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Memorias de un asesino

Era el primer día de Camila en la biblioteca pública de Mendoza. La habían enviado para hacer horas al servicio de la comunidad por haber participado en un robo. Desde el primer principio, ni ella ni el bibliotecario estaban preparados ni dispuestos para trabajar juntos.

El hombre pequeño, calvo y frágil, de unos enormes lentes trabajaba ahí desde hacía treinta años. Trató de mantenerla lo más lejos posible, así que le dio el área de libros infantiles, prohibiéndole entrar a las demás secciones, pero ella no tenía intención de obedecer a un viejo agrio, así que todas las cosas que él decía las tomaba como un reto. No obstante, el bibliotecario se puso paranoico cuando la vio arrimarse a una oscura sección del lugar, empolvada y atestada de libros viejos. Esta vez sí se asustó. El hombre le dijo que aquella era una sección de libros prohibidos, que no estaban disponibles al público, que tenían un alto valor histórico y que si la volvía a ver en ese lugar se iba a meter en problemas serios con él.

Un día, cansada de la constante actitud del hombre, decidió investigar más sobre aquella “sección prohibida”. Esperaba a que nadie la viese, atravesaba el pórtico y tomaba cualquier libro al azar. Se los llevaba a casa, veía una cuantas páginas y los tiraba a un rincón porque los notaba aburridos, no entendía porque el bibliotecario los cuidaba tanto sí no tenían nada de interesante.

Hasta que un día tomó un libro muy distinto a los demás, estaba cubierto en piel como muchos otros, pero la cubierta era delgada y tan suave que al tocarlo daban ganas de acariciarla más de una vez. Ese libro no tenía título, editorial ni ilustración en la portada, en realidad no tenía nada, ninguna marca que dañara aquella bella piel.

Camila decidió abrirlo para ver de que trataba pero cuando lo hizo, una ligera brisa alcanzó a enfriar sus pies y un escalofrío le recorrió el cuerpo al ver que en realidad tenía en sus manos un diario intimo en donde se relataban asesinatos de una persona desconocida.

Comenzó a leerlo y las cosas que se narraban ahí, rebasaban por mucho las peores películas de terror que había visto en su vida. Sentía mucho miedo y tristeza, pero aun así, algo la atrapó y siguió leyendo, en tan solo unas pocas páginas su mente estaba hecha trizas, pues en cada una de ellas se narraba un terrible asesinato y aun restaban muchas páginas por leer. No tenía tiempo de verlas todas, así que saltó a las ultimas, las cuales resultaban por mucho, peores que las primeras, como si la maldad del dueño del diario hubiese crecido al escribirlo.

Al día siguiente, llegó a la biblioteca y corrió a ocultar el libro. No quería que nadie viese que había desobedecido al bibliotecario, mucho menos que la encuentren con aquel ejemplar en las manos. Se dirigió al mismo lugar de donde lo tomó y con muchos nervios lo introdujo entre los mismos libros, entonces alguien apareció detrás de la estantería, mirándola con ojos de vidrio frívolos, pequeños de la miopía, cínicos… la habían descubierto. Camila le entregó el diario al hombre que se lo había prohibido, le confesó que le había desobedecido, y le pidió disculpas por ello.

El hombre lo tomó con una sonrisa y simplemente dijo “no te preocupes, con esa actitud lo único que has logrado es que hable de vos en mi diario”.