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Los inmorales

“Siento que me voy a morir pronto” fue la frase que disparó ella y me quedé pensando. Las muerte es algo que irremediablemente sucederá. Tarde o temprano, uno siempre espera que sea más tarde que temprano. “Siento”… ¿cómo se siente? ¿dónde? ¿Es algo que podemos presentir? Es una angustia, es un vacío. La muerte es el fin de un ciclo, es el cierre del telón, es una especie de punto de llegada. ¿Hacia dónde más?… nadie lo sabe, pero es reconfortante pensar que todos algún día lo sabremos. También es la ausencia de vida. Si la vida es lo opuesto a la muerte y la muerte es sinónimo de tristeza, se podría decir por lógica que la vida es sinónimo de alegría. Entonces… ¿ese sentimiento no será la ausencia de felicidad? Es ese mismo sentimiento de soledad que acompaña a los melancólicos, a los nostálgicos. Es costumbre para la gente sensible verse afectado por el entorno, donde la empatía se hacer carne y cobra relevancia tangible. Cuando ese entorno es gris, vacío, desesperanzador y frío… sucede la ausencia de felicidad, la muerte. Por eso también lo sentimos luego de un momento de plenitud o realización absoluta… listo… hasta acá llegué, cerrame la 8, bajame el telón. Lo que urge es la búsqueda de la felicidad, a como de lugar, amarrando o soltando, yendo o viniendo, encontrando o perdiendo.

Y vuelvo al tema de la muerte… de la muerte en sí. De la muerte física, de la ausencia del cuerpo. Entonces veo tantas vidas al rededor mío. Tanta gente que se va a morir indefectiblemente. Y es triste pensar en que muchos de ellos no van a dejar nada. Veo mi propia vida… ¿que pasa si me muero mañana? Mi familia me llorará algunos años, mis amigos unos meses, mis conocidos días… pero a todos se les va a pasar. Es normal. ¿Y que voy a dejar en el mundo? Pasado el tiempo del recuerdo… ¿que va a quedar? ¿una casa? ¿un auto?… ni siquiera en mi hija voy a quedar. Ella tiene que caminar su camino, hacer su vida, ella va a ser ella. Voy a ser un lindo recuerdo para los que me conocieron bien, pero no voy a dejar nada más, a menos que busque la forma de volverme inmortal… Y ese creo que es uno de los secretos de la vida, buscar la inmortalidad.

Entonces intento pensar cómo una persona se puede volver inmortal. Y caigo en la cuenta de que todo es una cuestión de pasión. Apasionarse por algo nos abre la puerta hacia la inmortalidad. En todos los ámbitos, en todos los rubros, en todas las disciplinas. Una persona que vive una vida apasionada logra transmitirle eso a los demás, logra trascender, logra esparcir su pasión. Desde apasionados artísticos y sentimentales, como un escritor o un músico, pasando por políticos que le cambian la vida a la gente, hasta profesionales apasionados por sus carreras o empresas, que generan avances tecnológicos o productos sublimes.

Que nuestra pasión trascienda los años y la historia es la única manera de volvernos inmortales, de quedar para siempre en el recuerdo del mundo, de dejar un verdadero legado, una verdadera semilla. Poder ser recordado por siempre, compartido, consumido, recordado, seguido, utilizado. Ser “un muerto que alumbra los caminos”. Poder generar algo que le cambie la vida a la gente, que le genere sensaciones, que la inste a pensar, a obrar, a recapacitar, a emprender, que la motive a seguir, a intentar, a luchar.

Es triste ver vidas que transcurren intrascendentes sin buscar, sin intentar, sin atinar, sin pretender la inmortalidad. Porque al menos el acto de buscar nos va a llevar a tener una vida plena, aún si no logramos esa inmortalidad. Aún si no somos nada más que una constante incertidumbre.

No es muy sencillo transmitir en palabras todo lo que pienso, pero estoy convencido que es la única receta para la vida eterna. Nunca vamos a sentir que pronto nos morimos si invertimos vida en buscar no morir jamás.

La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo.
(I. Allende)

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