/La prueba

La prueba

Su hermana era una sabionda, pero en esta la iba a ganar. Y sonreía ganador en el asiento de atrás del auto, mientras volvía del dentista. Por fin le demostraría a la mandamás de la casa y la escuela, que aunque naciera primero, él era mejor.

– El ratón Pérez no existe, tonto. Ya no te dejarán más plata…- dijo su hermana a la entrada de colegio y las amigas se rieron de él, en especial la que tanto miraba en secreto.- Todavía cree en esas cosas. Jajajaja… dice que lo ha visto.

Cuando empezó a planear todo, se fijó que tenía que ser hoy. A la noche. Así durante el Piyama Party de las amigas de Mabel, su hermana, les mostraría las fotos y el dinero.

¿Pero cómo se sacaría un diente? Al mirarse la boca en el espejo del baño, vio el hueco reciente, uno diente viejo, y otro que crecía. En el bolsillo tenía un cordel de trompo de dos metros. Se lo ató en el diente que todavía no se caía. Fue hasta la pieza, ató al picaporte de la puerta que se habría hacia el pasillo, y se sentó en su cama.

– Mamá – gritó. Haría que alguien le abriera la puerta. Pero pasaron los minutos y nadie lo escuchaba.

En eso una sombra negra pasó por la ventana. Un ratón. Y el corazón le empezó a latir con fuerza.

-¡Mamá! – con más fuerza.

Y las cosas pasaron. Su madre entró con prisa a la pieza. El hilo de buena calidad se tensó. El diente resistió como pudo y lo tiró hacia adelante. Golpeó suertudo el suelo y se aflojó.

-¡Hijo, que pas…! – y lo vio levantándose con la sangre saliendo abundante de la boca y la nariz.

Y lo llevaron al médico. Y después al dentista. Y luego la charla de su madre. Y la charla de su padre. Que se dejara de locuras. Le quitarían la táblet y el celu la próxima vez. Que el dinero no era suficiente. Pero lo había logrado. Tenía su diente. Convencer al dentista fue otra historia. Mas su llanto fingido, todavía funcionaba.

Ya era de noche, y estaba expectante. Colocó el diente debajo de la almohada. Puso el celular filmando en la mesa de luz y la táblet en la estantería. El Esteban le había enseñado cómo bajar la resolución para que le durara un par de horas. Bastará, pensó. Y apoyó su cabeza en la almohada. Tantas idas y vueltas le habían dado sueño pero no se quería dormir.

Se despertó de repente con una punzada en la boca. Iba a llamar a su mamá cuando recordó todo. Metió la mano debajo de la almohada y sacó un billete.

¡Ya vino!, pensó. Chequeó su celular y estaba apagado.

– ¡Miedda! -exclamó en voz baja. Miró hacia la táblet. Saltó de la cama. Paró la grabación. La puso y gritó de alegría al ver tres pequeñas criaturas moviéndose por su cama. Una de ellas apagó el teléfono. La otra buscaba con un palo debajo de la almohada. Y la restante se fijó en la táblet. Alertó a las otras. En eso se prendió la luz del pasillo. Entró su madre. Las ratas se esfumaron.

Pausó el video y bajó corriendo las escaleras. Mabel y sus amigas estaban durmiendo.

– ¡¡¡ Mabel!!! Fidmé al datón Pédez ¡midá!.

Su hermana se despertó, fue a abrir la boca y le salió sangre. Las amigas se empezaron a despertar y lo mismo. Les sangraba la boca y le faltaban los dientes de adelante.

– ¡Que hizizte! – zezeó llorando su hermana.

Miró la táblet. Despausó el video con la intención de retrocederlo, pero el rostro de una rata se asomó. Sonreía develando una boca llena de agujas amarillas, mientras levantaba con una de las garras una bolsa pequeña cargada de dientes.