacen las 8:40 y pide un taxi apurada. A las 9 abren las oficinas donde día a día Inés emite el mismo papel, con el mismo sello, con el mismo control, con la misma firma. Es empleada pública, con todas las características y anomalías que ello conlleva. A todos les parece que la rutina ha oxidado a Inés hasta los huesos, a todos menos a mí, que se la verdad.

Siempre antes de las 18 regresa exhausta a la Posada, con su bolsa de la vianda y las dos frutas que no se come en el almuerzo. Es una mujer seria y esquiva. Entra directo a su departamento, sin dudas, urgente y certera. Tiene una mirada lasciva tras unos lentes de aumento viejos y tristes como sus ojos. Saluda a pocos en La Posada, yo no soy uno de esos pocos. Es tragicómico como pasa a mi lado sin siquiera mirarme, dudo que sepa que encuentro ternura en su miseria y que se su secreto. A partir de las 18 se interna en su departamento, hasta que se hacen las 23…

A las 23 en punto Inés sale a sacar la basura, absolutamente todos los días. Mira hacia todos lados, desconfiada como siempre, saca las bolsas y entra rápido. Pero esta vez no va con la vista clavada en su puerta, añorando entrar, sino que recorre con una mirada inquisitiva todas y cada una de las puertas de la Posada, observando si hay alguien fuera. Va lento, a paso confiado, mirando hacia todos lados y con los oídos alerta. Nunca sabe que yo la miro entre las cortinas del séptimo. Incluso va casi contra a pared, para poder observar si ve a algún vecino cercano a las ventanas. Es entonces cuando sucede la magia, que noche tras noche lleva a cabo Inés, es cuando su secreto aflora.

Si ve a alguien, en el pasillo, próximo a salir o en las ventanas, se vuelve a guardar en su departamento para, con alguna excusa  bien pensada, volver a salir cada cinco minutos… hasta que nadie esté más que ella. Si no hay nadie no pierde un instante, cierra su puerta y se va en puntitas de pie de la Posada, procurando ni siquiera hacer ruido al salir. En ese momento, poco o nada le importa observar hacia los lados de la vereda por algún peligro. La adrenalina que le produce desaparecer por las noches como un fantasma le cubre cualquier sensación de inseguridad que la calle le genera de día.

¿Y donde va?, se preguntarán. Era la misma pregunta que me hice durante mucho tiempo. Al principio me parecía extraño tanto misterio. Además, a las 4 en punto se apersona cada noche. Por lo que un día decidí seguirla.

Aquella noche no volví a la Posada, sino que me quedé en la esquina, esperando verla, mirando de lejos la puerta de rejas, hasta que salió. Caminó hasta la esquina, caminé tras ella. Sacó de su pequeño bolso una especie de atado de cuero, lo desató y extrajo un pañuelo. Lo estiró para ambos lados y se lo puso en la cabeza, se revolvió los pelos y en un instante (vestigio de sus únicas condiciones femeninas, pensé) cambió por completo de peinado. Siguió caminando mientras se pintaba los labios y se ponía rubor entre las sombras claroscuras de los árboles y la luz de la calle. Llegó a la esquina y paró un taxi, no alcancé a perderla de vista antes de tomar el mío e indicarle que la siga.

Luego de varios minutos de seguirla atento llegamos a… llegamos al Casino. Ahí se bajo la señora, muy coqueta y arreglada. Sus lentes horribles habían sido cambiados por unas glamorosas gafas opacas, de marco marrón. No era bonita, pero era otra mujer, mucho más elegante y viva. Entre tras ella, la podía observar entre las máquinas, entre la gente. Estuvo un largo rato en los tragamonedas, luego en la ruleta y por último en un varonil blackjack, donde reía y se jactaba de sus aciertos y desaciertos. Yo no salía de mi asombro… esta no era la osca Inés de la Posada.

De ser una vieja amargada había pasado a ser una señora mundana y divertida. Caminaba de aquí para allá, se codeaba con los empleados del Casino, saludaba arruinados, rotos, ludópatas y personajes diversos al caminar. Los crupieres le asentían el saludo con la cabeza, las máquinas hacían metálico ruido a su paso, como saludándola, y los colores de las luces se proyectaban en su semblante dejando tan lejana idiotez, como mis veranos juveniles.

La seguí durante toda la semana, viendo como de lunes a viernes repetía su secreta rutina. Los sábados salía temprano y regresaba a la tarde y, como yo sabía que no trabajaba los sábados, un fin de semana también decidí seguirla para enterarme que se paseaba por varias quinielas comprando billetes de lotería. El domingo jamás asomaba la cabeza, salvo para sacar la basura con el mismo miedo con el que se asomaba por las mañanas… este día no salía. ¡Con tanto billete por verificar!

Y así pasaban los días de esta misteriosa mujer, que para la gente del “Edificio Benítez” era Inés, la señora idiota, la vieja mal agestada, la solterona aburrida y para mi Posada del Fracaso, era Inés, la nochera, la ludópata, un personaje bizarro con un potencial psicológico de antaño. Inés la de alfombras, palancas y perfume a humo, Inés la del corazón palpitante desbordando en cada apuesta, en cada carta, en cada botón. Inés la que ahoga sus sentimientos y su rutina en el juego, en el vicio, en el vaho y la noche.

Continuará…

En el próximo capítulo: presentaremos a la familia Vrodsky. Ellos son extranjeros, creo que de Rusia (por su apellido), han venido por una promesa laboral familiar que se calló durante el viaje, cuando ya la vida los dejó en la Posada del Fracaso.

Fuente de las imagenes: http://phe08.blogspot.com.ar/ y http://chezagnes.blogspot.com.ar/2012/06/5-senses-monday-121.html

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La posada del Fracaso – Prólogo

El año pasado escribíamos:
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