/La venganza – Capítulo 6: “El secreto”

La venganza – Capítulo 6: “El secreto”

¿Abuela?… ¿Abuela?… Colgás el teléfono y e intentas volver a llamarla. Nada, no hay tono. Miras el tubo, marcas de nuevo y te lo acercas al oído. Silencio total, hasta que comienza ese sonido, ya aterradoramente familiar en vos… lamentos, ruido, cuervos. Cortas dejando el teléfono mal colgado y decidís ir a ver a tu abuela.

La mañana aún esta fresca, pero el sol irradia toda la calle. Hay bastantes autos y peatones en la calle, lo que te da una sensación de compañía, de seguridad que te relaja un poco. Aunque estás calmado, no estás sereno. El cansancio de no haber dormido de noche, el dolor del golpe en la cabeza y la permanente sensación de que alguien te está observando te pesan sobre los hombros. Caminas apurado, atravesando calles y veredas, saltando acequias y no paras de mirar hacia un lado y otro, varias veces te das vuelta sobre tus pies, esperando que súbitamente aparezca aquel hombre siniestro que se ha adueñado de tu paz.

Llegas a lo de tu abuela, vive en la zona más antigua de Godoy Cruz, en la casa que tu bisabuelo construyó cuando tu familia era miembro del selecto círculo de la elite mendocina. Aunque la casa ya estaba casi en ruinas, gris y oxidada, aún mantenía su semblante imponente ante el mundo. Sus columnas de ingreso, sus portones de rejas, sus jardines abandonados y aquel piso mosaico de las galerías mantenían todo su esplendor de antaño. Ver aquella casa era como retroceder en el tiempo, era como observar una foto vieja, en sepia, quemada por el pasar de los años. Entraste sin tocar timbre, al segundo escalón tu abuela abrió una de las hojas de la enorme puerta de acceso. Su cara lo decía todo, las cosas no estaban bien.

Entra y sentate. Pasaste y antes de cerrar observó hacia la calle, como asegurándose que nadie más entrase. Cerró con llave y gancho. Todo adentro estaba tranquilo, pero el ambiente estaba cargado de preocupación, como los ojos de tu abuela.

¿Qué pasa abuela? ¿Qué me pasa? Primero contame que es lo que sentís vos. La anciana estaba serena y seria. Alguien me está siguiendo, comenzaste a contar con la voz entre cortada. Apareció en una pesadilla. Hace tiempo que en sueños se me aparece un hombre de negro siniestro, pero esta vez fue más allá, fue una pesadilla. El hombre me comenzó a seguir hasta que me alcanzó, desde ahí se me ha aparecido en mi casa, me dio esto en la pesadilla y ahora lo tengo conmigo. Sacaste el reloj y lo pusiste sobre la mesa. Dice algo de una venganza, de que mi tiempo esta contado. Los ojos de tu abuela se hundieron como un barco en alta mar. Por un momento dejó de respirar y no hizo más que observarlo. Extendió su mano tiritando y tocó el vidrio de aquel nefasto aparato. La arena seguía corriendo. Es él, contestó aterrada. La paz y serenidad que auguraba se esfumaron como el humo de un cigarrillo en pleno invierno.

Se levantó de la silla, no solo su mano temblaba, sino todo su cuerpo. Lentamente caminó hasta la ventana de la cocina donde estabas sentado. Una cortina amarilla y vencijada por el tiempo atenuaba la luz que entraba desde el jardín del fondo. Tu abuela se quedó mirando hacia el patio. Era la imagen de una anciana que contempla el paso de su vida, recordando momentos felices de antaño, familia, niños, veranos, comidas, nostalgia, pero su cara no era más que de espanto y preocupación. Su mirada no pestañaba y sus ojos no le hacían asco al miedo. Tragó saliva… iba a hablarte. Y comenzaron los recuerdos.

Esta casa la construyó tu bisabuelo. Él vino de Italia a Buenos Aires con una mano atrás y la otra delante, pobre como nadie. Eran tres hermanos y uno murió en el barco que los traía. Atilio se quedó en Buenos Aires, pero tu bisabuelo Enzo se enamoró de Cuyo y se vino, así sin más, con una maletita, unos pesos y su cabeza. Eran hombres de campo, Enzo era el más rudo de los tres, excelente con los números y mejor administrando, pero de un carácter implacable. Tenía un gran resentimiento hacia las clases sociales de mejor posición que él. Mendoza era tierra de oportunidades, durante las primeras décadas de 1900 se les abrieron las puertas a todos los inmigrantes que invertían acá. Fueron épocas muy difíciles para él, hizo buenos negocios con el campo, pero se hizo de varios enemigos. Nunca fue agradable, pero el dinero y el poder lo enceguecieron. Se había transformado en un tipo detestable, de carácter agresivo, violento y déspota. Su temple serio e impertinente lo hacía intolerante y dictatorial, llegué a odiarlo tantas veces… pero era el papá de mi marido, de tu abuelo… y por él me tenía que guardar todos mis rencores.

Vos escuchabas atento, sabías de la bravura de tu bis abuelo, pero nunca nadie te lo había contado de una manera tan cruda.

Nacido tu abuelo Guido, Enzo ya había amasado una buena fortuna. Hasta que un día un extraño apareció en el pueblo…

De pronto un temblor sacudió el suelo, fueron instantes, pero bastaron para dejar vibrando todas las copas de la alacena de la cocina y varios adornos dispersos por la casa. Tu abuela instantáneamente salió de su monologo y abruptamente vino hacia vos. Te agarró de los hombros, entre sacudiéndote y obligándote. Es él… sabe que estas acá. ¡Andate, corre! yo me arreglo sola, no puedo correr con vos…


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