/Mendoza Dixit – Capítulo 3: Corré Tomas

Mendoza Dixit – Capítulo 3: Corré Tomas

La mañana se convertía en mediodía cuando Tomás Mendoza decidió, como impulsado por una fuerza mayor, que no era tiempo de marcharse. Que la casa a su espalda escondía demasiados secretos todavía como para dejarla atrás.

Miró nuevamente para afuera, en busca de aquel cruel testigo que pudiese observar sus fechorías, pero no había nadie. El silencio del mediodía mendocino era lo único que observaba los movimientos de Tomás. Parecía que todo el entorno permanecía estático, expectante a lo que el protagonista afrontara.

Giró en su eje, y entró nuevamente a la casa. Esta vez, el miedo se veía opacado por la curiosidad, y la curiosidad le daba una luz de valentía. Empezó a caminar mirando el suelo mientras pisaba en  cada paso, las fotografías llenas de tierra que parecían mirarlo atento. A medida que se adentraba, la luz natural se acababa. Se detuvo y sacó nuevamente el celular de su bolsillo. Deslizando el dedo, lo hizo brillar en la oscuridad. Arqueando los ojos, chequeó los iconos de la pantalla:

-Tengo bastante batería por suerte. Si esto fuera una mala película de terror, también se me hubiese apagado el celular.- Bromeo nervioso para él mismo, Tomás.

Mientras la pantalla aún no se apagaba, recordó otra de sus preocupaciones: la policía.

-¡Al carajo la policía!- Casi gritó Tomás –Ya estoy hasta los huevos, de acá no me voy hasta saber que mierda pasa.-

Tomando una decisión tan importante como la de volver a entrar a la casa; fue que tomas puso un pie delante del otro y empezó a caminar, alumbrándose con su celular, hacia la puerta al final de la habitación. Paso a paso, la tierra se hacía más espesa y las fotos del suelo parecían desaparecer de  a poco bajo un velo de pesado polvo, aunque Tomás sabía que ahí estaban; decenas…cientos de ellas.

Haciendo caso omiso de los espejos y los muebles, apresuró el paso. Lo único que lo hizo desviar la mirada del suelo, fueron aquellas figurillas de cerámica. Aquellas que todavía no dejaban hacerle “ruido”. Pero prefirió no darles demasiada importancia esta vez. Tenía que terminar lo que se había propuesto.

La oscuridad fue mayor cuando se encontró frente a frente con su objetivo: la puerta. Alumbrando la zona de la cerradura con el celular, se encontró con una nueva sorpresa -aunque adentro de aquella casa parecía que ya nada iba a sorprenderlo-. El picaporte no existía. En su lugar, relucía un hueco en la puerta, cubierto por telas de arañas. En los alrededores del inexistente picaporte, se podía apreciar claramente la madera maltratada, como si alguien la hubiese golpeado, incluso hasta arañado.

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Empujó con la mano hacia adelante, pero el pórtico no cedió. Puso empeño al empujarla con el hombro, pero la puerta no se mosqueaba. Haciendo caso omiso a las telarañas, metió un dedo por el hueco del picaporte y forcejeó la puerta. Pero la fuerza era escasa. La puerta permanecía inmutable.

-Yo a esta mierda la abro como sea.- Se juró.

Fue cuando Hollywood invadió la cabeza de Tomás. Se imaginó en plan detective, pateando puertas al azar para descubrir del otro lado, el desenlace de un film. Guardó el celular, y guiándose con la poca luz que la puerta principal propinaba, tomó carrera y preparó su pierna derecha para el golpe. Ya poco le importaba el ruido y mucho menos los testigos. La curiosidad ahora tenía un nuevo sinónimo, y ese sinónimo se escribía “Tomás”.

Corriendo tres certeros pasos, descargó una patada a la altura de la cerradura que hizo estremecer todas las paredes. Uno de los espejos se balanceo sobre su eje, algunos de los adornos de cerámica cayeron al piso y se quebraron en un estruendoso golpe, las fotos más cercanas a la puerta volaron por el aire y se mezclaron con una gran nube de tierra, impulsadas por el viento que la puerta emanó al abrirse bruscamente.

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Tomás empezó a toser por el polvo, por un momento no vio nada más allá de su nariz, pero poco a poco el polvo empezaba a asentarse, y la visión dejaba el detrás de la puerta al descubierto. Tanto así, que pasados apenas unos minutos ya se encontró frente a frente con el otro lado.

El otro lado era un pasillo no muy largo, de apenas tres metros aproximadamente, que topaba en lo que parecía un baño. No tenía puerta, por eso es que Tomás dedujo rápidamente por las instalaciones –bastante ajetreadas-, que se trataba de un sanitario. Una puerta aparecía sobre la derecha del pasillo enfrente a una puerta izquierda. Bueno, decir “puerta”, es solo un formalismo, puesto que ninguna de las tres entradas, contaba con puertas. Sólo los marcos quedaban para dar entrada a las habitaciones.

Rápidamente, con el afán de querer develar el misterio, Tomás entró a la habitación de la derecha, la que resultó ser –o había sido- la cocina. Divisó una cocina añeja, una heladera de metal totalmente corroída pero intacta y hasta alacenas de puertas herméticamente cerradas. Todo cubierto en polvo, pero todo intacto, congelado en el tiempo. Con la punta del pie izquierdo, removió la suciedad del piso buscando fotografías debajo de la tierra, pero no encontró nada. Alumbró a diestra y siniestra, pero no había fotografías en el piso de aquella cocina. Después de observar por un tiempo más la cocina, giró hacia la habitación de enfrente.

Aquí todo era diferente a las demás habitaciones. No había muebles intactos, incluso no había mueble alguno. Sólo en el medio de una gran sala, se encontraba nada más que un elástico de un camastro antiguo. Tomás se acercó despacio, esta vez el miedo volvía a reinar en su cuerpo. No sabía bien porque, pero algo no le gustaba de aquella otra habitación. Se asombró al darse cuenta que ninguna de las dos habitaciones que había estado – tanto “la cocina” como lo que parecía “el dormitorio”- tenían ventanas. Carecían de alguna entrada de aire…o de luz.

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Mientras más se acercaba, la luz del celular más debelaba. Primero vio el cabezal de la cama. Limpio. Completamente limpio. Un paso más, y otra revelación: los bordes de la cama, a la altura de las manos, lucían golpeados, lastimados, como rayados o…arañados.

-Me tengo que ir de acá, me tengo que ir- dijo moviendo la cabeza.

El celular sonó justo cuando Tomás había preparado a su cuerpo para salir. Se pegó un susto de muerte, seguido de una sensación de alivio extrema. Esto se debía a que el identificador de llamada puntualizaba 6 letras: “Aníbal”. Atendió el teléfono con inmediata prisa:

-¡Hola Aníbal! ¡Hola!-

-…la…Hola….e escuchas?….Tomás…Hol…-

-¡No me jodas Aníbal, no me jodas! Hola, hola ¡Esto se escucha como el orto!- Tomás entendió rápidamente que la señal en el lugar era pésima.  Incluso entendió en el instante que por esa razón no había podido comunicarse en primera instancia con el tan buscado dentista.

-Espera Aníbal, no me cortes, no me cortes que tengo mala señal. Hola Aníbal, hola. Aníbal…-

El teléfono empezó a emitir sonidos distorsionados, señales de una malísima recepción. Tomás caminaba a tientas hacía el exterior de la casa. Mientras más se acercaba a la puerta de salida, menos distorsiones telefónicas se escuchaban. Cuando estuvo a dos pasos de salir, el teléfono quedó en silencio absoluto. Tomás le echo una mirada a la pantalla, para cerciorarse de no haber perdido la llamada, pero el contador de minutos avanzaba. Todo estaba bien.

-Hola ¿Aníbal?- dijo Tomás apoyando nuevamente el celular en su oído.

-…corré Tomás. Corré.-

Y la llamada finalizó.

Atónito y sin tiempo de reacción, Tomás vio el exterior de la calle. Estacionado sobre una de las casa de la cuadra de enfrente, estaba un patrullero. No muy lejos de las puertas del auto, dos oficiales de policía le daban la espalda a Tomás, mientras hablaban con un vecino.

-Corré, Tomás. Corré.- pensó – ¿Por qué me dijo eso? ¿Correr? No; es imposible que sepa algo como esto. Esto no puede estar pasando ¿De qué tengo que correr? ¿De estos policías? ¿De la casa? Todo se está volviendo muy extraño. Realmente muy, muy extraño-

 

 Continuará…

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