Hoy me salgo de la astrología, aunque no tanto porque todo está conectado en una energía que nos trasciende. Y si hablo de trascendencia hacer filosofía sobre la libertad es una pérdida de tiempo. No se puede trascender desde el cautiverio, sólo los libres son capaces de entender el concepto del desapego en la sublime expresión del ser sin tiempo y sin espacio.
Sin embrago, no es una pérdida de tiempo pensar en las bases de una existencia que lucha por quedarse e imponerse en el espacio elegido para pararse desde un aquí y ahora, arraigados a lo que sea que nos ata. Si me hablan de libertad en base a una constitución redactada por unos pocos que se decían representantes de los menos que existían en ese entonces en este fin del mundo que llamamos Patria y que pretende ser republicana, no me siento identificada. Ya no.
Las constituciones ordenan las libertades individuales en función de la colectiva. Pero no hay en las constituciones indicios de una libertad que siempre sentimos que nos falta porque vivir en libertad es, ante todo, una decisión que sale desde la convicción de no ser un mercenario de otro y mucho menos un carcelero, ni hablar de una víctima.
¿Cuánto te pagan por trabajar? ¿En serio trabajar es digno? Sé honesto y decime que te gusta mucho y te hace valioso recibir un sueldo en mísero pago por tu tiempo. Un sueldo con el que pagás servicios e impuestos, con el que comprás comida y remedios, con el que mantenés una movilidad que necesitás más que nada para ir a dar tu tiempo a esa oficina a merced de los objetivos de otros y a cambio de horas de sueño, de sueños sin concretar y de un mercado que vende lo que otros comprarán con el dinero obtenido también por vender su tiempo a cambio de migajas monetarias que sostienen el sistema que prohíbe más de lo que permite. ¿Eso vale tu tiempo o en realidad lo estás rematando a cuenta de un destino que terminará con un haber a favor de tus herederos y acreedores y dejó en el camino tu vida entera?
¿Qué tan realizado te sentís de ser fiel a otro? Y no creas que hablo de parejas. Hablo también de clanes familiares, de estirpes heredadas, de apellidos, de profesiones, de religión y hasta de ideología. ¿Qué compensación recibís por esa fidelidad? ¿Qué parte de tu ego se siente tranquilo allí? ¿Qué comodidad obtenés a cambio de serte infiel a vos mismo? Ahora estás alienado de todo aquello y preguntándote para qué lo hiciste, dónde están esos que te hablaban de dignidad, honor e historia. Muertos. Ellos están muertos y vos estás vivo honrando una memoria que te pesa como una mochila llena de piedras, repitiendo el mito de Sísifo una y otra vez, cada día, todos los días.
¿Qué tan buena gente te sentís al no tener deudas con el Estado y despotricando contra los que viven de él? Ser parte del sistema no te da más derecho que someterte a él, te recuerdo. Vos pagás para que otros disfruten, vos trabajás para que otros ganen, vos vas por derecha porque te dijeron que era lo correcto y que ir por la vereda del deseo era pecado. ¿Te preguntaste alguna vez qué pasaría si no hicieras nada de eso, si te declarás en rebeldía contra lo institucionalmente instituido en el marco de un sistema que desde que nacés te pone un número?
Sí llegaste hasta acá, seguí, no seas cobarde. Seguí aunque me llenes de adjetivos que poco importan porque jamás sabré lo que pasa en tu cabeza y tendrás que hacerte cargo solo.
Seguí porque quiero hablarte de libertad. Pero esa libertad que no tiene que ver con el poder hacer sino con ser. Ser con todas las letras y en toda la dimensión de la palabra y te pregunto: ¿Quién sos?
Mirá que te veo y ahí vas, respetando un protocolo del miedo, cubriéndote la boca que te taparon porque todos se dieron cuenta de que lo que sale de ahí es mierda enfermante. Ahí vas con el alcohol en gel, para lavarte las manos cada vez que tocás algo que no te pertenece, algo ajeno, algo que encima ensuciaste. Ahí estás, ansiando abrazar a otros, reflexionando sobre los abrazos que otrora negaste, siendo conciente de que no estás más solo que antes, sólo que ahora te das cuenta y ya no tenés manera de ser falso. No hay tiempo, además. No hay necesidad. No hay para qué. Más que abrazar querés que te abracen para que el ego tenga el mimo al que lo acostumbraste.
Lo que pasa con el contexto inolvidable de estos tiempos trascendentes es que nos dejó desnudos y adolescentes de lo más básico que tenemos y el principio primero de la humanidad: ser con otro. Ese otro es quien te define. Y yo te pregunto quién sos y no tenés a ese otro que te lo diga, que te lo refleje, que te lo confirme.
Olvidate de pensar que sos tal cosa, que tenés tal otra, que ganás tanto y que vivís en cualquier lugar, dedicándote a no sé qué. Estás solo y desnudo como cuando llegaste al mundo y estás siendo más conciente que nunca de que así te vas a ir. Que cuando te mueras ni siquiera sepelio quizás tengas, que vas a ir a parar a un horno que hará cenizas de tus huesos y quizás tus hijos o nietos te liberen al viento. Perdón la brutalidad pero no quiero decirte que las flores con las que te adornen también son cadáveres. Lamento la honestidad, pero te reto a que me contestes para refutarla y te estarás pareciendo a esos que primero te hicieron creer en los Reyes Magos y después de sacaron la fantasía, haciéndote consciente de que te vendieron una mentira con la intención de manipular tu comportamiento. Bienvenido al mundo: la gente manipula para conseguir lo que quiere de vos. Y vos accedés porque te queda cómodo el mecanismo.
Si ya sos conciente de esa finitud física e inevitable, empezás a pensar qué queda de vos además de tus cenizas, del recuerdo, de las palabras. ¿En serio seguís pensando que quedará tu lucha enmascarada detrás de una ideología? ¿De verdad creés que en los anales de la historia alguien recordará tu nombre? ¿Qué tan intenso está tu ego con esa pretensión de dios mundano?
Ubicate. Aquí y ahora. Mirá a tu alrededor. ¿Qué hay, quiénes están, qué sentís? Pensá que te estás muriendo en este instante, cosa que no es errada pues tus células mueren de a millones cada segundo. Claro que nacen otras, cada vez menos, la obsolescencia programada (gracias Fernando por el concepto que me evita hablar de vejez lisa y llana) es implacable. Te estás muriendo y no te das cuenta. Estás enfermo y no lo sabés. Vas por la vida perdiéndola sin vivir, criticando, enojado con el rufián de turno que no entiende tus necesidades, pensando que ya va a pasar, que hay que resistir, que hay que luchar, que hay que… Nada. No hay nada después de enseguida. Un pestañeo y se acabó lo que llamás vida y vuelvo a preguntar ¿Quién sos? ¿Qué dejaste? ¿Cómo te van a recordar? ¿Te van a recordar? ¿Por qué? ¿Qué hiciste por ese otro que además de joderte te define?
Me gusta pensar, porque de hecho me sucede, que recuerdo a la mujer anónima que me trajo un café caliente y dulce cuando estaba pálida en mi auto después de quebrarme el cuello contra el volante; recuerdo al desconocido que me dejó un mensaje de amor debajo de un texto que leyó; recuerdo al tipo que me agarró del brazo antes de que resbalara en el cordón de la vereda y me atropellara un auto mientras iba con el celular en la mano hablando con ya no recuerdo quién (a ese con quien hablaba mientras casi me atropellan, no lo recuerdo; fíjate qué ironía). Recuerdo al que me perdonó un vuelto porque no tenía cambio. Recuerdo al que en una máquina de café me dijo que probara el latte vainilla. Recuerdo a la primera persona que me dijo: “nunca dejes de escribir” y recuerdo la última vez que vi a un alguien (no importa quién) sin saber que era la última vez, aunque lo fue.
No los extraño, no sé ni siquiera su nombre, pero los recuerdo. Ellos quizás están en sus mundos, pensando qué dejarán a los suyos cuando se vayan, inconcientes de lo que me han dejado a mí en ese fluir generoso de ser auténticos con un extraño sin pedir nada a cambio. Libres.
De eso se trata. Primero ser y, luego, ser libres que lo demás… lo demás no importa.
El lunes te cuento sobre los astros, ahora te dejo con Miguel Mateos para que hagas el amor con la libertad.
Idola