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Terror x 2: Mi Julia

N.D.R: Este relato parte desde una premisa particular en el grupo de Facebook «Mendoza Tiembla: historias de terror de Mendoza» (click para unirte). La misma costaba en subir la foto que más miedo te haya dado, la que más «me gusta» tuviera, iba a ser la elegida para dos relatos de terror, escritor por Damián Valentín y el Dr. Bomur. Acá va uno de los relatos, al final encontrarán el enlace para ir al otro:

Mi Julia

La primera vez que la vio quedó atónito frente a la pantalla del noticiero. Era perfecta, extremadamente hermosa para ser periodista, parecía una modelo dando las noticias, una estrella del cine actuando las novedades. Quedó perplejo ante tamaña belleza. El rostro delicado de Julia Soto, portadora de una mirada arrolladora, de unas cejas infinitas que enmarcaban dos ojos negros profundos. Su tez blanca contrastaba a la perfección con una boca roja, de labios gruesos, húmedos, que dejaba fluir una voz estridente, pausada y precisa.

El impacto generado en Luis por la chica fue tal que, a partir de ese medio día, no se perdió ni un solo noticiero, aún sin importarle lo más mínimo las novedades de la jornada. Era ella, era Julia la que lo tenía atrapado a la pantalla. Vivía solo y trabajaba en un frigorífico recibiendo animales por las noches. Regresaba de madrugada a su hogar cansado y sucio y por lo general dormía hasta la hora de la siesta, aunque desde que apareció la periodista en su televisión, la alarma del despertador sonaba cada mañana a las 11:55 para tenerlo a él, de pie esperándola para verla dar las noticias.

Luis Carmona era un hombre silencioso, esquivo, introvertido y de muy pocas palabras. No compartía sus días con nadie, se lo veía siempre solo. Sus compañeros de trabajo le tenían como un tipo de pocas luces, un garabato huraño. Lo veían despostar a los animales con una dinámica sistémica, como un robot asesino, cercenando las piezas de las reses en silencio, mientras la sangre corría por sus manos y estallaba en su rostro. Nunca reía, hablaba muy poco y no se relacionaba con ninguno. Taciturno y cabizbajo llegaba a su trabajo al matadero a las ocho de la noche, entraban a eso de las nueve y regresaba a las tres de la mañana a su casa, caminando, siempre solo, escondido entre las sombras de los callejones que separaban el frigorífico de su barrio.

Pero ahora había algo que encendía los días oscuros de Luis… la hermosa Julia. Ella hablaba del zonda, del paro docente, de la suba del dólar, del calor del verano, del granizo en el campo, de política… todo con una suavidad angelical que lo sumía en un estado de ansiedad que poco a poco se iba transformando en una obsesión. Una noche, yendo al trabajo, la vio en la portada de «Espectáculos» del diario… «Julia Soto la periodista que cautiva al público Mendocino». Compró el diario y ahí mismo lo hojeó. Sin lugar a dudas faltó al trabajo. Dentro había una sesión de fotos bastante osada de la joven periodista, donde mostraba con más audacia sus curvas, la jovialidad de su piel y una hermosa cintura dorada por el sol, ante la mirada lasciva de Luis.

Por primera vez sintió algo muy extraño… algo profundo e imposible de controlar, algo animal, un sentimiento posesivo y egoísta. Sintió celos. Él había descubierto a Julia por primera vez… y ahora todo Mendoza clamaba por su presencia en el noticiero. Ella le pertenecía. Fue él quien la vio debutando en su primer programa, cuando no era más que una recién egresada. Ahora que todos la admiraban sintió unos celos profundos. Cuando se enteró que la periodista iba a comenzar a conducir un programa de radio por las noches, su obsesión cobró tintes insospechados. Compró una radio portátil que lo acompañó cada noche. La voz de la chica endulzaba sus jornadas laborales de manchadas de sangre y viseras. Los compañeros del matadero se preguntaban qué escucharía el demente de Luis, blandiendo su cuchillo con gracia mientras sorteaba el cable del auricular para no perderse un instante de programación.

Las fotos de Julia comenzaron a decorar la habitación lúgubre del hombre, participando activamente de sus más ardientes sueños. Luego siguieron decorando el resto del gris hogar, dándole algo de color a aquel tugurio decadente. Hasta que un día sucedió algo inesperado… algo que sacó de los cabales a Luis. Apareció en pantalla Guillermo Araniti, un joven y corpulento periodista deportivo que se sumaba al programa. Su irrupción fue colmada de aplausos y complicidad por parte del plantel femenino del noticiero, generando automáticamente que el carisma de Guillermo atrapara a la audiencia… y a la hermosa Julia. El ataque de celos comenzó con una virulenta embestida contra la pantalla, destrozando el vidrio del antiguo televisor y simulando el paso de un huracán por aquella pequeña cocina. Luis lo levantó por los aires y lo arrojó contra todo lo que pudo, hasta verlo completamente destrozado, partido como su absurdo sentimiento. Al día siguiente tenía uno nuevo… y un nuevo motivo para calmar su sed. Le declararía a Julia todo su amor y la invitaría a salir. Ella lo iba a entender, le iba a decir que si, él era su fanático número uno, él la seguía desde el principio. Tenía que anticiparse al estúpido infeliz de Guillermo.

Planeó un encuentro. Se paró desnudo frente al espejo, recorriendo su escuálido cuerpo con la vista, pensando en cómo sería Guillermo desnudo, en cómo sería su piel, su sexo, su perfume. Se los imaginó con Julia teniendo sexo apasionado, revolcados en sábanas de pasión y fuego, envueltos en placeres carnales, tuvo una erección y de pronto un ataque de ira brutal. Destrozó el cristal de una patada, haciéndose heridas profundas en la planta del pie y los tobillos. Él era la sombra en esa escena, la oscuridad, el espanto. Esperarla a la salida del noticiero no era buena idea, si lo veía bien sin dudas no le prestaría atención. Necesitaba estar amparado bajo el manto de la noche. Ya tenía preparado su plan. La esperaría a la salida de la radio, a media noche, le regalaría flores y la invitaría a salir.

La noche siguiente estaba sentado frente a la radio. Ubicada en una calle solitaria de la ciudad de Mendoza, casi sin tránsito a esa hora de un día martes. Escuchaba como se iban despidiendo uno a uno los conductores del programa. Pasaron unos minutos y salió Julia con otro compañero de trabajo. Un hombre grande, pelado y de lentes. Se saludaron y cada uno emprendió un rumbo distinto. Luis comenzó a seguir a Julia, desde atrás, entre las sombras. Los tacos de la chica hacían eco en la soledad de los adoquines citadinos. Él la miraba desde atrás, nervioso, agitado y exaltado. Una sensación adolescente recorría todo su cuerpo. La estaba viendo en vivo por primera vez, tan hermosa y sensual, caminando altiva y hermosa. El perfume de su pelo le llegaba a través de la brisa nocturna y lo embelesaba de seducción. Julia era suya y esa noche lo iba a saber. Apresuró el paso y le chistó. La chica siguió caminando. Le silbó, los nervios de la periodista se notaron al acelerar su caminar. La nombró y ella, por fin se dio vuelta.

Luis no supo qué hacer, tan hermosa, tan dulce y frágil. Sintió una fuerza enorme en sus manos, fue tal el vigor de su presencia que tuvo una erección, la saliva envolvió su lengua, fue sometido al deseo absoluto de poseerla ahí mismo. La chica percibió la maldad en los ojos del hombre. Él se avalanzó hacia ella. Julia quedó paralizada por la incertidumbre, algo en lo más recóndito de su cuerpo encendió una alarma. Luis la tomó por las muñecas «tenés que venir conmigo» alcanzó a balbucear, sumido en un estado enfermizo. La periodista sólo pudo gritar, el hombre le tapó la boca con su mano, pero el pedido de ayuda llegó a los oídos de Guillermo, que esperaba por la chica a una cuadra de la radio. Estaban saliendo y no querían hacer aún público el romance. El muchacho apareció como un rayo y de un solo golpe apartó a Luis de la mujer. Un segundo puñetazo puso al acosador en una posición completamente vulnerable y lo hizo volver a la realidad. Se sintió solo, humillado y desprotegido. Logró ponerse de pie y zafarse de una nueva embestida de Guillermo que buscaba reducirlo. Salió corriendo como pudo, entre gritos de Julia y las zancadas del periodista siguiéndolo. Logró escapar por poco, lastimado y atormentado por lo que acababa de ocurrir. Había perdido para siempre las posibilidades de seducir a la mujer de sus sueños.

Esa noche no durmió. Destrozó todas las fotos de Julia, se lastimó las uñas de tanto arañar las imágenes en la pared. Maldijo su suerte, maldijo a Guillermo, maldijo a la mujer. Luego de una ingesta de rivotril con whisky logró desplomarse en un sillón.

A las 11:55 del día siguiente lo despertó la alarma. Se levantó perdido, con resaca y dolorido por la hinchazón de los golpes recibidos. Tenía un ojo completamente inflamado y parecía que lo había arrollado un tren del dolor de espalda. Puso un café, se mojó el rostro y encendió la televisión. Los párpados de Julia denunciaban el llanto en el que había estado presa toda la noche. La noticia había hecho ecos en varios medios del país. «Acosador intenta abusar de joven periodista». Varias cámaras lo mostraban, ninguna con exactitud. Guillermo era el héroe de la jornada. Motivo más que merecido para blanquear el romance. La taza de café estalló contra la pared, como el corazón de Luis. Con furia infinita tomó una última imagen de Julia que había quedado sobre la mesada. La destrozó en varias partes y la arrojó sobre la mesa… entonces vio algo… se dio cuenta de algo. Una luz al final del túnel… la esperanza de poder saciar su sed se le había dilucidado. No era lo mejor…. pero quizás era una forma de tener a Julia… o algo que se le asemeje. Estuvo todo el día tramando su plan.

Se hizo de noche. Tomó uno de los trozos de la foto cortada. Las piernas. Largas, torneadas, finas, como de porcelana. La guardó en el bolsillo de su campera y salió a su trabajo. Al salir, ya de madrugada, se llevó de los utensilios de la fábrica su cuchillo de matarife. Una enorme hoja afilada que manejaba con gracia artística. Tomó calles distintas a las acostumbradas, se adentro por los callejones de los caseríos, pasó por plazas y equinas iluminadas con luces amarillas. Hacía calor y era jueves de madrugada. Había gente en la calle. Pasó cerca de algunas personas. Siguió unos pasos a una mujer, luego se arrimó a otras dos que charlaban en el cordón de la vereda. Pero no… estaba buscando a alguien en particular. Era un cazador sin presa. Entonces, a lo lejos, divisó a una pareja que discutía frente a una casa. Se acercó varios metros. Miró a la mujer, observo sus piernas… era ideal. Al aproximarse, el novio de la chica se alarmó. No alcanzó a preguntar qué hacía Luis ahí que un filoso tajo le cercenó la garganta, dejando fluir un torrente de sangre viscosa y oscura. La mujer no podía creer lo que acababa de ver, pero antes de moverse o gritar, el húmedo filo del cuchillo la atravesó de punta a punta, abriendo un tajo mortal en su abdomen. A la vera del camino, Luis terminó de hacer su trabajo. Degolló al hombre y mutiló a la mujer, llevándose nada más que sus dos hermosas piernas.

La mañana del jueves lo despertó con el horror en las noticias. Y él mirando con cinismo a su amada. Ambas piernas estaban en la heladera de su casa. No había rastros del asesino. Tomó la segunda parte de la foto cortada… los hermosos brazos de Julia. Delgados, fornidos, sin rastros de bellos ni cicatrices de niñez. Esta parte sería mucho más fácil.

Esa noche salió del frigorífico y se tomó un colectivo, luego otro y finalmente otro. Estaba lejos de su hogar, muy lejos. Desconociendo la arena de batalla decidió agazaparse para esperar a su próxima víctima. Escondido detrás de unos arbustos, al costado de una calle de barrio, contuvo la respiración cuando a lo lejos vio caminar hacia él una mujer joven. Otra vez la sensación de poder en sus manos… otra vez la erección. Como un rayo saltó sobre su víctima por detrás y le enterró el filoso metal en el pecho. La mujer no paraba de gritar, la ultimó metiéndole un cuchillazo en la boca, el que al atravesar la garganta de la chica, terminó por lastimarlo a él que estaba detrás. No tenía tiempo de pensar que quizás encontraban su sangre en la escena del crimen. Rápidamente cercenó ambos brazos, los introdujo dentro una bolsa de hielo que llevaba en su mochila y volvió a su hogar, lastimado y sucio, amparado por la noche.

Había un asesino serial suelto, era la noticia de la mañana siguiente. Las heridas habían sido ocasionadas por la misma arma. La brutalidad era similar. Luis miró los dos pedazos de foto que restaban. Dejó el más difícil para el último. El torso de Julia era sublime. Unos pechos justos, una cintura armoniosa, un abdomen firme. Una deportista. Tenía que ser una deportista.

Los viernes corre mucha gente en el Parque General San Martín, a toda hora y por todo lugar. Además hay zonas absolutamente oscuras entre los bosques, perdidas en calles sombrías. Luis lo sabía muy bien. Caminó por las calles menos iluminada, simulando ser un turista, mirando todo a su alrededor. La remera ajustada color fucsia de una corredora alertaba una cintura pequeña y un artificial par de pechos que se bamboleaban con cada paso. Como un remolino embistió contra la chica y la llevó con cloroformo en su boca hasta lo más profundo del bosque… ahí la ultimó violentamente, dejando los despojos de la joven y llevándose su tesoro.

Faltaba sólo la cabeza. El rostro de Julia era único, maravilloso, inmaculado. Sin dudas no habría otro que se le pareciese, pero él podía verla en todos lados. Si encontraba a alguien parecida, sin dudas podría proyectarla ahí. Recorrió varios días el centro, las universidades, plazas y calles citadinas, buscando en las mujeres un rostro que se le parezca. La ciudad estaba sumida en un miedo absoluto, andaba un asesino suelto y las mujeres eran las víctimas. Se coló en una marcha en plena peatonal. Escondido entre pañuelos verdes y gritos femeninos observaba cada facción, cada mirada, cada cabello de cuanta mujer se le cruzase por su visión… entonces la vio. Las mismas cejas, otro color de ojos. La boca un tanto más fina, el mentón más suave, pero el mismo tono y corte de cabello. Se quedó en la marcha, cerca de la mujer. Luego la siguió, ocultándose entre la gente, mirándola a lo lejos, siguiéndola con la vista. Terminó la marcha. La mujer caminó hasta la parada de un colectivo. Luis se subió al mismo que ella y se bajó en el mismo destino. Simuló tomar otra dirección y se cruzó la calle, a los pocos minutos giró sobre sus talones y volvió a perseguirla. La mujer tocó timbre en una casa. Abrió una señora mayor. Se cerró la puerta. Casa de barrio, rejas, tejas, puertas, ventanas… nada fuera de lo común. Dio algunas vueltas a la manzana, esperando que se hiciera más de noche. Y la suerte estaba del lado del Diablo. En una de las pasadas la señora mayor salió con las bolsas de basura a la vereda… fue el momento perfecto para el ingreso de Luis a la casa. Derribó a la mujer de un solo golpe, se aseguró que no se pondría nunca más en pié enterrando a fondo el cuchillo en el corazón de la anciana. Corrió por los pasillos de la casa. No había más nadie. Desde el baño la joven mujer preguntaba qué pasaba, qué eran esos ruidos. Luis trató de abrir la puerta… estaba cerrada desde adentro. La mujer preguntó por su madre. No tenía mucho tiempo. Le dio una patada firme a la delgada puerta, que se derribo rajando el marco. La mujer gritó agudo e intentó salir de la ducha, enrollándose en la cortina. Luis aprovechó la caída y de un solo y brutal golpe ascendente, separó la cabeza del torso de la mujer… la mueca de horror quedó petrificada en la cabeza. En pocos segundos el baño se tiñó de rojo. Luis escapó dejando huellas por doquier. Ya no le importaba más nada.

Tenía su versión de Julia. Las partes se habían conservado bastante bien en la heladera. Había construido una caja del tamaño de una cama y le había instalado un aire acondicionado, ese sería su lecho de amor. Ahí disfrutaría de su Julia cuantas veces quisiera. Sin ningún conocimiento de taxidermia o tanatopraxia colocó cada parte sobre la mesa y cosió todo al torso. Unió con tanza piernas, brazos y cabeza. Logró modificar el rostro de horror de su Julia, utilizando pegamento. Cuando terminó su obra macabra la contempló con orgullo. Entonces la vio relatando las noticias, dedicándoles los programas, mandando saludos a Luis, su amado, que la miraba todas las mañanas desde su casa, que la escuchaba todas las noches desde su trabajo. La abrazó y bailó con ella un vals, la vio de blanco, hermosa, virgen, inmaculada, sólo para él. Diciendo que «sí» ante Dios. Y él se vio enorme, fornido, parecido a Guillermo. Exitoso y feliz. El calor encendió su cuerpo y su sexo se irguió descomunalmente. Llevó a su Julia al lecho de amor, gélido para que su cuerpo soporte el paso del tiempo. Bastaba el calor de su placer para no morir de frío ahí dentro. Entonces la besó, recorrió su cuerpo entero con su boca. Su Julia gemía extasiada y lo llamaba, lo deseaba más que nada en el mundo. Luis apretaba la carne putrefacta, fría y pestilente de sus víctimas. Acariciaba las costuras con placer lascivo mientras su Julia clamaba que la penetre. En cuanto introdujo su sexo en lo que quedaba de aquel torso, un orgasmo electrizante lo envolvió por completo, haciéndole sentir un placer extremo, sensación que jamás sintió. Estalló sobre su Julia y quedó rendido de amor, abrazado a ella, perdido en las caricias agitadas de su amada. Por primera vez en meses logró conciliar el sueño.

Entonces, medio dormido boca abajo, sintió un ruido… no quiso abrir los ojos. Otro ruido… era una respiración. Cortada, gutural, quejumbrosa. No era la voz hermosa de su Julia. Temió abrir los ojos y despertar en otra realidad que no fuese el sueño hermoso en el que había terminado. Entonces sintió una respiración en su nuca. Algo estaba mal, su Julia no podía estar respirando… ¿o sí?, entonces como un rayo se dio media vuelta, con la velocidad de la luz. Y ahí estaba su Julia, mirándolo putrefacta y pestilente, intoxicándolo con el vaho de su aliento mortuorio. Y el horror culminó con el filo del cuchillo, que ingresó en su vientre y subió hasta su esternón, abriendo en dos su pecho para que su Julia devorara el amor.

 

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