/La vida, una herida absurda: «El valor de tus huesos»

La vida, una herida absurda: «El valor de tus huesos»

Fui rajando hasta el auto y saqué los papeles, la libretita amarilla, el libro con los raros signos adentro, y los puse sobre la fina mesa de roble inglesa de Sir Charles, el “original”.

–No hay tiempo que perder señor –le dije, mientras se reponía sonriente al reconocer sus elementos de trabajo.

–Debemos, antes, conversar largo y tendido muchachos –contestó.

A continuación, Charles nos contó de Los Anthecas. Una organización secreta, no una secta como había dicho el Coqui, que se dedicaba a las apuestas clandestinas desde antaño. Manejaban las mesas de dinero paralelo, sirviendo de financistas a quienes solicitaban créditos y garantías. Hasta amaestraban a sus feroces cobradores con lenguajes y símbolos propios, quienes disponían de las técnicas de tortura más salvajes para lograr sus cometidos.

Íbamos entrando en sintonía.

– ¿Qué nos puede decir de éstas –pasándole la hoja con las insignias calcadas–?

Anthecas… sin dudas –dijo el anciano parándose como pudo, agarró un bastón de hierro súper liviano, y rengueó hasta la pared vestida de libros, de donde tomó uno de pinturas. Le sopló el lomo, y éste se sacudió el polvo que lo cubría hacia el piso. Luego lo abrió.

–A ver…, mmmm…, página ciento ochenta y… tres, ¡sí!

Agarró el papel manchado con sangre, y lo montó sobre la imagen de una pintura contemporánea. “Yes”, exclamó. Los signos hacían referencia a una tradición primitiva de América Central, que obligaba a tatuar sobre la espalda, de quienes tuvieran su destino sentenciado.

Sir Charles ensayó una interpretación al respecto: “Las deudas determinan el valor de tus huesos”.

“…el valor de tus huesos”. Pensé, el Geroncio había sido víctima de un ajuste de cuentas. Era, como decía el padre Vicente, mucho más peligroso de lo que estimábamos.

En ese instante, Charles se alertó con un ruido que venía de la verja de la entrada. Acto seguido se acercó a la ventana, miró por un hueco ciego que tenía oculto sobre la misma, y nos encañonó con su asombro.

– ¡Nos han seguido muchachos! –bramó.

Agarró sus cosas y me extendió un libro que decía “Mayas”. Con los chicos lo seguimos hasta la cochera.

–Uno que maneje y los otros pechen –dijo cojeando hacia el fondo de la casa, donde tiró de una cuerda que hacía las veces de tendedero. Al instante, como una cortina se levantó la mitad de una enredadera falsa, sobre la pared. Era una salida secreta.

Pechamos imaginándonos en el escapismo de una película, traspasamos la pared ilusionaria y el viejo, una vez afuera, tiró nuevamente de otra cuerda que, como un telón, dejó caer la cortina de hojas contra el piso, como si nada hubiera ocurrido. Nos guiñó un ojo, y sonrió “Jejejé” pícaramente como viejito.

–Aprovechemos la ventaja, tenemos algo que sin dudas necesitan –finalizó el detective.

Mientras cargábamos combustible en el A.C.A de Amigorena y San Martín, el Huguito leía en voz alta, como le había pedido Sir Charles, el libro de los Mayas. Comentaba sobre las costumbres, la caza, la pesca, las formas en que distribuían sus aldeas, y el desarrollo de sus vestimentas.

El conjunto de puntos, mezclados con cruces, letras y demás, nos comía la cabeza.

•• † • Ø  •••  ¥ • — Ÿ  =  •  Ö  •  = Ÿ  •  ¥  ¤ — þ  † ••

–No piensen tanto… –advirtió el viejo–, es más sencillo de lo que suponen.

Resumiendo, los jeroglíficos en la espalda del Gero y una frase en el idioma que utilizaban los Anthecas, lo asociaban directamente con la agrupación de prestamistas. Por debajo, las inscripciones Mayas eran la dimensión desconocida.

– ¡Frená, Rubén! –Gritó Charles, a veces me gustaría que no fuese tan impulsivo–. Debemos buscar una pluma.

El hombre bajó antes que el auto se detuviera, y encaró a una vendedora ambulante que ofrecía plumeros. Le preguntó sobre una calle, y mientras la doña le explicaba estirando la mano, le tomó prestada una pluma de ganso blanca, que se guardó sutilmente en el chaleco.

Los Mayas habían desarrollado el arte de la perspectiva, y con plumas sellaban sobre sus frescos la naturaleza viviente. Apenas avanzamos con la Renoleta, Charles volcó sobre la pluma un líquido verde que tenía en un frasquito de vidrio, como una especie de gotero. La agitó sacando el brazo por la ventanilla unas cuantas veces, y con pulso de cirujano, la paso de ida y vuelta por el papel.

–No pasa nada… –señaló el Tarta, que husmeaba por entre ambos.

–Desde tu posición tal vez no, pero la perspectiva engaña hasta el ojo mas ducho –giró lentamente el papel, y como un truco de ilusión, se borraban algunas insignias a medida que se movía el escrito, dejando solamente una serie de puntos y líneas. “Jee Jeee”, sonreía otra vez el señor.

La apoyó sobre el torpedo que hervía con el sol mendocino, y repasó en segundos el libro indígena, hasta que dio con un título que decía: “Sistema de numeración vigesimal”. Tomó otra vez la pluma, y tradujo bajo los puntos y signos que resaltaban, lo que indicaba el libro.

– ¡Fua…! –expulsó el Coqui.

–He aquí, la razón por la que nos persiguen…, tienen los números, pero no saben cómo distinguirlos. Ahora el destino está en sus manos, Jóvenes Ávidos.

Debíamos regresar, aunque algunos roedores, en los alrededores de la casa del Geroncio, nos estarían esperando. Sería como entrar a pelear con un tenedor, en la jaula del león del zoológico del parque. Necesitábamos un punto cercano, estratégico, del cual llegar sin ser vistos.

–Lo tengo –arranqué para Rodeo del Medio, rumbo a lo del padre Vicente.

Viajamos por un camino alternativo, algo más alejado, que llegaba por el norte del pueblo, lo que nos dejaría a solo cuadras de la parroquia. Escondimos en un callejón sin luz la Renoleta, bajo un sauce que caía hasta el piso. Agarramos lo imprescindible, y como gacelas rodeamos unas chacras hasta la parte trasera de la iglesia.

El padre Vicente, tardo más de lo deseado; pero nos abrió pasadas las ocho de la tarde.

Charles y el cura se golpearon en un crudo abrazo. El tiempo, hacía rato que los tenía lejanos. Por sus tareas quizás y por la vida misma, que tantas veces nos aleja de quienes queremos. Tomamos energías entre un cabernet y unos sanguchitos de salame, picado grueso, mientras poníamos al tanto de todo al padre Vicente.

– ¿No sabe si el Gero tenía dinero, documentos de valor, o algo por el estilo? –el Vicente negaba girando su cabeza mientras tragaba.

–El Geroncio se fue con una mano atrás y otra adelante, estimados. Ésta combinación de números tiene que ver con otra cosa.

“Las deudas determinan el valor de tus huesos”, repetía el detective privado, tal cual lo hacía horas antes en su casa. El Vicente pensaba mientras nos escuchaba, a él no le sorprendía en nada la actitud farsante del Coquito. De un tiempo a esta parte según sus dichos, se rodeaba de gente turbia, aunque el cura tan discreto como siempre, nunca nos lo había comentado.

–No encuentro relación con los números Mayas, Vicente –puntualizaba, Sir Charles.

–Sin un dato más cercano, creo que el pantano nos empieza a comer –contestó, el cura.

No podíamos quedarnos a mitad de camino, el reloj de arena embarazaba su cintura, consumiéndose cualquier medida del tiempo.

–Yo si tengo algo más para aportar… –interrumpía el Huguito. El Geroncio tenía acceso a la Unión vecinal de Rodeo. Por su laburo y porque solía hacer algunos reemplazos como sereno, cuando el agua le llegaba al cuello por estos problemitas –nosotros lo seguíamos sin dar en el clavo.

–Lo cierto –continuaba–, es que como tenía tanta confianza con el intendente de Guaymallén, éste le encomendaba algunos papeles, documentos, y algo de guita turbia, para que la trajese de tanto en tanto hasta Rodeo. En cierto modo para cubrir los “gastos” que existen en todo gobierno. Incluso una vez, me pidió que pasase por la municipalidad a buscar un encargo que me iban a dar para él.  

La historia se hacía compleja a cada segundo. La vida oculta de las personas, muchas veces las ubica en sitios terrenales, cuando las tenemos en pedestales del que nos cuesta bajarlas. Por todo esto, dudábamos si enterarnos o no, pero la música ya estaba sonando. Teníamos que bailar esta pieza, aunque fueses con la más fiera.

La Unión Vecinal de Rodeo del Medio, siguiente clave…

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