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¿Cómo se inspira un cuentista amateur?

Cuando era muy pequeño, imaginaba que todos los oficios se estudiaban. Por eso si uno quería ser bombero, debería antes ir a la universidad de bomberos, estudiar y luego graduarse. Y el hecho de que en el futuro seas un buen bombero, no correspondía a un mérito por la valentía, ni por la vocación de servir, no. Correspondía a que eras el mejor de tu clase, y que por graduarte con el mayor puntaje en dicha universidad, te convertías en alguien superior.

Recuerdo la charla donde descubrí que nada era como yo pensaba. Era de tarde, y un ex mandatario estaba dando un discurso por televisión; entonces en mi mente de infante, se me cruzó (como a todos los niños alguna vez) la idea de ser presidente. Corrí apresurado a la falda de mi madre, y tironeando las tiras de su delantal, le pregunté con toda inocencia: “Mamá, ¿Dónde tengo que estudiar para ser presidente?” La respuesta fue clara: Cualquier persona puede ser presidente. Me explicó en ese instante, que había ciertos oficios a los que podíamos acceder sin tener una preparación universitaria previa. En ese mismo momento, todo un universo de oportunidades se me presentó delante como un abanico abierto. ¡Qué no tengo que estudiar para hacer ciertas cosas! ¡Y cosas tan importantes como ser presidente! No había tiempo que perder, el mundo era mío, y todo para mí. Los estudios podían esperar, siempre y cuando mi vocación y mis ganas sean más fuertes que un título.

Que equivocado que estaba…

El pasar de los años sólo trajo aparejado la gran verdad, aquella que todos sentimos sobre nuestros hombros alguna vez. Te encontrás en un mundo donde a los cinco años te enseñan a jugar, pero a los seis te uniforman, te forman y te socializan. Pasas de la maravillosa vida utópica de dibujar con crayones de colores, a la vida de repetir como robot, que después de la letra A, viene la letra B. Si lo vemos a grandes rasgos, parece que estuviese escribiendo como si fuese un resignado de la vida, pero no piensen eso. La vida es hermosa, lo malo es la imposición.

El deseo de convertirse en un “héroe” sin estudios se va opacando. Y llegas al punto donde ser bombero, astronauta, o jugador de fútbol parece ser una tontería. No es culpa nuestra, es lo que nos muestran. Es la gran frase: “Tenés que estudiar para ser alguien” la que nos opaca el sentir. Cuando en realidad nos convertimos en héroes simplemente por la acción de respirar. Porque ya es heroico querer ser.

Los años pasaron, estudié, trabajé y viví. Pero siempre en mí tintero me quedó esa imagen de poder ser algo más, ese algo más que se siente fuerte en el corazón pero que la razón silencia. Por suerte, en algún punto de mi vida, algún alma caritativa me regaló un libro. Quién se imaginaría que mi vida quedaría tan ligada a este objeto. Leí hasta que mis ojos dijeron basta, y cuando no encontré más nada que leer –tal vez porque nada llamaba mi atención en ese momento-, decidí crear. Y ahí la magia empezó. Todas mis ilusiones se transformaron en letras. Mundos de ensueño, héroes y villanos regaban, letra a letra, mi universo.

Hoy en día, después de muchas corrupciones a mi alma, sentarse a escribir no es tan utópico como ayer. Tal vez he mejorado con la práctica y no me cueste tanto como antes, pero si es diferente la creación. Uno no crea universos alternos donde un héroe puede salvarnos de todo. Ahora el vivir día a día, el observar la calle, hace que el cuentista amateur tenga su cuota para poder expresarse. Muchas veces los cuentos no son vivencias propias, sino que son vivencias ajenas observadas: Una lagrima de alguien desconocido en el medio de la calle, un beso de dos jóvenes amantes en una plaza. Todo puede ser inspiración. Cosas como el amor, la felicidad, incluso el odio o el rencor pueden ser los detonantes de una historia. ¿Nunca te pasó que leíste algo, y parecía escrito sólo para vos? Bueno, es así, la empatía vive hasta en el más apático de los seres, somos una comunidad y siempre vamos a sentir cosas parecidas.

El escritor que estudió periodismo, el escritor que estudió comunicación social o cualquier escritor que tiene un título colgado en la pared, de seguro va a tener una lírica perfecta, y una métrica exacta a la hora de redactar, pero puedo asegurarte que jamás podrá poseer esa pizca de libertad, porque lamentablemente ya la perdió. Por eso te invito a que le saques punta al lápiz, agarres una hoja, y te liberes, porque todos somos escritores y todos podemos ser cuentistas amateurs.

Siempre digo que el primer momento que apoye el lápiz contra el papel y solté mi imaginación, es comparable a la primera vez que me enamore: Era torpe, sin ningún parámetro claro, pero era libre. Era feliz. Al día de hoy cada vez que el lápiz tiñe lo blanco del papel, mi corazón ama nuevamente y las paredes de mi mundo caen ladrillo a ladrillo, dejando ver ese mundo que la razón calla. Soy libre y eso nadie puede quitármelo.

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