/Una brujería me acompaña

Una brujería me acompaña

De las cosas que me acuerdo muchas las viví personalmente y otras me las contó mi familia. Nací un 24 de noviembre de 1984 a las doce del medio día, mi vieja tuvo en preparto un poco largo pero nada del otro mundo. A las 20:00 hs de ese día aproximadamente ya le habían dado el alta y nos vinimos a casa. Mi casa era una típica casa vieja con una galería grande y ventanales que daban al patio, el dormitorio de mi mama y mio estaba en una punta de la casa y para llegar a la cocina había que atravesar toda la galería hasta la otra punta donde estaba la cocina.

Era de madrugada y mi mama se despertó por mi llanto, se levantó para ir a prepararme una mamadera, cuando sintió en el techo como si una estampida de toros pasara por arriba. Un poco asustada salió por la galería pasando por el gran ventanal para llegar a la cocina, cuando volvió a sentir ese ruido en el techo miró por el ventanal y vió cómo el parral del patio de mi casa se caía y de un golpe en el piso volvía a su lugar. Del susto empezó a gritar, haciendo que todos en mi casa se levantasen y vieran en mismo espectáculo nuevamente. A primera hora del día 25 mi abuela se puso en contacto con una amiga suya, Teresa de Chacon, San Carlos.

En el pueblo era conocida como una bruja… de las buenas. Apenas mi abuela le contó lo que había pasado se vino hasta mi casa para revisarla y conocer a la pequeña que había traído con ella visitantes extraños al hogar.

Cuando Teresa llegó pidió verme, la llevaron hasta mi dormitorio, apenas me miró no dudó en decir que me habían hecho un brujería para que no naciera. Soy hija de madre soltera, mi viejo la dejó a mi mama para irse con una mujer que hasta el día de hoy no me quiere. Agregó que yo había sido mas fuerte que eso y había logrado llegar a este mundo, pero lo que fuera que me habían hecho me quería y me estaba buscando, que debíamos estar preparados para lo que fuese.

Después de rezar y llenar de sahumerio mi casa y mi cuerpo, Teresa le dijo a mi abuela que por un tiempo la entidad que fuese iba a estar calma, pero ante cualquier cosa extraña no dudaran en llamarla.

El tiempo fue pasando y todo volvió a la normalidad… hasta que cumplí tres años. Todo había sido normal, pero la madrugada de mi cumpleaños, mi abuelo (que era panadero y con la panadería en casa) se levantó como de costumbre a las 3 a caldear el horno para poder cocinar el pan y se encontró junto a la leña, en el patio de mi casa, tres tachos de kerosene cerrados. Cuestión extraña, porque en mi casa no habían de esos tachos. Sorprendido por verlos les pregunto a los empleados que recién llegaban si ellos lo habían traído y lo negaron. Ante su asombro entró a mi casa y le contó a mi abuela lo que ha encontrado. Mi abuela, fiel creyente a Dios, brujas y brujerías, volvió a llamar a su amiga Teresa, le contó lo sucedido y para el asombro de ella Teresa le dijo que por nada del mundo abrieran esos tachos. Dijo que tenían “tierra santa” (tierra de cementerio) y ahí había otro intento de brujería. Nos pidió que nadie lo tocara hasta que ella no llegara.

Días después de ese episodio yo empecé a sentirme mal… cada vez me peor. De esto tengo vagos recuerdos en mi mente… recuerdo arrodillarme a los pies de mi mama y pedir ayuda. Me envolvieron en una frazada y salieron a San Carlos, a la casa de Teresa. El camino fue bastante difícil, como si algo no nos dejara llegar. Lluvia, viento, el auto se cayo dentro de una zanja… hasta que logramos llegar a Chacón, a la casa de Teresa. Ella me colocó sobre una sabana blanca, prendió velas a mi alrededor y empezó a curarme. Cuando me desperté estaba acostada en mi cama habían pasado dos días de eso.

Más allá de eso, tuve una infancia hermosa, y lo que viví a mis tres años paso a ser un recuerdo muy borroso. Lleve una vida normal hasta los 13 que empecé la secundaria. Mi educación primaria y secundaria fue en el colegio del Niño Jesús de las Hermanas Mercedarias, no había nada raro… hasta que empecé la secundaria. Vivo a cuatro cuadras del colegio y me iba caminando sola todas las mañanas. Un día salí de mi casa… era una mañana fría de invierno, con una neblina que no permitía ni siquiera ver mis manos. Entonces sentí que alguien respiró cerca de mi cuello y murmuró mi nombre… “Ana”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, apresuré el paso y entré al colegio… sin alma del miedo.

Cuando cursaba segundo año empecé a tener pesadillas en las que veía diferentes cosas. Comencé a presentir la muerte, primero la de mi abuela y luego la de mi primo. Días antes los soñaba en pesadillas espantosas. Tiempo después presentí la muerte de mi tía. De ahí empecé a prestarle atención a todos mis sueños.

A los 17 las pesadillas se convirtieron en sombras a los pies de mi cama, me despertaba en las madrugadas porque me sentía observada. Las sombras a veces estaban y otras no. Pero lo más aterrador fue cuando me soñaba viéndome dormir a mí misma. Para mi era un sueño, pero las cosas cambiaban cuando me despertaba. Soñaba que me paraba a los pies de la cama y me veía dormir, pero cuando me despertaba estaba parada a los pies mirando la cama vacía. Supongo que soy sonámbula.

Los fines de semana la pasaba con mis primos en el bowling que ellos tenían y cuando nos quedábamos solos empezábamos a sentir que no estábamos tan solos como pensábamos. Podíamos ver como los carteles que colgaban arriba de la pedana se empezaban a mover solos. Sentir las bolas rodar por las canchas y tirar los palos como si alguien jugara… y no había nadie. Estos sucesos fueron siendo tan seguidos que me fui acostumbrando. Hoy ya es normal escucharlos y sentir las presencias.

Hace cinco años a tras mi situación laboral no era la mejor… era desempleada, estaba dispuesta a trabajar de lo que fuese. Por medio de mi mama contactamos a los nuevos curas que habían llegado al pueblo y me ofrecieron el trabajo de mantenimiento en la iglesia del lugar. Al poco tiempo de trabajar ahí, llegué un día, entré al templo y vi las puertas laterales y ventanas abiertas. Entré con cuidado y comencé a revisar que no hubiesen robado nada. Cuando me acerqué al altar me encontré con tierra, sal, velas, una virgen rota y una estatua de San la Muerte. Traté de entender que pasaba y salí corriendo a buscar a los sacerdotes. Cuando entraron, cerraron el templo y metieron todo dentro de una bolsa. Encendieron sahumerios, rezaron y me pidieron que fuera con ellos. Entramos a la casa parroquial y me pidieron que quemara lo que había encontrado. Me iban a bendecir porque había encontrado una brujería y me querían proteger. Ellos no sabían nada de mi pasado.

El año pasado decidí visitar a una bruja del pueblo para que me tirara las cartas. Fui con una amiga. Por curiosidad. Entramos las dos juntas. La idea había sido mía, así que comenzó por mí. Me senté y me pidió mi fecha de nacimiento y nombre completo, mientras escribía mis datos me preguntó a que había venido, si yo ya sabía lo que me iba a decir. Me dijo que yo era tan bruja como ella, que mi vida cambiaría cuando aceptara mi destino. Sin que yo emitiese palabra comentó que mis energías se habían agotado cuando nací, porque era tan grande el mal que me habían hecho para que no llegase a este mundo que había quedado desgastada. Relató cada una de las cosas que viví, era imposible que supiese todo con tanta exactitud. Salí sin entender nada de lo que había escuchado.

Un sábado mi amiga y yo nos arreglábamos para ir a bailar a Tupungato. Como es costumbre nos íbamos por el corredor productivo. Era verano así que íbamos con las ventanillas bajas del auto, cuando íbamos a la altura de los transformadores de Edemsa (quién es de la zona conoce el lugar preciso) sentimos como si unas cuchillas se arrastraran por el asfalto y un susurro… “Ana”. Se me heló la sangre, miré a mi amiga y le pregunté si había escuchado lo mismo que yo… y me lo afirmó. En medio de la nada, a la madrugada, sentir algo así era inquietante… decidimos no darle importancia y pasar una linda noche. Intenté no recordar.

El martes siguiente estaba trabajando como de costumbre en la iglesia, me encontraba en la sacristía limpiando. De pronto escuché a una mujer pidiendo ayuda a gritos. Salí para ver que le pasaba y estaba de rodillas, ante el altar, pidiendo dejar de escuchar las voces que escuchaba y dejar de ver las sombras que estaba viendo. Me acerqué a preguntarle que le pasaba. Le pedí que se calmara. Me agarró mi mamo izquierda y con vos gruesa y ronca me dijo “¡esas medallitas de porquería que no te van a salvar!”, señalando mis dos pulseras de san Benito. Después de escuchar eso la solté asustada. Me miró y con voz mas suave y dulce me pidió que la ayude, que necesitaba un sacerdote. La levanté como pude, la senté y le pedí que esperara. Fui a buscar al cura para que hablara con ella. Él logró calmarla un poco, la confesó y cuando la hizo comulgar la mujer empezó a convulsionar y hablar en un idioma raro… casi inentendible. El sacerdote me pidió ayuda. La recostamos en el banco, empezamos a rezar y tratar de hacer que volviera en si. Cuando se repuso el cura la acompañó hasta afuera, intentando calmarla. Su mirada perdida y perturbada todavía me da vueltas en la mente.

Y hoy… como cada día, yo nuevamente escucho mi nombre en susurros y veo sombras que velan mis sueños… sin saber que hacer.

Escrito por Ana para la sección

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