/Margarita | Capítulo 9: Despedidas

Margarita | Capítulo 9: Despedidas

Lugar: Clínica, donde está internada Mariana.

Hora: 2:46 AM

Margarita se queda a acompañar a su madre toda la noche con el permiso de una de las enfermeras, no tiene que hacerse notar para que no la saquen y no despidan a la persona que autorizó el permiso. Sin hacer caso sale a dar una vuelta por el lugar ya que su madre duerme, ya ordenó todo en la habitación. Luego de recorrer los pasillos ingresa a una habitación donde se encuentra con un anciano, paciente de la clínica, alrededor de unos 90 años, solo mira hacia arriba, cuando ella se acerca lo mira, acaricia su mano, este al notar el tacto de la niña sonríe.

– Hola… Margarita, te tardaste más ésta vez – dijo el anciano,

– Es que había mucho que ordenar, pero después me aburrí, no dan nada divertido en la tele ahora.

– Siguen sin darse cuenta que das vueltas por todo el lugar ¿no?

– Sí, es que están ocupadas, ¿cómo estás? – le preguntó al viejo.

– Bien, que se yo… ya estoy cansado de estar acá

– ¿Ya te vas con Cecilia?

– Creo que hoy es la noche mi niña, hace días lo vengo llamando, el otro día cuando me ayudaste a llamarlo me di cuenta que es inútil, para que venga hay que hacerlo solo. Vos todavía estas llena de vida, así, él no viene.

– ¿Pero vos te queres ir? – insisitió Margarita.

– Sé que Cecilia me está esperando, hace ya 20 años que le dije que me iba a ir con ella, ya es mucho tiempo (se ríe)

– Pero quedate hasta que mamá se vaya de la clínica, sino me voy a aburrir mucho en las noches

– He estado aguantando mucho, ya no quiero más, sos muy dulce y también me gusta hablar, pero ya viví demasiado. ¿Me perdonas si me voy?

– Sí, si te tenes que ir andá. ¿Qué le vas a decir a Cecilia cuando la veas?

– Seguramente llore, el día que se fue no lo hice, no pude hacerlo en frente de mi familia, si yo perdía el control, que quedaba para mis hijos y para mis nietos, soy de ese grupo de personas que no tiene permitido llorar, ser el pilar en la familia. Allá no me va a ver nadie, y cuando llore voy a sorprender mucho a mi mujer, realmente la extraño. – dijo el viejo nostálgico.

– ¿Seguirá teniendo un montón de plantas allá?

– Seguramente, como también una repisa llena de las fotos de nosotros cuando teníamos 22 años, otras fotos de nuestros hijos, de nuestros nietos, y los pequeños que no recuerdo sus nombres… es difícil tener bisnietos – comentó sonriendo – te hace ser aún más viejo.

– ¿Por qué no te fuiste con ella cuando se fue?

– Porque yo no soy así, ella lo sabe, aun me quedaban muchas cosas por hacer, tenía que cuidar a mis hijos, no es fácil perder una madre. Imaginate si los dejaba solo.

– Pero ¿por qué no pensas en vos viejito?

– Ahora lo estoy haciendo Margarita, ya me reservaron un turno y debe estar por venir.

– ¿Viene con ella?

– No creo, ella debe estar haciendo tallarines para cuando yo vaya, ahora no me va a retar por sentarme en la mesa con las manos llenas de grasa, esta vez voy con mis manos limpias ¿ves?

– Contame de Cecilia otra vez.

– Cecilia era brava, cuando se enojaba no había quien la tranquilizara. – dijo el anciano con voz cómplice.

– ¿Y vos como hacías?

– La molestaba, le daba besos solo para hacerla enojar más, y cuando estaba a punto de reventar lo hacía en risas y me abrazaba. Recuerdo cuando llegaba y estaba con los chicos, creo que no llegaba a peinarse, pero los chicos estaban impecables, siempre me quejé por trabajar, pero ella tenía una energía terrible.

– ¡Como mi mamá!

– Si margarita, como ella, se levantaba temprano, lavaba, vestía a los chicos, cocinaba, los llevaba a la escuela, planchaba, bañaba a esos dos tornados y los acostaba, cuando yo llegaba ella estaba ahí preparándome la cena, muchas veces llegaba tarde, pero ella seguía ahí, esperándome.

– ¿Te dieron ganas de conocer a otra Cecilia después que ella se fue?

– Mmm no, me dediqué a viajar por el país, sabes Margarita… hay personas que logran encontrar su parte del rompecabezas y no necesitan nada más, hace unos años encontré arriba del ropero una caja, ahí mismo tenía todas las cartas que yo le mandaba, poemas, canciones, sonetos

– ¿Cartas? ¿Vivian lejos?

– No Margarita, antes se mandaban cartas así vivieras a la vuelta de la cuadra… las cartas son mensajes que pueden ser eternos según el valor que la otra persona le dé. Ahí me di cuenta el valor que Cecilia tenia por mí, estaban todas intactas, tal cual se las mandaba. Esa mujer era el amor en vida, y su amor era para mí, ¿cómo podía querer otra cosa? Yo creo que ya no quedan mujeres así.

– Y, no se… Yo no conocí nunca a mi papá, mi mamá me dijo que murió hace mucho, pero no debe haber sido como vos porque nunca habló de él.

– Vos debes ser una mezcla de tu papa y tu mamá, porque la foto que me mostraste hace unos días no te parecías mucho a tu mamá.

– No sé yo solo sé que… – alcanzó a decir Margarita cuando de pornto entró un hombre, de aspecto joven, cargaba consigo un bolso y estaba descalzo, no podía verse su rostro, la sombra de su gorra tapaba la cara.

– ¿Qué hace ella acá? – preguntó el hombre oscuro.

– No te preocupes ya se va, solo vino a despedirse. – dijo el viejo.

– ¿Pero quién es? ¿Y por qué puede verme? – comentó sorprendido el oscuro.

– Realmente no lo sé, pero te aseguro que no me extraña para nada – dijo el viejo riendo.

Margarita solo lo miraba, no podía decir una palabra, el oscuro estaba desconcertado y no paraba de mirarla.

– Viejo esta niña me está incomodando. – le dijo al anciano señalándo a Margarita.

– ¿Hace cuánto no te pone incomoda una persona?

– Me resulta muy familiar…

– Margarita es hora de irte, ya es muy tarde y te pueden ver.

Margarita se levantó de su silla y se puso al lado de la cama, agarró el brazo del anciano y le dijo – No sé cuánto falte, pero ¿me prometes que cuando vaya para allá vamos a salir con Cecilia y vos a pasear?

– Sí Margarita, y quiero que hagas muchísimas cosas para que tardes miles y miles de años en contármelas ¿sí?

– Sí, entonces no me despido nada ¿sabés? Nos vemos viejito. – dijo y le dió un beso en la frente, salió caminando sin dejar de mirar al oscuro, despacio, y al cerrar la puerta se quedaron ambos en silencio por unos minutos, el anciano se peinó con las manos y se acomodó la bata en la cama mientras su acompañante sacó un montón de papeles de su bolsillo y los empezó a revisar.

– Emm… si, ¿ella es hija de una tal Mariana? – dijo el oscuro.

– Sí, ¿puedo pedirte un favor?

– Apurate – contestó violento.

– Ella es muy curiosa, y puede verte… si la ves y te pregunta por favor no le digas. Deja que llegue el momento.

– Ay viejo, ¿Vos te imaginas si todos supieran la verdad?, pero te prometo que no le digo nada. ¿Vamos?

– Si, estoy listo.

El oscuro toma la mano del anciano, y este sonríe, sonríe con lágrimas en sus ojos. Luego de esto se apaga la luz, y luego… Nada.

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