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Un día perfecto

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La perfección es obsesiva. Y eso es un defecto.

Roberto Fontanarrosa

¿La perfección?

A veces me imagino que es como un infinito de puntos en mi lengua, como un mapa del cielo que rodea a las estrellas; una esfera de cristal que cabe en la palma de un átomo; una hoja cayendo del árbol y el árbol cayendo de la curvatura de la Tierra; es el hombre parado frente a los tanques en la Plaza Roja de Pekín, el parpadeo preludio de la sonrisa de un niño cuando recién se despierta, el directo de derecha de Monzón a Nino Benvenuti, la mayonesa casera que hacía mi abuela Cruz.

Vamos a ponerlo así, es el momento superlativo de alguna expresión, cualquiera sea, y que además lleve a un estado superior de comprensión, a una satisfacción total de las dudas.

Un nirvana a pedales.

(Maldita perfección)

El ser humano vive buscándola. Lo hace como un sabueso busca a un prófugo en un bosque oscuro, maldito, cuando en realidad la perfección está delante de sus narices pero no se percata de ello.

Por ejemplo, éste es un momento perfecto. La brasa del cigarrillo se mantiene en equilibrio mientras escribo. La tinta azul genera tsunamis en el blanco del papel; mi respiración está a compás con el resto de las cosas, como una sinfonía. El efecto Doppler del metrotranvía baila en mis oídos. Mi amigo gato ronronea en mi regazo y mi amigo perro está a mis pies mirando una mosca. El frío me mira detrás de la ventana. Todo funciona correctamente. Es un momento perfecto en su simpleza.

La sumatoria de esos instantes hace la vida más digerible. El saber rescatarlos, reconocerlos es un RPC al alma y muchas respuestas al mismo tiempo.

Un día perfecto hoy, como ayer y mañana.

(La ceniza del cigarrillo cayó y explotó en el piso)

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