/No sea usted un crédulo

No sea usted un crédulo

Viene esta narrativa de la incertidumbre que algunas personas han causado en mi normalmente crédulo corazón. Hace poco, deambulando errante por este mundo de hombres que dicen, “yo creo esta cosa… porque así hago yo siempre”, descubrí que, de las tantas creencias, pocas sobreviven a la acción; a la hora de profesarse, se dice más bien, “donde dije digo, dije Diego”. Meditando en esto, recordé cierto día en el que una buena amiga, con la que desafortunadamente he perdido contacto, me dijo, “David, eres demasiado inocente”. Concluí que, a día de hoy, la sentencia se mantiene en la infalible verdad. Soy un gran inocente; tiendo a creer ciegamente en los dictámenes que la gente dice creer y termino cosechando lo que la gente de verdad cree. Hoy en día, no se puede creer en la gente, porque la gente no cree en la gente.

Dígame usted, ¿en qué cree? Pues en algo tiene que creer. No me diga, sin embargo, que no cree en nada, porque estará usted mintiendo; dígame, “yo creo en la incredulidad”, y yo, que soy un ignorante de esa creencia, le preguntaré, “¿cómo se cree en la incredulidad?”, e imagino que no sabrá qué decirme. Corregirá pronto y buscará una creencia universal, esa respuesta-coletilla que a todos nos salva de una mente en blanco que no tiene de donde sacar respuesta; dirá entonces, “yo creo en la gente” y, sin duda alguna, le aplaudirá la gente por tal grande moralidad. “¿Cómo se cree en la gente?”, preguntaré yo que aún no entiendo, y usted, con la mano en el pecho, dirá algo así como, “ayudando a la gente, así”; pronto pondrán un artículo en Facebook, de usted, un video quizás, y se volverá viral, como dicen hoy en día.

Pregúntele usted a un católico en qué cree; él, como San Manuel, dirá que en “todo lo que cree y enseña a creer la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica, Romana. ¡Y basta!” No obstante, insista y pregunte, “¿cómo se cree en eso?” y le dirá que yendo a misa, confesándose semanalmente, obedeciendo y rezando. El vegano creerá en comer comida vegana, el de izquierdas creerá en votar a la izquierda, el de derechas en votar a la derecha, el racista en discriminar a otras razas, el tal creerá en hacer cual, pero, ¿el que cree en la gente? Váyase usted a saber lo que hace ese. Pregúntele al católico por qué cree, y dirá porque siente a Dios en su vida, el vegano que así se siente bien con el mundo, el de izquierdas que así se hace la igualdad, el de derechas que así se enriquece la igualdad, el racista que así salva a su nación, y el que cree en la gente, ¿qué dirá? Sabe Dios qué dirá ese hombre.

¿Cómo puede uno creer en la gente? Qué tontería. El pacifista, ese que dice “España va bien”, le instará a mirar a su alrededor, al progreso, y dirá, “ahí, Señor, tiene usted el GPS, ahí Google Maps, ahí Facebook, Skype, la Santa Democracia, la libertad, los derechos humanos y todo lo que la gente hace por la gente. Por tales cosas, yo creo en la gente”. Yo diré, “vaya su señoría a Siria, ahí tendrá usted el GPS y Google Maps para bombardear y la Santa Democracia con sus libertades y derechos humanos para reír”. El positivista dirá, “salga usted a la calle, ande por ella, vea a la gente comprar, mire usted a la gente pasear y véalos disfrutar. Ahí está lo que la gente hace por la gente”. Yo contestaré, “vaya usted a Caracas y vea al personal disfrutar de la calle y del comprar”.

¿Quiere usted creer en la gente? Crea. Crea en el fracaso que engloba los miles de años que conocemos de la historia de la gente. Crea en la guerra mientras se baña en la playa, crea en la pobreza de las masas mientras se compra unas Nike en el centro comercial, crea en el hambre del planeta mientras tira el yogurt que “caducó” ayer, crea en el crimen mientras discute de fútbol, crea en la degeneración política tras evitar ir a votar por pereza; crea, en definitiva, en la gente. Se quejará usted de que el católico no fue a misa porque no tenía ganas, señalará al vegano que se comió una chuleta porque tenía hambre, discriminará al de izquierdas por cambiar de opinión y al racista por juntarse con gente de otra raza. Pero usted, ¿usted qué hace por la gente? Una vez, le dio una moneda a un vagabundo, y también donó un euro para no sé qué cosa. En fin, de poco a nada. Dirá, pues, “bueno, la cosa es que deberíamos creer en la gente”.

¡Qué desgracia, señores! El ser humano, el que en algo tiene que creer, se da cuenta de que para creer hay que hacer, pero no hace nada por creer. “Mejor no creeré en nada, así me guardo de fracasar”, dirá. No diga usted tales cosas, hombre, que la resignación no lleva a ninguna parte. La verdad, es que uno cree en lo que hace, las acciones revelan la verdadera creencia de los individuos; mire, mire en su interior y dígame en qué cree. ¡Ah! ¡Bingo! Usted cree en si mismo, es decir, todo lo que hace lo hace por usted.

Así, en esta noche de intensas recapacitaciones y grandes decepciones, concluyo que la hipocresía del hombre es universal; todos queremos creer en la moralidad, y pensamos que en ello creemos, pero lo cierto es que sólo creemos en nosotros mismos. Ahora, si alguna solución he de encontrar al egoísmo incrustado en la individualidad de cada humano, es esta: sepa usted primero en qué cree para decir en qué cree. Si cree en la gente, haga algo por la gente; aunque sepa que la gente no cree en usted. La gente no cree en la gente, porque la gente no cree en la gente, por eso la gente cree en si misma. Si cree usted en la gente, será, sin duda, un crédulo inocente; mejor crea en lo que hace, mejor crea en usted, pues es lo único que hace. En fin, la gente no va bien; de la gente, no sea usted un crédulo.


Soy mi mejor amigo, una de mis canciones preferidas del musical Chicago

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