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El mausoleo a la tragedia de Alpatacal

Suelo dar paseos por los cementerios. Nunca he sabido muy bien porque siento esa extraña fascinación por recorrer cementerios públicos, esos que tienen restos de 1800, los que pertenecen a los municipios, creo que es por el folclore propio de cada uno de ellos, las fotos en las tumbas, los recuerdos, los mausoleos, o porque siento una calma muy extraña. La calma que al final, a todos nos llega.

Es tarde. Cuantos sueños quedan por cumplir del otro lado de la cordillera. Hay que dormir, al otro día nos van a recibir en Buenos Aires. Es tarde y no puedo dormirme pensando en todo lo que he dejado por esta vida que llevo.

Escondido en el medio del cementerio de la Capital se encuentra, entre medio de muchos otros mausoleos y frente al solar cerrado de los ingleses, uno que se destaca, no sólo por estar abierto a los visitantes, sino porque tiene una arquitectura antigua y un lema que reza «Víctimas ferroviarias de Alpatacal». La curiosidad mata al gato, dicen algunos, a mí, al menos, me ha permitido conocer historias corroídas por el paso de los años, que han dejado marca.

– 7 de julio de 1927. Esa fecha me estremece cada vez que la digo. Quizá para muchos no significa nada, tu abuela seguramente tampoco existía – me dijo aquel hombre de uniforme parado en la entrada del mausoleo.

– Mi abuela nació en el 37 señor – le dije.

– Y si, es lógico. Nadie los recuerda a los muchachos. Era de noche, dormían, había mucho que hacer al llegar a Buenos Aires. Pensaron que después de cruzar en tren la cordillera, ya no quedaban retos por afrontar. “Les quedaba el peor” – me dijo con una visible tristeza.

Muchas calles llevan un nombre que a muchos no les resulta particularmente interesante: Cadetes Chilenos. Porque todos los nacidos años después de esa fecha no sabemos su historia. Él me dijo que la contara, después de todo no merecen caer en el olvido que da la historia a muchos.

Puedo comparar perfectamente la tristeza que sentí aquel día frente al mausoleo, con la que sentí cuando en el cementerio de La Recoleta vi el imponente mausoleo de los caídos en la guerra de la Triple Alianza. Pero con la diferencia de que estos cadetes no estaban en guerra con nadie. Esa vez no.

Algo me dijo que me despertara. Abro los ojos, es de madrugada y todos duermen. Me pongo las botas, siento de pronto un golpe en seco, caigo al piso y empiezo a gritar buscando a los demás. Hemos chocado, y en lo peor de la situación se dio vuelta el vagón. Siento chirridos y no hay luz. Veo a Fonseca tirado en el piso, y le golpeo la cara. No responde.

– Sabés que justo en ese momento se prende fuego el maldito tren y empiezan a morir más de los que estaban inconscientes. Estación Alpatacal. Algunos logran escaparle a las llamas y salen afuera y ven el desastre y la desolación. El convoy había chocado de lleno con uno que estaba parado en la estación, listo para partir.

El fuego ilumina la maldita escena. Logro salir y la pierna me sangra, se me clavó una astilla en la pierna, pero puedo caminar. Veo que no sólo hay chilenos involucrados, también hay argentinos. Esto parece un maldito campo de batalla iluminado por el fuego. Me encuentro a Vega, me mira, ve que puedo caminar y los dos nos metemos de lleno al tren a rescatar a todos los que podemos, entro de vuelta y miro todo el horror dentro. Intento sacar el fierro que atrapa a Álvarez, pego el tirón, siento un dolor punzante en el cuello. Cierro los ojos.

– Los repartieron en tres tandas, los ilesos a Buenos Aires, los graves a Mendoza y el resto a Los Andes… y bueno, estos son algunos de los que quedaron – me dijo el hombre visiblemente emocionado.

– ¿Y usted a dónde fue? ¿Algún familiar suyo falleció en Alpatacal? – Le dije.

– Yo, bueno nena, me quedé acá. Ferroviario, de profesión maquinista.

– ¿Pero usted es el Maquinista? ¡No puede ser! ¡El Maquinista fue de los primeros que falleció! – Le dije sin poder creer lo que el hombre me decía.

– Este es mi castigo supongo. Debí haber tenido más cuidado, después de tanto tiempo sigo inventando motivos, razones. No dejes que caigan en el olvido, los muchachos no se lo merecen – y dicho esto el hombre me miró a los ojos, esbozó un gesto compasivo y entró al mausoleo. Cuando entré atrás de él, había desaparecido. Lo reconocí en una de las fotos que estaban sobre una de las vitrinas dentro del mausoleo.

Tanto dolor fue el que causó la Tragedia de Alpatacal, ocurrida el 7 de julio de 1927. Se les rindieron muchísimos homenajes tanto en Argentina como en Chile, y su mausoleo sigue ahí, a casi 90 años de su construcción. Y aquel Maquinista que dio su vida, también sigue ahí, esperando que algún curioso como yo entre con la curiosidad suficiente como para contarle su historia. Una historia que permanecerá para siempre, siempre y cuando el tiempo no los borre.

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