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Los olores del tiempo

La vida es corta y dulce. Pasa fugaz. Los días, los años se nos van en un abrir y cerrar de ojos. Dicen que una persona no puede recordar su vida previo a los cuatro años, pero yo les pregunto… ¿pueden recordar lo que hicieron el lunes pasado? ¿Cómo estaban vestidos antes de ayer? ¿Que hicieron el primer fin de semana del mes anterior? No… dudo que puedan. ¿Recuerdan que hicieron este mismo día pero del año pasado? ¿Cuantos besos han dado? ¿Cuantas calles caminaron? No, no lo pueden hacer. Día a día el tiempo avanza y nuestra memoria va encajonando recuerdos, que quedan difuminados en el azar, perdidos, olvidados.

Pero hay conectores, sucesos, hechos y cosas puntuales que nos retrotraen al pasado, que nos llevan al lugar del ayer, que nos trasladan a ese preciso instante en donde tal vez fuimos felices, quizás tristes, a lo mejor reímos o lloramos, pero que sin dudas no podremos olvidar jamás. Uno de los conectores más poderosos, más intensos, más nostálgicos, son los perfumes, los olores.

Muchos olores nos recuerdan al pasado, recuerdos que han quedado impregnados en nuestro sentido del olfato, que asociamos directamente a eventos del ayer. Puede que mantengamos aún escondidos los perfumes en algún lugar, como puede que también el azar nos traiga en cualquier momento los recuerdos impregnados de aquel sabor.

Personalmente recuerdo perfumes y olores de lindos momentos de mi pasado, o que me hacen imaginarme un pasado no vivido, recuerdo el desodorante que me compré cuando me fui de viaje de egresados, mi primer viaje solo y cada vez que me siento viejo y oxidado me lo compro y me lleva a aquel Bariloche de 2001. Cada vez que el pasto se humedece y es pisado por varias personas, recuerdo mis épocas de recitales, rebeldía y juventud. El olor a espumante barato me lleva a mis primeras noches de boliches, donde no parábamos de intentar volver a casa habiéndonos “ganado” una mina. Hay un perfume, que no sé bien cuál es, que cada vez que lo siento me hace acordar a la primera vez que estuve enamorado, que realmente amé, y ese olor queda en ella, como alguien que me ayudó a ser yo. Hay olores que, sin haberlas vivido, me llevan a otras épocas, el olor a madera húmeda y encierro dulce de mi espacio filosófico donde me junto a menudo con hermanos de la vida, me aleja a un pasado lejano que jamás viví, me hace imaginar un lugar que el tiempo no vence, donde los días no pasan. El olor a pan tostado indefectiblemente me hace acordar a mis desayunos escolares, a mi familia, cuando mi vieja nos levantaba para que fuésemos al colegio. El olor a hospital me hace acordar a mi abuelo, a sus últimos días, aquel viejo que tanto admiro y con el que estoy conectado de otras vidas. El aroma de los libros viejos, que ninguna pantalla artificial logrará vencer jamás, que solo el tiempo perfuma con exacto sabor. El olor del sexo que nos genera excitación, el olor del mar que nos lleva a Enero y vacaciones, esos sabores que instantáneamente nos hacen felices, nos dibujan sonrisas, deseos, pasiones. Por ahí saludo a pibes y les siento ese olor a juventud, a pelo sucio, sudor y perfume barato y me acuerdo de mi época hippie de secundaria, donde escuchar a Charly y tener un CD de los Redondos era lo mejor que te podía pasar en la vida. El olor dulzón de los recitales, el indescriptible aroma a asado que te llevan a quinchos con familia y amigos, a findes de guitarra, charlas y vino. Olores que dan risa, como el del coliflor o el pescado cociéndose y mi viejo puteando a dos motores y abriendo las ventanas de par en par de mi casa de soltero. El olor de los autos nuevos, que te dan esa sensación de poder, el olor de los autos viejos, que te dan esa sensación de compañerismo, el inconfundible olor a tierra mojada en verano, prólogo o epílogo de una lluvia furtiva. El perfume de ella, justo el que le gusta, que estés donde estés te hace recordarla, de imaginarla nomás lo sentís ahí en la nariz. El olor triste a animal cansado de mi primer circo, de la primera, única y última vez que pisé un zoológico, el olor a corral que me hace acordar de mis domingos en la finca de mis abuelos, de tantos domingos. Perfumes que te generan adrenalina y energía, como el olor a aceite, nafta y goma quemada de las carreras, el eucalipto del átomo en las competencias deportivas, la sal en la boca de los trotes por el parque.

Nadie puede recordar a ciencia cierta su pasado, pero sin dudas todos tenemos cientos de perfumes y olores que nos hacen acordar que estamos vivos, que fuimos, somos y vamos a ser, tal vez, para siempre.

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